domingo, 18 de marzo de 2012

30 AÑOS DE "LABOREM EXERCENS": ENCÍCLICA QUE RECHAZA UNA CONCEPCIÓN MERCANTIL DEL TRABAJO


LA NUEVA REFORMA LABORAL HA PUESTO DE MANIFIESTO SU PERMANENTE ACTUALIDAD

30 años de “Laborem Exercens”: La encíclica que rechaza una concepción mercantil del trabajo

Francisco J. Carballo. Se han cumplido 30 años de la publicación de la encíclica de Juan Pablo II sobre el trabajo humano. El aniversario ha pasado sin  pena ni gloria, incluso en la mayoría de los medios de comunicación más o menos confesionales. Sin embargo, la nueva Reforma Laboral ha puesto de manifiesto su permanente actualidad al tiempo que demuestra la inoperancia de huecas y formales declaraciones de principios como el llamado “humanismo cristiano”.
Laborem Exercens constituye un punto de inflexión en la Doctrina Social de la Iglesia, que “pertenece a la misión evangelizadora de la Iglesia y forma parte esencial del mensaje cristiano” (Centesimus Annus, 5d). Es además “fundamento e impulso para el compromiso social y político de los cristianos” (Juan Pablo II en mensaje a la conferencia Episcopal Italiana, 6 de enero de 1994).
Laborem Exercens desarrolla conceptos ante sólo esbozados y que afectan a la determinación de la propiedad de los medios de producción y el destino de la plusvalía. Es la encíclica más abiertamente anticapitalista de cuantas se conocen. No por ello desgraciadamente ha influido ni en el comportamiento de la mayoría de los “empresarios católicos” ni en los grupos y partidos políticos de confesada inspiración cristiana. Los primeros miran hacia otro lado, como si estas disposiciones sobre la justicia en las relaciones laborales fueran recomendaciones técnicas y no preceptos morales. Antes tampoco cumplían con el mandamiento del salario justo de “Rerum Novarum”, menos aún ahora van a entregar o compartir con el trabajo la propiedad de los medios de producción. Los segundos intentan acomodar su inspiración cristiana a la moda y a los vientos imperantes, donde apenas nadie plantea siquiera un debate sobre el orden económico y social vigente, incapaz de traer vida digna, paz social y justicia para todos, sin caer bajo la sospecha de un maximalismo revolucionario y utópico. No faltan quienes realizan una discriminación de las encíclicas según sean éstas de su gusto o disgusto.
Algunos recitan de memoria encíclicas decimonónicas, apelando a León XIII o a Pío IX, sin el menor esfuerzo de acomodación al nuevo contexto de viejas enseñanzas, sin duda con no poca materia intemporal. Necesitarían sin embargo mucha menos energía para vivir o difundir las exigencias de justicia social que Juan Pablo II explica en magisterio vivo como inherentes a la dignidad del trabajo, y que supondrían una profunda transformación en el orden privado y en la estructura económica y social vigente.Juan Pablo II ha conocido de primera mano las consecuencias de los regímenes comunista y liberal. Ha sido testigo y protagonista porque fue obrero asalariado. Tal vez por ello, utiliza expresiones nuevas, en un estilo audaz, y utiliza de nuevo el vocablo doctrina para referirse a la Doctrina Social de la Iglesia, con lo que concede mucho valor a las posibilidades e importancia de la misma. Pero las novedades más importantes tal vez sean el tratamiento monográfico del trabajo como objeto de una encíclica, en un enfoque integral y orgánico, por un lado. Y la importancia inédita del trabajo en la cuestión social, por otro. Es cierto que hasta el momento se había defendido al trabajo como instrumento de santificación, se había rechazado su concepción mercantil, y se había reiterado, tal vez tímida y de manera algo difusa, su condición de título de dominio o fuente de propiedad. Juan Pablo II llega más lejos, definiendo al trabajo, primero, como la clave esencial de la cuestión social; y segundo, como una clave que se ha puesto de relieve en el pasado, pero quizá de forma insuficiente (3b).
Naturaleza del trabajo
El trabajo forma parte de la vida del hombre, tanto del hombre actual como del hombre en estado de inocencia antes del pecado original. El trabajo era ya un mandato de Dios a nuestros primeros padres, que ordenaba dominar la tierra, aunque después del pecado adquiere la dimensión de la necesidad como castigo. El trabajo es precisamente el instrumento que Dios ha concedido al hombre para dominar la tierra. El trabajo hace al hombre más dueño de la tierra, confirma su dominio, y enlaza con su condición de criatura a imagen de Dios, Creador, en un fenómeno que es universal y personal a la vez.
El trabajo tiene una doble dimensión, objetiva y subjetiva. La primera se refiere al dominio efectivo, al hecho en sí de la transformación de la naturaleza, donde la industrialización y la técnica son simples instrumentos de la producción para un trabajo más eficaz, y donde el hombre sigue siendo el sujeto del trabajo. Pueden convertirse estas herramientas en elementos alienantes cuando suplantan la responsabilidad humana o esclavizan al hombre. El trabajo en sentido subjetivo se refiere a la relación entre el trabajo y su sujeto, el hombre, como imagen de Dios, y con capacidad para actuar de forma libre y racional. Frente a otras épocas donde el trabajo era algo indigno, el cristianismo ha dignificado el trabajo cuando Dios mismo encarnado trabajó, e hizo de su trabajo un evangelio sobre su valor, que no está en el tipo de trabajo sino en la condición humana de su titular. Por eso la fuente de la dignidad del trabajo no está en su dimensión objetiva sino en la subjetiva.
