domingo, 24 de noviembre de 2013

El Papa clausura el Año de la Fe ante las reliquias de San Pedro y recordando que todos somos pecadores

PAPA-RELIQUIAS--229x229El Año de la Fe, convocado e inaugurado por Benedicto XVI el 11 de octubre del 2012, fue clausurado ayer domingo, en la festividad de Cristo Rey, por el Papa Francisco, quien inició la homilía de la misa de clausura con un afectuoso recuerdo de su predecesor: “A Benedicto XVI va ahora nuestro pensamiento lleno de cariño y reconocimiento”. Los fieles se sumaron al homenaje con un gran aplauso.
El Papa centro su alocución en el Evangelio del día que trata de la realiza de Cristo en la paradoja de la cruz para subrayar que “Jesús es el centro del pueblo de Dios que está ahora aquí. Es el centro. Esta aquí en la palabra (del Evangelio) y va a estar sobre el altar”. En su glosa del “buen ladrón”, crucificado junto a Jesús y que le pedía “Acuérdate de mí cuando llegues a tu reino”, el Papa añadió, también al margen del texto, que “todos podemos hacer nuestra esa oración. Cada uno de nosotros tiene sus errores, sus pecados, sus momentos alegres y sus momentos de oscuridad”.
En su línea de pastor y director espiritual del orbe católico, el Papa invitó a los cien mil fieles congregados en la Plaza de San Pedro a una oración muy personal: “Miremos a Jesús y repitámosle con el corazón, sin palabras: ‘Acuérdate de mí, Jesús. Acuérdate de mí, Señor’. Somos pecadores y pecadoras”. El obispo de Roma recordó que Jesús promete al buen ladrón “Hoy estarás conmigo en el paraíso” porque siempre da más de lo que se le pide: “Jesús pronuncia sólo palabras de perdón, no de condena, cuando la persona se atreve a pedirle perdón”.
”Cada uno de nosotros tiene su historia, sus pecados”, dijo el Papa. “Sus momentos felices y otro oscuros. En esta jornada nos hará bien pensar en nuestra historia y repetir con el corazón, en silencio: acuérdate de mí, Señor. Jesús acuérdate de mí, porque quiero ser bueno pero no tengo fuerza, soy pecador. Pero acuérdate de mí, Jesús. Tú puedes acordarte de mí porque eres el centro de todo. Qué hermoso, hagámoslo todos hoy, cada uno en su corazón ”.
Durante la misa, concelebrada por 250 patriarcas, cardenales, obispos y sacerdotes, hubo 50 sacerdotes confesando en varios lugares de la columnata de Bernini y de los pasillos centrales. Se repetía la buena experiencia de la vigilia de oración por la paz en Siria, cuando se hizo la prueba de ofrecer el sacramento de la reconciliación y la respuesta de los fieles fue masiva.
Durante el rezo del Credo, el Papa sostuvo en sus manos la arqueta en la que se guarda un pequeño recipiente rectangular que contiene ocho fragmentos de hueso de unos dos o tres centímetros cada uno. La moderna arqueta de bronce, regalada a Pablo VI en 1971, lleva la inscripción “Huesos encontrados en el hipogeo de la Basílica Vaticana, considerados como de San Pedro Apóstol”. La prudencia es obligatoria pues provienen de la zona de los enterramientos, pero no del lugar donde se esperaba encontrar los restos del Apóstol, y estuvieron después muchos años depositados sin marcas en una galería secundaria junto con muchos otros restos de las excavaciones realizadas entre 1940 y 1950.
Al término de la misa, el Papa entregó ejemplares de su primera exhortación apostólica, “la Alegría del Evangelio”, que recoge las conclusiones del Sínodo de Obispos sobre la Nueva Evangelización en octubre del 2012, y otras reflexiones en torno al Año de la Fe. El texto está sometido a embargo hasta el próximo martes a mediodía, cuando será presentado en el Vaticano.
Homilía del Santo Padre: 
“La solemnidad de Cristo Rey del Universo, coronación del año litúrgico, señala también la conclusión del Año de la Fe, convocado por el Papa Benedicto XVI, a quien recordamos ahora con afecto y reconocimiento por este don que nos ha dado. Con esa iniciativa providencial, nos ha dado la oportunidad de descubrir la belleza de ese camino de fe que comenzó el día de nuestro bautismo, que nos ha hecho hijos de Dios y hermanos en la Iglesia. Un camino que tiene como meta final el encuentro pleno con Dios, y en el que el Espíritu Santo nos purifica, eleva, santifica, para introducirnos en la felicidad que anhela nuestro corazón.
Dirijo también un saludo cordial y fraternal a los Patriarcas y Arzobispos Mayores de las Iglesias orientales católicas, aquí presentes. El saludo de paz que nos intercambiaremos quiere expresar sobre todo el reconocimiento del Obispo de Roma a estas Comunidades, que han confesado el nombre de Cristo con una fidelidad ejemplar, pagando con frecuencia un alto precio.
