miércoles, 25 de noviembre de 2015

LOS MÁRTIRES: LOS PRECIOSOS CUADROS CON LOS QUE DIOS LLENA NUESTRO MUNDO DE COLOR


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Lc 21,12-19: Todos os odiarán por causa mía, pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá.
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:-Os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a los tribunales y a la cárcel, y os harán comparecer ante reyes y gobernadores por causa de mi nombre: así tendréis ocasión de dar testimonio.
Haced propósito de no preparar vuestra defensa: porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro. Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os traicionarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán por causa de mi nombre.
Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá: con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas.
COMENTARIO:
Como decíamos ayer, entremezclado con el fin del mundo, aparece la cuestión del final particular de cada uno de nosotros.
Llama la atención que este final de la vida se haga en clave de testimonio y así lo indica expresamente el Señor. Y es que es incompatible ser cristiano y no ser apóstol, o dicho de otra manera, con el beato Pablo VI, “la Iglesia o es misionera o no es nada”. Nota que tanto le gusta repetir al papa Francisco.
El testimonio de vida que se nos pide no está exento de incomprensión, de renuncia, de cruz en definitiva, así lo atestigua la cantidad de sangre derramada por el nombre de Cristo, sangre que siempre está fresca en distintos lugares del mundo, pudiendo afirmar que el planeta entero es un altar que se ha regado con la sangre, la fe y el amor de nuestros mártires.
No hace mucho leí que el deseo del martirio, es un deseo noble y que el que haya vivido con esta aspiración toda su vida, dando testimonio diario de su fe, su vida entera habrá sido martirial. Con razón los mártires son los cuadros más preciosos con los que Dios llena nuestro mundo de color.

cursillosdecristiandad.es

«Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas»


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Hoy ponemos atención en esta sentencia breve e incisiva de nuestro Señor, que se clava en el alma, y al herirla nos hace pensar: ¿por qué es tan importante la perseverancia?; ¿por qué Jesús hace depender la salvación del ejercicio de esta virtud?

Porque no es el discípulo más que el Maestro —«seréis odiados de todos por causa de mi nombre» (Lc 21,17)—, y si el Señor fue signo de contradicción, necesariamente lo seremos sus discípulos. El Reino de Dios lo arrebatarán los que se hacen violencia, los que luchan contra los enemigos del alma, los que pelean con bravura esa “bellísima guerra de paz y de amor”, como le gustaba decir a san Josemaría Escrivá, en que consiste la vida cristiana. No hay rosas sin espinas, y no es el camino hacia el Cielo un sendero sin dificultades. De ahí que sin la virtud cardinal de la fortaleza nuestras buenas intenciones terminarían siendo estériles. Y la perseverancia forma parte de la fortaleza. Nos empuja, en concreto, a tener las fuerzas suficientes para sobrellevar con alegría las contradicciones.

La perseverancia en grado sumo se da en la cruz. Por eso la perseverancia confiere libertad al otorgar la posesión de sí mismo mediante el amor. La promesa de Cristo es indefectible: «Con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas» (Lc 21,19), y esto es así porque lo que nos salva es la Cruz. Es la fuerza del amor lo que nos da a cada uno la paciente y gozosa aceptación de la Voluntad de Dios, cuando ésta —como sucede en la Cruz— contraría en un primer momento a nuestra pobre voluntad humana.

Sólo en un primer momento, porque después se libera la desbordante energía de la perseverancia que nos lleva a comprender la difícil ciencia de la cruz. Por eso, la perseverancia engendra paciencia, que va mucho más allá de la simple resignación. Más aún, nada tiene que ver con actitudes estoicas. La paciencia contribuye decisivamente a entender que la Cruz, mucho antes que dolor, es esencialmente amor.

Quien entendió mejor que nadie esta verdad salvadora, nuestra Madre del Cielo, nos ayudará también a nosotros a comprenderla.

martes, 24 de noviembre de 2015

PARA ACERCAR A TUS HIJOS A LA FE


ReturnGameplan.com, un itinerario para acercar alejados

7 pasos para que tu hijo vuelva a la fe: son eficaces pero no vale quemar etapas ni meter prisas

7 pasos para que tu hijo vuelva a la fe: son eficaces pero no vale quemar etapas ni meter prisas
La oración, la escucha y la invitación a un encuentro espiritual vivo son pasos para compartir la fe

 

                                                                                                                                                                                                
 
24 noviembre 2015
En los últimos años, he hablado con miles de católicos de Estados Unidos tanto en grandes convenciones como en pequeñas parroquias y otros lugares.