Su fundamento es el hombre mismo, de tal manera que el hombre, aún llamado al trabajo, no está en función del trabajo, sino el trabajo en función del hombre. Este magisterio sobre el trabajo rechaza tanto la concepción marxista, que estima que el hombre es un producto social del trabajo, como la concepción liberal, que estima que el trabajo es una mercancía (4-6).El trabajo visto desde la perspectiva de la técnica está muy determinado por el desarrollo enorme de los medios de producción, especialmente en el último siglo. Se trata de algo positivo, siempre que la dimensión objetiva del trabajo no prevalezca sobre la subjetiva. Precisamente la sociedad materialista ha concedido prioridad a la primera sobre la segunda, llegando a concebir al hombre como un instrumento de la producción, como una mercancía. Es lo que conocemos como economía liberal o sistema económico capitalista, aunque este error puede producirse en todo sistema productivo, sea capitalista o no, donde el hombre no sea centro y objetivo de la economía.
Sin duda, el desarrollo de la técnica ha cambiado la situación del trabajo, pero lejos de aliviarle y facilitarle la tarea, ha provocado el dominio de la máquina sobre el hombre, privándole de su justa ganancia y empeorando sus condiciones de trabajo hasta la degradación, en el extremo de aquella rápida e inhumana primera industrialización, que no redujo las injusticias. Esta situación había sido favorecida por una concepción liberal de la economía, donde el factor eficiente no es el trabajo sino el capital, donde sólo al dinero corresponde la iniciativa y el protagonismo, y el trabajo es un mero instrumento de la producción. La dignidad del trabajo tiene una dimensión moral que es necesario preservar; procede de su carácter de función humana; y tiene en la fatiga, consecuencia del pecado, un bien para el hombre, que expresa y aumenta su dignidad. El trabajo se convierte así en una virtud con una dimensión personal, familiar y social, que nos hace más hombres y en consecuencia mejor imagen de Dios (7-10). Puede constatarse una violación sistemática de la dignidad del trabajo cuando éste es escaso, cuando el salario es injusto o no concede seguridad al obrero y a su familia.
Trabajo y marxismo
Niega implícitamente Juan Pablo II al marxismo la condición de portavoz de la clase obrera, y aunque reconoce el problema real entre clases, niega que este conflicto pueda convertirse en “lucha programada de clases”, transformada en método ideológico y en acción política. Analiza el Papa el sentido de las relaciones entre trabajo y capital, concluyendo que están interrelacionados y que no pueden oponerse, porque ambos son necesarios. El Papa niega a la lucha de clases la virtud de traer justicia social, y niega legitimidad moral para enfrentar en odios irreconciliables a los hombres, porque detrás de las estructuras están los seres humanos.
Capital y capitalismo
La distinción entre causa eficiente e instrumental no sólo es un alegato contra la lucha de clases, factores en conflicto desde una base real de injusticia, sino que supone también y sobre todo una negación del liberalismo capitalista cuando reivindica la primacía del trabajo sobre las cosas, que están subordinadas al trabajo.
El Papa habla desde la lógica cuando afirma que no se pueden oponer capital-trabajo como elementos de la producción, ni a los hombres que hay detrás de ellos. Pero a continuación reclama el Papa un sistema nuevo, que será justo si supera la antinomia capital-trabajo, concediendo todo el protagonismo a la causa eficiente y devolviendo al capital su condición de mera herramienta que, como todos los medios, es simple mercancía no titular de propiedad de los medios de producción, que se adquiere sobre todo mediante el trabajo (14c).
El trabajo es espiritual y personal, y el capital es material, y por lo tanto las personas son más importantes que las cosas. Estamos ante una afirmación que va más allá de la conveniencia del contrato de sociedad frente al régimen de salariado, como enseñaba Pío XI, para afirmar su justicia y necesidad (11-15).
Es cierto que Pío XI hablaba en Quadragesimo Anno sobre las injustas pretensiones del trabajo que no valoran el riesgo ni la iniciativa del dinero. Pero también es cierto que una cosa es valorar o remunerar, y otra cosa muy distinta es entregarle todo el protagonismo en el proceso productivo.El problema viene de una concepción de la economía que no respeta los derechos del hombre porque se asienta en el criterio del máximo beneficio, frente a los derechos objetivos del trabajo, que deben presidir las relaciones laborales, el sistema económico de la sociedad y las relaciones económicas internacionales (16-18).El Papa no deja de ver al salario como una forma provisional o si se quiere como la forma establecida o vigente de acceso al uso común de los bienes. Por eso insiste: en el contexto actual, la remuneración del trabajo es la forma más adecuada de cumplir con la justicia en las relaciones entre el empresario directo y el trabajador, respetando los derechos inalienables del hombre en relación a su trabajo.