Del mismo modo, y por su medio, deseo dirigirme a todos los cristianos que viven en Tierra Santa, en Siria y en todo el Oriente, para que todos obtengan el don de la paz y la concordia.
Las lecturas bíblicas que se han proclamado tienen como hilo conductor la centralidad de Cristo. Cristo está al centro. Cristo es el centro. Cristo centro de la creación, del pueblo y de la historia.
1. El apóstol Pablo, en la segunda lectura, tomada de la carta a los Colosenses, nos ofrece una visión muy profunda de la centralidad de Jesús. Nos lo presenta como el Primogénito de toda la creación: en Él, por medio de Él y en vista de Él fueron creadas todas las cosas. Él es el centro de todo, es el principio. Jesucristo, el Señor. Dios le ha dado la plenitud, la totalidad, para que en Él todas las cosas sean reconciliadas (cf. 1,12-20). Señor de la Creación, Señor de la reconciliación.
Esta imagen nos ayuda a entender que Jesús es el centro de la creación; y así la actitud que se pide al creyente, que quiere ser tal, es la de reconocer y acoger en la vida esta centralidad de Jesucristo, en los pensamientos, las palabras y las obras. Es así, nuestros pensamientos serán pensamientos cristianos, pensamientos de Cristo. Nuestras obras serán obras cristianas, obras de Cristo. Nuestras palabras serán palabras cristianas, palabras de Cristo. En cambio, la pérdida de este centro, al sustituirlo por otra cosa cualquiera, solo provoca daños, tanto para el ambiente que nos rodea como para el hombre mismo.
2. Además de ser centro de la creación y centro de la reconciliación, Cristo es centro del pueblo de Dios. Y precisamente hoy está aquí, al centro de nosotros. Ahora está aquí, en la Palabra, y estará aquí, en el altar, vivo, presente, en medio de nosotros, su pueblo. Nos lo muestra la primera lectura, en la que se habla del día en que las tribus de Israel se acercaron a David y ante el Señor lo ungieron rey sobre todo Israel (cf. 2S 5,1-3). En la búsqueda de la figura ideal del rey, estos hombres buscaban a Dios mismo: un Dios que fuera cercano, que aceptara acompañar al hombre en su camino, que se hiciese hermano suyo.
Cristo, descendiente del rey David, es precisamente el «hermano» alrededor del cual se constituye el pueblo, que cuida de su pueblo, de todos nosotros, a precio de su vida. En Él nosotros somos uno: un solo pueblo; unidos a él, participamos de un solo camino, un solo destino. Solamente en Él, en Él como centro, tenemos la identidad como pueblo.
3. Y, por último, Cristo es el centro de la historia de la humanidad y también el centro de la historia de todo hombre. A Él podemos referir las alegrías y las esperanzas, las tristezas y las angustias que entretejen nuestra vida. Cuando Jesús es el centro, incluso los momentos más oscuros de nuestra existencia se iluminan, y nos da esperanza, como le sucedió al buen ladrón en el Evangelio de hoy.
Mientras todos los otros se dirigen a Jesús con desprecio -«Si tú eres el Cristo, el Mesías Rey, sálvate a tí mismo bajando de la cruz»- aquel hombre, que se ha equivocado en la vida hasta el final pero se arrepiente, se agarra a Jesús crucificado implorando: «Acuérdate de mí cuando llegues a tu Reino» (Lc 23,42). Y Jesús le promete: «Hoy estarás conmigo en el paraíso» (v. 43): su Reino. Jesús sólo pronuncia la palabra del perdón, no la de la condena; y cuando el hombre encuentra el valor de pedir este perdón, el Señor no deja jamás de atender una petición como esa. Hoy todos nosotros podemos pensar a nuestra historia, a nuestro camino. Cada uno de nosotros tiene su historia; cada uno de nosotros también tiene sus errores, sus pecados, sus momentos felices y sus momentos oscuros. Nos hará bien, en esta jornada, pensar a nuestra historia y mirar a Jesús y desde el corazón repetirle tanta veces, pero con el corazón, en silencio, cada uno de nosotros: “¡acuérdate de mí, Señor, ahora que estás en tu Reino!”. Jesús, acuérdate de mí, porque yo tengo ganas de ser bueno, tengo ganas de ser buena, pero no tengo fuerza, no puedo: ¡soy pecador, soy pecador! Pero acuérdate de mí, Jesús: ¡Tú puedes acordarte de mí, porque Tú estás al centro, Tú estás precisamente en tu Reino! ¡Qué bello! Hagámoslo hoy todos, cada uno en su corazón, tantas veces. “¡Acuérdate de mí Señor, Tú que estás al centro, Tú que estás en tu Reino!”
La promesa de Jesús al buen ladrón nos da una gran esperanza: nos dice que la gracia de Dios es siempre más abundante que la oración que la ha solicitado. El Señor siempre da más de lo que se le pide, es tan generoso, da siempre más de lo que se le pide: ¡le pides que se acuerde de tí y te lleva a su Reino! Jesús está precisamente al centro de nuestros deseos de alegría y de salvación. Vayamos todos juntos por este camino.

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