Al final de cada charla hay siempre un tiempo de debate e inevitablemente, sea cual sea el tema de mi charla, la pregunta más habitual que me plantean es, en cualquiera de sus versiones, la siguiente: "Mi hijo ha abandonado la fe y estoy destrozado. ¿Qué puedo hacer?”
Un estudio reciente del Pew Research Center concluyó que la mitad de los jóvenes estadounidenses (exactamente el 50%) que crecieron como católicos no se identifican ahora como tales.

Pensad en lo que esto significa: en los últimos 20-30 años, la mitad de los niños que han sido bautizados o que han recibido la confirmación y la mitad de los jóvenes que se han casado probablemente han abandonado la Iglesia.

Otra de las conclusiones de este estudio es que cuatro de cada cinco católicos que abandonaron la Iglesia lo hicieron antes de los 23 años.

Lo que significa que no eran adultos de edad media decepcionados con los cambios aportados tras el Vaticano II, sino que son nuestros hijos e hijas los que abandonan la Iglesia en el Instituto, en la Universidad.

La mayoría de nosotros conoce esta situación por propia experiencia. Todos conocemos padres en nuestra parroquia que están dolidos por la lejanía de sus hijos. Puede ser incluso que sean nuestros hijos e hijas los que se han distanciado.


El enfado e intentar dar respuestas rápidas a preguntas no formuladas no es eficaz

Padres indefensos y desesperanzados
Cada vez que hablo con padres que tienen este problema, suelen usar las palabras “indefenso” y “sin esperanza”.

Se sienten indefensos porque sus hijos desconectan o los ignoran cada vez que hablan de religión. Y están sin esperanza porque piensan que es imposible que sus hijos vuelvan.

Estos padres están desesperadamente necesitados de hacer algo, pero no saben el qué.

Estoy convencido de que lo que más necesitan es un plan, porque tal como dice el escritor francés Antoine de Saint-Exupéry: “Un objetivo sin un plan es un deseo”. No es suficiente sentarse y desear que nuestros hijos vuelvan. Necesitamos una hoja de ruta que haya sido verificada.

Esta es la razón por la que pasé varios meses investigando el problema, hablando con expertos y con personas que se habían alejado y habían vuelto, todo para determinar qué es lo que realmente funciona para atraer de nuevo a los jóvenes.

El resultado ha sido un curso por vídeo dividido en 16 partes y un libro que une los mejores consejos, instrumentos y estrategias, titulado: “VOLVER: Cómo hacer volver a tu hijo a la Iglesia” y que se puede encontrar [en inglés] en ReturnGameplan.com.

7 pasos para acercar tus hijos a la fe
A continuación indicamos siete estrategias sencillas que puedes utilizar a partir de ahora para hacer volver a tu hijo. No es un esquema para una conversión rápida, porque estos pasos necesitan meses o años. Pero son indicaciones que se han verificado en el camino que lleva de nuevo a la fe.

1. Oración, ayuno y sacrificio
Si no haces estas tres cosas, puedes olvidarte de los otros pasos. Empieza a rezar desde ahora cada día durante 5-10 minutos por la vuelta de tu hijo. La parábola de Jesús sobre la viuda persistente en la oración (Lc 18, 1-8) confirma que Dios ama la oración continua, incluso si rezas pidiendo cada día por la misma necesidad. No abandones y no pienses que tu oración es ignorada e inútil. Recuerda las oraciones de Santa Mónica por su hijo, San Agustín.
Ayuna y haz sacrificios por tu hijo. Ayuna una vez al día, no utilices Facebook o Netflix durante una semana o soporta voluntariamente un pequeño dolor. Ofrece tus sufrimientos a Dios por tu hijo. Únelos a la cruz y pide que Él llene de nuevo de gracia la vida de tu hijo.

