domingo, 23 de marzo de 2014

JESÚS Y LA SAMARITANA.

Bajo el intento del medio día, después de un largo y agotador camino, Jesús llega a Sicar, un pueblo de Samaria.
Se le ve cansado. Sus pies están hinchados de tanto caminar. Tiene los labios resecos; está sediento. Se dirige al pozo y se sienta en el Brocal; espera que alguien se acerque.
...
Sus discípulos fueron a comprar comida.
Suponemos que también tenía hambre.
Jesús antes que nada, es un hombre necesitado.
Por eso se dirige a esa mujer que llega al pozo y le dice:
“Dame de beber” seguramente no era la primera vez que alguien le pedía agua; pero que un judío se acercara y entablara diálogo con ella, una samaritana, nunca.
El asombro de la mujer es comprensible. Jesús continúa el diálogo.
Reconoce sus necesidades ( hambre y sed) y sus carencias ( no tiene con qué sacar el agua); pero también las de ella. A partir de las necesidades humanas Jesús revela otros dones: el “agua viva” el “alimento nuevo ” El diálogo se hace cada vez más profundo.
La mujer reconoce su vacío y sus carencias: “No tengo marido” Jesús se revela como alguien sorprendente, que llena y transforma.
El conocimiento de Jesús va siendo gradual: de viajero desconocido, Jesús pasa a ser un judío enemigo; luego un hombre desconcertante, un profeta y, finalmente, el Mesías.
De aquí en adelante, una vez que la samaritana ha tenido este diálogo y encuentro con Jesús, el Mesías y Salvador, ella se convierte en apóstol, en alguien que lleva a los otros la buena noticia de Jesús:
“Vengan a ver a un hombre que me ha dicho todo lo que he hecho”.
A la luz del evangelio podemos preguntarnos:
¿Cuáles son nuestras necesidades más apremiantes?
¿De que tenemos sed?
¿Qué tanto dialogamos con el Señor?
¿Qué tanto compartimos con los otros la buena noticia de Jesús?.....
(Reflexión dominical, misal mensual)
¡¡ D E C O L O R E S !!

 

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