Algunos estudiosos de la Escritura insinúan que el texto evangélico de hoy está formado por dos parábolas inicialmente independientes que se han agrupado por su afinidad. La primera (vv. 1-10) nos habla claramente de la voluntad salvífica del Padre, que invita al banquete del Reino a hombres y mujeres de toda raza, lengua, pueblo y nación, y de la dureza de corazón con que el primer Israel fue rechazando esa invitación. Una vez más Israel podemos ser nosotros: unos nos vamos al campo, otros a nuestros negocios, otros… y la llamada del Señor pasa a un segundo lugar. No falta quien llega a responder con violencia a los enviados del Señor. Pocos versículos antes el evangelista ha recogido lo que solemos llamar la parábola de los viñadores homicidas.
La segunda parábola (vv. 11-14) advierte de que no todos los invitados que llegan a acercarse al banquete lo hacen en las condiciones adecuadas. Hay quien no lleva un traje apropiado. Las palabras usadas por Jesús nos resultan duras: “atadlo, echadlo fuera, allá será el llanto y el crujir de dientes”. En casi todos nuestros países hay normas y costumbres que indican cómo hemos de vestirnos según la circunstancia: nadie en su sano juicio se pone la misma ropa para ir a bañarse a la playa que para asistir a un funeral. La Carta a los Colosenses nos invita a revestirnos de “profunda compasión, amabilidad, humildad, mansedumbre, paciencia”; la dirigida a los Efesios a lucir el cinturón de la verdad y la coraza de la justicia. Que el amor real y efectivo al Padre y a los hermanos, hecho gestos concretos de vida, sea nuestro mejor traje.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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