2. Fórmate: Biblia y Catecismo
No puedes ofrecer lo que no tienes. Seguramente la idea de compartir la fe te entusiasma, pero entusiasmo y buena voluntad no te llevarán muy lejos. Tienes que conocer tu fe. Las mejores dos fuentes son la Biblia y el Catecismo. Familiarízate con ellas y léelas cada día, en pequeñas dosis.

Después busca buenos libros católicos que te ayudarán a explicar y defender la fe; así estarás preparado cuando tu hijo te revele sus principales problemas con la Iglesia.

3. Plantar las semillas
Antes de que empieces a discutir sobre Dios o la Iglesia con tu hijo, tienes que plantar pequeñas semillas de fe y confianza en su vida. Una semilla es el amor incondicional. Tu hijo tiene que saber que le amas a pesar de todo: a pesar de sus elecciones morales o de su lejanía de la Iglesia. Debe saber que deseas por completo su bien. Sólo entonces te escuchará.

Deberías empezar plantando "semillas-regalo" en su vida, como DVDs, libros o CDs que le hagan reconsiderar su posición sobre la Iglesia. Muchas de las personas que han vuelto a la Iglesia han indicado a uno de estos recursos como instrumental para su vuelta. Deja un opúsculo en su mesa, envíale un DVD o deja un CD en su coche.

[Lea sobre esto: Cómo recomendar libros cristianos a no creyentes - 5 consejos de una ex-atea, aquí en ReL]



4. Empezar la conversación
En un determinado momento, necesitarás iniciar un diálogo sobre Dios y la Iglesia. Podrías decir: "¿Puedo preguntarte algo? Me pregunto si un día serás capaz de hablar sobre temas espirituales. Sé que tú relación con la Iglesia no es clara, ¿pero estarás dispuesto a hablar sobre ello algún día conmigo? Sólo quiero oír lo que tienes que decir".

¡Y haz sólo esto: escuchar!

Tu objetivo es saber porqué tu hijo se alejó de la Iglesia. Las razones que te dé pueden ser distintas a las que tu esperas.

Pregúntale en qué cree y porqué; y qué le alejó.

No respondas de inmediato a las objeciones o las críticas, acéptalas. Esto implica que tendrás que morderte la lengua, pero ¡vale la pena!

5. Impulsar el diálogo
Ahora ya sabes porqué tu hijo se alejó de la Iglesia. Tal vez se ha alejado involuntariamente. Tal vez ha cambiado de religión. Tal vez no está de acuerdo con la enseñanza moral de la Iglesia. O tal vez es que ya no cree en Dios. Cualquiera que sea el motivo, ha llegado el momento de discutir sobre estos factores.

Habla con alegría y de manera positiva para aclarar cualquiera de sus ideas equivocadas. Por ejemplo, si dice: "Nunca crecí espiritualmente como católico”, lo más seguro es que nunca entendió del todo la Eucaristía o nunca se le enseñó nada sobre los grandes maestros espirituales de nuestra tradición. Propónselos con amabilidad y anímale a reconsiderar sus ideas.

6. Invítale y conéctalo
Cuando tu hijo muestre curiosidad e inclinación a volver, invítale a un evento de la parroquia. Puede ser un retiro de fin de semana, como Cristo Renueva su Parroquia o un Cursillo de Cristiandad; o un pequeño grupo parroquial de estudio o un evento comunitario. Tu objetivo es acompañarle en la vida de la parroquia, para que así restablezca los vínculos comunitarios de fe.

Si tu hijo está en la universidad, anímale a que se ponga en contacto con la organización católica presente en la misma, como FOCUS (www.focus.org) o el Newman Center. Sus líderes estarán encantados de hablar con él y ayudarle en su viaje.

Pero no te precipites. Invítale sólo después de que él haya expresado su deseo de volver, pues en caso contrario conseguirías sólo que se aleje de nuevo.

7. Cerrar el círculo
Por último, tienes que ayudar a tu hijo a reconciliarse formalmente con la Iglesia. Mucha gente, cuando llega este momento, se queda bloqueada. Un sacerdote me explicó una vez el caso de una señora que había abandonado la Iglesia cuando era adolescente y permaneció alejada durante más de treinta años. ¿Su motivo? No sabía cómo volver.
No dejes que esto suceda. Cuando tu hijo ya esté preparado para volver, habla con tu párroco y determina los pasos justos para cerrar el círculo.

