Casi sin darnos cuenta ya hemos pasado el ecuador del 2014, y hoy en la liturgia se nos presenta esta fiesta de la transfiguración del Señor.
Este pasaje, nos muestra que si bien es cierto que toda nuestra vida está fundada en el encuentro personal con Jesús, producto de nuestra oración, sin la cual nuestra vida cristiana ni da fruto ni subsiste, no debemos olvidar que nos espera un mundo en el que hay que asentar el Reino de Dios, un mundo al que hay que evangelizar.
Los apóstoles, ante la visión gloriosa de Jesús, desearían pasar toda la vida con él. Ya se les había olvidado incluso sus amigos y compañeros a los que habían dejado al pie del monte. ¿No nos pasa a nosotros igual en algunos momentos que vivimos en plenitud, junto al Señor y a la comunidad?. Pero la vida debe mantener el equilibrio entre la oración y la actividad. De la oración sacaremos la fuerza y la sabiduría para poder acercarnos al mundo y construirlo según el designio de Dios; del trabajo en el mundo regresaremos a la oración con los ojos pesados de sueño, pero con el corazón ardiendo en espera del encuentro con el Señor.
Cuando estemos gozando de la intimidad de Dios, sea en nuestra oración cotidiana, en la Eucaristía o en un Cursillo de Cristiandad, tengamos siempre presente que este regalo nos lo ha concedido Jesús, como lo hizo con sus apóstoles, para fortalecer nuestra fe y para enviarnos a compartir lo que en la oración hemos vivido y experimentado.
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