domingo, 15 de noviembre de 2015

NUESTRA META ES... UN ENCUENTRO CON CRISTO (Papa Francisco)

ÁNGELUS DOMINGO 11 NOVIEMBRE.



“Queridos hermanos y hermanas.
El evangelio de este penúltimo domingo del año litúrgico nos propone una parte de las palabras de Jesús sobre los eventos últimos de la historia humana, orientada hacia el pleno cumplimiento del reino de Dios.

Es la prédica que Jesús hizo en Jerusalén antes de su última pascua. Eso contiene algunos elementos apocalípticos, como las guerras, carestías, catástrofes cósmicas. “El sol se oscurecerá, la luna no dará más su luz, las estrellas caerán del cielo y las potencias que están en el cielo serán trastornadas”.
Entretanto estos elementos no son la cosa esencial del mensaje. El núcleo central entorno al cual giran las palabras de Jesús es Él mismo, el misterio de su persona y de su muerte y resurrección, y su retorno al final de los tiempos. Nuestra meta final es el encuentro con el Señor resucitado.
Yo quisiera preguntarles ¿cuántos piensan sobre esto?: 'Habrá un día que yo encontraré cara a cara al Señor'. Y esta es nuestra meta, nuestro encuentro.

Nosotros no esperamos un tiempo o un lugar, sino que vamos a encontrar a una persona: Jesús. Por lo tanto el problema no es 'cuando' sucederán los signos premonitores de los últimos tiempos, sino que nos encuentre preparados. Y no se trata tampoco de saber 'cómo' sucederán estas cosas, sino 'cómo' tenemos que comportarnos, hoy en la espera de éstos.

Estamos llamados a vivir el presente construyendo nuestro futuro con serenidad y confianza en Dios. La parábola del higo que florece, como signo del verano que se acerca, dice que la perspectiva del final no nos distrae de la vida presente, sino que nos hace mirar hacia nuestros días actuales con una óptica de esperanza.

Esa virtud tan difícil de vivir: la esperanza, la más pequeña de las virtudes pero la más fuerte. Y nuestra esperanza tiene un rostro: el rostro del Señor resucitado, que viene “con gran potencia y gloria, y que esto manifiesta su amor crucificado y transfigurado en la resurrección. El triunfo de Jesús al final de los tiempos será el triunfo de la cruz, la demostración que el sacrificio de sí mismos por amor del prójimo, a imitación de Cristo, es la única potencia victoriosa, el único punto firme en medio de los trastornos del mundo.

El Señor Jesús no es solo el punto de llegada de la peregrinación terrena, sino una presencia constante en nuestra vida: por ello cuando se habla del futuro, y nos proyectamos hacia ese, es siempre para reconducirnos al presente.

Él se opone a los falsos profetas, contra los videntes que prevén cercano el fin del mundo, contra el fatalismo. Él está a nuestro lado, camina con nosotros, nos quiere mucho.

Quiere sustraer a sus discípulos de todas las épocas, de la curiosidad por las fechas, las previsiones, los horóscopos, y concentra su atención sobre el hoy de la historia.

Me gustaría preguntarles, pero no respondan, o cada uno responda interiormente: ¿Cuántos entre nosotros leen el horóscopo del día? Cada uno se responda y cuando tengan ganas de leer el horóscopo, mire a Jesús que está con nosotros. Es mejor, nos hará mejor.

Esta presencia de Jesús nos llama, esto sí, a la espera y a la vigilancia que excluyen sea la impaciencia que de la modorra, sea del escaparse hacia adelante o quedarse prisioneros del tiempo actual y de la mundanidad.

También en nuestros días no faltan las calamidades naturales y morales, y tampoco las adversidades y dificultades de todo tipo. Todo pasa, nos recuerda el Señor, solamente su palabra queda como luz que mira y alivia nuestros pasos. Nos perdona siempre porque está a nuestro lado, sólo es necesario mirarlo y nos cambia el corazón. La Virgen María nos ayude a confiar en Jesús, el fundamento firme de nuestra vida, y a perseverar con alegría en su amor".


El atentado de París

"Queridos hermanos y hermanas, deseo expresar mi profundo dolor por los ataques terroristas que en la noche del viernes ensangrentaron Francia, causando numerosas víctimas.
Al presidente de la República de Francia y a todos sus ciudadanos expreso mi más profundo dolor. Estoy particularmente cercano a los familiares de los que han perdido la vida y a los heridos.
Tanta barbarie nos deja consternados y nos pide cómo pueda el corazón del hombre idear y realizar eventos tan horribles, que han trastornado no solamente Francia, pero a todo el mundo.
Delante de tales actos intolerables no se puede dejar de condenar la incalificable afrenta a la dignidad de la persona humana.
Quiero reafirmar con vigor que el camino de la violencia y del odio no resuelve los problemas de la humanidad. Y que "utilizar el nombre de Dios para justificar este camino es una blasfemia".
Les invito a unirse a mi oración y confiemos a la misericordia de Dios las víctimas inermes de esta tragedia. La Virgen María, Madre de misericordia, suscite en los corazones de todos, pensamientos de sabiduría y propósitos de paz.
A Ella le pedimos que nos proteja y vele por la querida nación francesa, la primera hija de la Iglesia, por Europa y por el mundo entero.
Recemos un poco en silencio y después, un Ave María."

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