Tal vez sólo necesita una buena confesión, o tal vez lo más apropiado para él sea el Rito de la Iniciación Cristiana de Adultos (RICA). Un buen sacerdote puede valorar la situación y determinar los mejores pasos que hay que seguir.

Obviamente, sólo hemos rascado la superficie de esta hoja de ruta. Para profundizar más, ver los consejos y estrategias de “RETURN”.

La clave es no perder nunca la esperanza. Desesperanza no es una palabra del diccionario de Dios. Mientras tu hijo siga respirando, existe la esperanza. Dios ama a tu hijo más incluso que tú mismo. Por mucho que puedas desear que tu hijo vuelva a casa,

Dios desea su vuelta infinitamente más y trabaja incesantemente para que esto suceda, incluso cuando la situación parece desesperada.

Confía en Dios, pídele que siga actuando en la vida de tu hijo y confía en Su ayuda para que vuelva a casa.

Brandon Vogt es el creador de RETURN (ReturnGameplan.com), que incluye distintos instrumentos y recursos para ayudar a los padres a guiar a sus hijos en su vuelta a la Iglesia Católica.

lunes, 23 de noviembre de 2015

«Ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir»



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Hoy, como casi siempre, las cosas pequeñas pasan desapercibidas: limosnas pequeñas, sacrificios pequeños, oraciones pequeñas (jaculatorias); pero lo que aparece como pequeño y sin importancia muchas veces constituye la urdimbre y también el acabado de las obras maestras: tanto de las grandes obras de arte como de la obra máxima de la santidad personal.

Por el hecho de pasar desapercibidas esas cosas pequeñas, su rectitud de intención está garantizada: no buscamos con ellas el reconocimiento de los demás ni la gloria humana. Sólo Dios las descubrirá en nuestro corazón, como sólo Jesús se percató de la generosidad de la viuda. Es más que seguro que la pobre mujer no hizo anunciar su gesto con un toque de trompetas, y hasta es posible que pasara bastante vergüenza y se sintiera ridícula ante la mirada de los ricos, que echaban grandes donativos en el cepillo del templo y hacían alarde de ello. Sin embargo, su generosidad, que le llevó a sacar fuerzas de flaqueza en medio de su indigencia, mereció el elogio del Señor, que ve el corazón de las personas: «De verdad os digo que esta viuda pobre ha echado más que todos. Porque todos éstos han echado como donativo de lo que les sobraba, ésta en cambio ha echado de lo que necesitaba, todo cuanto tenía para vivir» (Lc 21,3-4).

La generosidad de la viuda pobre es una buena lección para nosotros, los discípulos de Cristo. Podemos dar muchas cosas, como los ricos «que echaban sus donativos en el arca del Tesoro» (Lc 21,1), pero nada de eso tendrá valor si solamente damos “de lo que nos sobra”, sin amor y sin espíritu de generosidad, sin ofrecernos a nosotros mismos. Dice san Agustín: «Ellos ponían sus miradas en las grandes ofrendas de los ricos, alabándolos por ello. Aunque luego vieron a la viuda, ¿cuántos vieron aquellas dos monedas?... Ella echó todo lo que poseía. Mucho tenía, pues tenía a Dios en su corazón. Es más tener a Dios en el alma que oro en el arca». Bien cierto: si somos generosos con Dios, Él lo será más con nosotros.