El Papa observa las relaciones económicas donde el trabajo está subordinado al capital como una organización caduca, que tiene que modificar sus presupuestos hacia un modelo distinto donde el trabajo no sea mercancía sino protagonista. Sabe sin embargo que este deseo aunque justo no está próximo. Por eso habla de soluciones temporales mientras se consigue una transformación de valores donde las cosas no tengan primacía sobre las personas. Insiste el Papa que el salario es la verificación clave de la justicia en las relaciones laborales.
Y tal justicia exige un salario justo, que será tal, en principio, si es capaz de proporcionar una vida justa al operario y a su familia. Habla después del salario familiar, que debe permitir a la esposa escoger en libertad entre el trabajo remunerado fuera de casa o el gozo responsable de la educación de sus hijos. El Papa aquí se desmarca de la filosofía pseudo progresista en circulación y defiende la revalorización de las funciones tradicionalmente femeninas desde el respeto a la libertad real de cada cual, como una tarea noble, elevada y que hace a la mujer insustituible. Ha llegado una época en que la mujer es denostada por quedarse en casa, o sencillamente no puede quedarse en casa porque los ingresos insuficientes de su marido no se lo permiten. Habla de cometidos primarios de la misión materna hacia la familia, y que el bien de la sociedad y de la familia reclaman a la mujer como custodio de la misma. El Papa enseña que es incorrecto obligarla al trabajo fuera de casa contra su voluntad (19).
Necesidad de sindicatos auténticos
Atribuye el Papa a los sindicatos la defensa de los intereses vitales o existenciales de los trabajadores de todos los sectores donde entran en juego sus derechos, como papel esencial en las sociedades industrializadas. Les atribuye un carácter de asociaciones para la lucha por el bien de los trabajadores, por la justicia social; también les atribuye una función educativa y de promoción socio-cultural. Y les niega el sentido de instrumento para la lucha de clases, para la lucha contra los demás; la vinculación estrecha con los partidos políticos y un enfoque de la lucha sindical con motivaciones políticas.Con respecto a la huelga, enseña que es legítima, aunque un recurso extremo.
Este derecho, que debe legalmente garantizarse en la práctica, está limitado por la situación general de la economía nacional y por el respeto al bien común en el caso de servicios esenciales para la sociedad. No es legítimo paralizar la vida económica de la sociedad (20). También Pablo VI (vid. “Octogesima Adveniens”, 14), hablaba de una huelga ilícita cuando tiene fines políticos y hablaba del respeto debido a los servicios esenciales de la sociedad como límite al derecho de huelga.
Conclusión
Pasa el tiempo y los enemigos de la Iglesia reiteran viejos y tópicos argumentos, pero sobre todo injustos. La labor asistencial de la Iglesia, superior porcentualmente desde el punto de vista de los recursos disponibles al propio Estado del Bienestar, es una expresión del amor de Dios a los hombres, es una misión que Dios encarga a sus discípulos, es una manifestación del mandamiento divino del amor al prójimo…, pero no agota las posibilidades de la Doctrina Social de la Iglesia, que exige cambios profundos, incluso revolucionarios, en la estructura económica y social. La Iglesia con su caridad no es una rémora para la transformación social... Los pobres quieren menos promesas incumplidas de románticos inconsecuentes y más alivio en presente a su hambre y tristeza de siglos.
Pero Juan Pablo II también reclama de los cristianos esfuerzo y lucha para sustituir las estructuras de pecado por una economía y una legislación civil de acuerdo con los planes de Dios.La Doctrina Social de la Iglesia se erige en la conciencia del mundo. Otra cosa es que el mundo quiera escuchar, primero, para cumplir con sus obligaciones, después. Pero eso será responsabilidad del mundo, no de la Iglesia.
No deben olvidarse sin embargo aquellas palabras dramáticas del santo Padre Juan Pablo II: los laicos no traducen la Doctrina Social de la Iglesia en comportamiento concreto porque “no se enseña ni se conoce adecuadamente”, aunque se trate de una “parte indispensable de una formación cristiana completa”  (Pontificio Consejo Justicia y Paz. COMPENDIO DE LA DOCTRINA SOCIAL DE LA  IGLESIA, 528).
Si Gilbert Keith Chesterton, el famoso e ilustre converso inglés, se ha puesto de moda como ejemplo de católico que encontró en el distributismo una alternativa al capitalismo sin caer en el socialismo, nosotros tenemos en España la figura casi desconocida del sociólogo católico don Severino Aznar Embid, que en 1921, en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, defendió la tesis de “La abolición del salariado” como resultado de una justa y pacífica evolución de la propiedad capitalista a la propiedad que nace del trabajo.

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