DESCUBRIR, DELANTE DE DIOS, CUÁLES SON LAS NECESIDADES


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Lc 21,1-4: Vio una viuda pobre que echaba dos reales.
En aquel tiempo, alzando Jesús los ojos, vio unos ricos que echaban donativos en el cepillo del templo; vio también una viuda pobre que echaba dos reales, y dijo:
-Sabed que esa pobre viuda ha echado más que nadie, porque todos los demás han echado de lo que les sobra, pero ella, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Comentario:
De nuevo Jesús atento a todo lo que ocurre a su alrededor, nada pasa desapercibido a su mirada. ¡Como entendemos los cursillistas las miradas de Jesús!
En esta ocasión algo tan mundano como es el dinero le sirve a Jesús para educar nuestra intención. ¿Tenemos una recta intención cuando tenemos que colaborar con las necesidades de la Iglesia? El 5º mandamiento de la Santa Madre Iglesia (que no han caducado) recordad que nos manda a los cristianos “ayudar a la Iglesia en sus necesidades”.
Buen día hoy para descubrir, delante de Dios, cuales son las necesidades de mi parroquia, de mi grupo, del  Movimiento. Evidentemente también económicas. Muchos cristianos que colaboran en la catequesis, Cáritas, la liturgia etc, creen que cómo ya dedican tiempo a la iglesia, están “dispensados” de la aportación económica. Pues mira la viuda, todo, TODO, echó todo lo que tenía en el cepillo. Sobran comentarios.

cursillosdecristiandad.es

sábado, 21 de noviembre de 2015

EL MEDIO MÁS EFICAZ PARA RESTABLECER LA PAZ:LA REINSTAURACIÓN DEL REINADO DE JESUCRISTO


Jesucristo, Rey del universo -
22 de noviembre de 2015

 LECTURA DEL SANTO EVANGELIO SEGÚN SAN JUAN (18,33b-37)

En aquel tiempo, preguntó Pilatos a Jesús:

-- ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le contestó:

-- ¿Dices eso por tu cuenta o te lo han dicho otros de mí?

Pilatos replicó:

-- ¿Acaso yo soy judío? Tu gente y los sumos sacerdotes te han entregado a mí ¿Qué has hecho?

Jesús le contestó:

-- Mi reino no es de este mundo. Si me reino fuera de este mundo, mi guardia habría luchado para que no cayera en manos de los judíos. Pero mi reino no es de aquí.

Pilatos le dijo:

-- Conque, ¿tú eres rey?

Jesús le contestó:

-- Tú lo dices: Soy Rey. Yo para esto he nacido y por eso he venido al mundo; para ser testigo de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz.

Palabra de Dios

Cuando hablamos de Rey instintivamente surge en nosotros la idea de poder, mezclada ligeramente con una representación de las monarquías absolutas, donde la figura del rey se identificaba con el estado, y donde rey detentaba todos los poderes, legislativo, ejecutivo y judicial.

El mismo Jesús toma esta idea como hilo conductor para comunicar su mensaje de amor y de servicio: “sabéis que los reyes de las naciones las tiranizan y que los grandes las oprimen con su poderío. No ha de ser así entre vosotros. El que quiera ser importante entre vosotros sea vuestro servidor y el que quiera ser el primero sea el esclavo de todos.” (Mt 20,25). El Señor dio a sus discípulos esa lección, aprovechando que Santiago y Juan querían estar a la derecha y a la izquierda cuando Jesús estuviese en su reino. Cristo comienza a delinear los trazos fundamentales de su nuevo reino: la humildad y el servicio. Quizá por eso el reinado de Cristo, Él como rey, aparece únicamente en el marco de la pasión, porque es la expresión máxima de la humildad que pasa por la humillación más atroz y de un servicio total que nace del amor “hasta el extremo” (Jn 13,1).

Pero vayamos a los orígenes de esta solemnidad, que clausura el año litúrgico. Es instituida por Pio XI con la encíclica Quas Primas el once de diciembre de mil novecientos veinticinco. En una época convulsa donde el mundo corre desenfrenado hacia otra guerra, y donde las ansias de poder se traducen en totalitarismos tiránicos que oprimen a los pueblos, el papa comienza su carta diciendo: “estoy persuadido de que no hay medio más eficaz para restablecer y vigorizar la paz que procurar la restauración del reinado de Jesucristo.”

Estás palabras fueron escritas hace noventa años, sin embargo, hoy, en la época que nos toca vivir, adquieren una dimensión de actualidad asombrosa. La paz ha sufrido un atentado mortal, y parece que poco a poco se aleja del día a día de nuestras vidas. El odio terrorista amenaza nuestra tranquilidad y seguimos con asombro y cierto temor las noticias de muerte y destrucción que cada vez son más frecuentes y cotidianas. Ante esto los cristianos nos preguntamos:¿qué debemos hacer?

La clave para restablecer y vigorizar la paz que dio Pio XI en su momento, y que sigue vigente, es restaurar el reinado de Jesucristo. Pero ¿cómo podemos hacer eso? Quizá nosotros como aquellos contemporáneos de Cristo pensemos que la solución sería que Dios se encarnase nuevamente para tomar el gobierno de las naciones y con mano dura imponer orden y paz. Es decir que la verdadera solución no está en nuestras manos sino en la política, en aquellos que tienen el poder de decidir y que por lo tanto hasta que no tengamos ese poder nosotros no podemos hacer nada, solo esperar y sufrir, pero que en nuestras manos no está la capacidad de construir la paz.

Los que habían sido beneficiados por la milagrosa multiplicación del alimento pensaron eso mismo; querían proclamar a Jesús rey, creían que su condición era demasiado débil para cambiar la miserable realidad en que vivían, pensaban que si Jesús asumía una realidad política podría cambiar algo. Pero el Señor se retiró de nuevo al monte, él solo (Jn.6,15). Ante la idea de ser nombrado rey, Jesús huye, se esconde. No quiere asumir una responsabilidad administrativa aunque sea con las mejores intenciones. Porque Él va a cambiar la realidad, va a traer la paz, no desde la administración pública sino desde la pasión. Por eso en ese contexto de humillación absoluta, Jesús no tiene reparos en reconocer ante su juez que Él es Rey, no se resiste a recibir la única corona que en su humanidad posó sobre su cabeza, la de espinas.

La responsabilidad administrativa para conseguir un mundo mejor no es la misión de Cristo, su reino no es de este mundo. Él trae una misión muy superior que va a la raíz, viene a acercar la humanidad a Dios, viene a traer la luz en medio de las tinieblas y si los hombres aceptan esa luz podrán ver con claridad para construir un mundo mejor. La política no es la misión de Cristo aunque sí puede ser la de muchos laicos cristianos que con vocación de servicio al bien común deben iluminar, con la luz del Evangelio, esa realidad tan importante. Ciertamente los políticos cristianos tienen una gran misión, la de ponerse al servicio desinteresado y generoso de los asuntos públicos para colaborar al bienestar de los pueblos y a la consecución de una paz duradera. Y para eso tienen el ejemplo de Cristo, el verdadero Rey que más allá de las realidades temporales, da las claves fundamentales para la correcta conducción de los estados: amor total traducido en servicio hasta dar la vida.

Partiendo de la visión de Cristo Rey desde el servicio y el amor, podemos comprender que ante este horizonte global de odio y violencia, estamos llamados a dar un testimonio de coherencia cristiana. No debemos desligarnos de toda obligación, pensando con pesimismo que nosotros no podemos hacer nada o que nuestra influencia es nula ante tanto odio y maldad. Todos estamos llamados a construir la paz, porque solo así podremos ser hijos de Dios (bienaventurados los constructores de paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios. Mt.5,9).

Para esto Cristo Rey nos invita a dar pasos concretos. En primer lugar nuestro corazón no se puede dejar contaminar por el odio, ciertamente es una peste virulenta y muy contagiosa, pero los cristianos estamos llamados a vencer el mal a fuerza de bien (Rm. 12,21). La Palabra de Dios nos da algunas pautas: no devolviendo mal por mal, o insulto por insulto, sino más bien bendiciendo, porque fuisteis llamados para heredar bendición. (1Pe. 3,9)

No olvidemos que para conseguir la paz global debemos empezar por el microcosmo de nuestra propia vida, de nuestras micro-relaciones personales, con el prójimo que está a nuestro lado.

San Pablo da unos consejos muy interesantes a los cristianos de Roma que sufrían el odio y la incomprensión: “El amor sea sin fingimiento. Aborreced lo malo, seguid lo bueno.  Amaos los unos a los otros con amor fraternal; en cuanto a honra, prefiriéndoos los unos a los otros. En lo que requiere diligencia, no perezosos; fervientes en espíritu, sirviendo al Señor; gozosos en la esperanza; sufridos en la tribulación; constantes en la oración; compartiendo para las necesidades de los demás; practicando la hospitalidad.  Bendecid a los que os persiguen; bendecid y no maldigáis.

Gozaos con los que se gozan; llorad con los que lloran. Unánimes entre vosotros; no altivos, sino asociándoos con los humildes. No seáis sabios en vuestra propia opinión.

No paguéis a nadie mal por mal; procurad lo bueno delante de todos los hombres. Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres. (Rm. 12,9,18)
 

Walter Kowalski

viernes, 20 de noviembre de 2015

SI SUEÑAS CON UN MUNDO EN PAZ Y UNA HUMANIDAD NUEVA... ¡VEN AL CURSILLO DE CRISTIANDAD!



Si deseas paz para ti y para los demás;
si sueñas con una vida, un mundo y una humanidad nuevos...
¡Vive el Cursillo de Cristiandad!
No lo dudes.... ¡el Cursillo es para ti!
¡Infórmate!

NUESTRA MADRE, LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA, VENCERÁ AL TERRORISMO

 


Nuestra Señora vencerá al terrorismo

Fue un viernes 13 el día que Nuestra Señora mostró la visión del infierno a los tres pastorcitos de Fátima. Una descripción muy parecida a lo que sucedió en París el día 13 de noviembre


“El reflejo pareció penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego. Inmersos en ese fuego, los demonios y las almas, como si fueran brasas transparentes y negras o bronceadas, con forma humana, que flotaban en el fuego, llevadas por las llamas que salían de ellas mismas junto con nubes de humo, cayendo hacia todos los lados, semejante a la caída de chispas en los grandes (incendios), sin peso ni equilibrio, entre gritos y gemidos de dolor y desesperación, que horrorizaba y hacía estremecer de pavor.

Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, mas transparentes como negros carbones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro, levantamos a vista hacia Nuestra Señora que nos dijo, con bondad y tristeza:
– Visteis el inferno, adonde van las almas de los pobres pecadores; para salvarlas, Dios quiere establecer en el mundo la devoción a Mi Inmaculado Corazón”.

¿Hay una descripción más precisa de lo que sucedió en París el día 13 de noviembre? Sin Jesús y María, es el destino que nos aguarda. El infierno, como se ve, es un atentado terrorista sin fin.

Ya se nos alertó: las apariciones de La Salette (1846), Lourdes (1858) y Fátima (1917) hacen una especie de resumen profético del mundo contemporáneo. Fueron precedidos por la aparición de Nuestra Señora de las Gracias a Santa Catarina Labouré, en 1830. El detalle es que esa primera aparición de los tiempos modernos tuvo lugar en la ciudad de París, en la Rue du Bac. De las cuatro manifestaciones personales de Nuestra Señora, tres tuvieron lugar en suelo francés. No es casualidad: es un aviso.

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En 1955, se organizó un concurso para elegir la bandera de la Comunidad Europea. La obra escogida fue del artista plástico francés Arsène Heitz: doce estrellas doradas en forma de círculo. Cuando se descubrió que era un símbolo de Nuestra Señora, era demasiado tarde.

La bandera de la Europa laica acaba siendo una referencia clara al pasaje mariano del Apocalipsis: “Una gran señal apareció en el cielo – una Mujer vestida de Sol, con la Luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas sobre la cabeza”. Las doce estrellas representan a la vez la corona de Nuestra Señora, los doce apóstoles, las doce tribus de Israel y los doce meses del año. Un poderoso símbolo judeo-cristiano, creado por un católico francés.

La Europa laica y agnóstica ha sido incapaz de contener el avance del mal personificado por el Estado Islámico. La tragedia de París es un signo de que la Europa cristiana debe unir fuerzas – como la consagración de Rusia al Inmaculado Corazón de María, como Ella misma pidió en 1917 – para evitar caer en el abismo. Sólo venceremos la guerra con la bandera de María.

Nuestra Señora de las Gracias, Nuestra Señora de la Salette, Nuestra Señora de Lourdes, Nuestra Señora de Fátima – ruega por nosotros, que recurrimos a Ti.

(Jornal de Londrina)

Aleteia.org

jueves, 19 de noviembre de 2015

JESÚS TE AMA. DESCÚBRELO EN EL CURSILLO DE CRISTIANDAD



¿Sabes hasta dónde y de qué manera 
Dios te ama en Jesús?
¡Vive el Cursillo de Cristiandad y lo descubrirás!
Del 4 al 7 de diciembre.
¡No te pierdas esta oportunidad! 
Info y reservas: 91.882.44.30- 652.468.672

«¡Si tú conocieras en este día el mensaje de paz!»


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Hoy, la imagen que nos presenta el Evangelio es la de un Jesús que «lloró» (Lc 19,41) por la suerte de la ciudad escogida, que no ha reconocido la presencia de su Salvador. Conociendo las noticias que se han dado en los últimos tiempos, nos resultaría fácil aplicar esta lamentación a la ciudad que es —a la vez— santa y fuente de divisiones.

Pero mirando más allá, podemos identificar esta Jerusalén con el pueblo escogido, que es la Iglesia, y —por extensión— con el mundo en el que ésta ha de llevar a término su misión. Si así lo hacemos, nos encontraremos con una comunidad que, aunque ha alcanzado cimas altísimas en el campo de la tecnología y de la ciencia, gime y llora, porque vive rodeada por el egoísmo de sus miembros, porque ha levantado a su alrededor los muros de la violencia y del desorden moral, porque lanza por los suelos a sus hijos, arrastrándolos con las cadenas de un individualismo deshumanizante. En definitiva, lo que nos encontraremos es un pueblo que no ha sabido reconocer el Dios que la visitaba (cf. Lc 19,44).

Sin embargo, nosotros los cristianos, no podemos quedarnos en la pura lamentación, no hemos de ser profetas de desventuras, sino hombres de esperanza. Conocemos el final de la historia, sabemos que Cristo ha hecho caer los muros y ha roto las cadenas: las lágrimas que derrama en este Evangelio prefiguran la sangre con la cual nos ha salvado.

De hecho, Jesús está presente en su Iglesia, especialmente a través de aquellos más necesitados. Hemos de advertir esta presencia para entender la ternura que Cristo tiene por nosotros: es tan excelso su amor, nos dice san Ambrosio, que Él se ha hecho pequeño y humilde para que lleguemos a ser grandes; Él se ha dejado atar entre pañales como un niño para que nosotros seamos liberados de los lazos del pecado; Él se ha dejado clavar en la cruz para que nosotros seamos contados entre las estrellas del cielo... Por eso, hemos de dar gracias a Dios, y descubrir presente en medio de nosotros a aquel que nos visita y nos redime.

LAS LÁGRIMAS DE CRISTO SON DE COMPASIÓN, DE EMPATÍA POR TI Y POR MI


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Evangelio según San Lucas 19,41-44.
Cuando estuvo cerca y vio la ciudad, se puso a llorar por ella, diciendo: “¡Si tú también hubieras comprendido en este día el mensaje de paz! Pero ahora está oculto a tus ojos.
Vendrán días desastrosos para ti, en que tus enemigos te cercarán con empalizadas, te sitiarán y te atacarán por todas partes.
Te arrasarán junto con tus hijos, que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has sabido reconocer el tiempo en que fuiste visitada por Dios”.
COMENTARIO:
Las lágrimas de Cristo son de compasión. Ternura por la dureza de sus habitantes. Jesús lloró sobre Jerusalén, sobre una ciudad que sin lugar a duda necesitaba de misericordia.
“El Hombre, lloró, dándonos ejemplo de que los verdaderos hombres son los que lloran. Son los que saben reconocer sus errores y piden perdón. Son los que reconocen haberle fallado a sus hijos, esposas, etc. y le piden perdón.    Jesús nunca tuvo que pedir perdón, pues nunca pecó, pero sí lloró y además  fueron varias las ocasiones en que derramó lágrimas”.
Es el lenguaje de las lágrimas. Somos muchos los que lloramos en este mundo. Lloramos por tantas cosas como vidas hay. Las lágrimas no pasan desapercibidas para el corazón de amor de Dios.
Las lágrimas de Cristo son de empatía por ti y por mí, por todos.  Esas lágrimas ni se derraman al suelo, no se pierden, no desaparecen porque traspasan todo entendimiento.
El llanto tiene esperanza. No es un término. Es un camino. Tiene sentido. Tenemos un Padre bondadoso y lleno de amor en el cual confiar.

http://www.cursillosdecristiandad.es/events/jueves-de-la-semana-xxxiii-t-o/