viernes, 15 de mayo de 2015

DECENARIO AL ESPÍRITU SANTO. DÍA PRIMERO


(Decenario de Francisca J. Del Valle)

Oración para todos los días.

Señor mío, único Dios verdadero, que tienes toda la alabanza, honra y gloria que como Dios te mereces en tus Tres Divinas Personas; que ninguna de ellas tuvo principio ni existió una después que la otra, porque las Tres son la sola Esencia Divina: que las tiene propiamente en sí tu naturaleza y son las que a tu grandeza y señoría Te dan la honra, la gloria, el honor, la alabanza, que como Dios Te mereces, porque fuera de Ti no hay honra ni gloria digna de Ti.  ¡Grandeza suma! Dime, ¿por qué permites que no sean conocidas igualmente de tus fieles las Tres Divinas Personas que en Ti existen?  Es conocida la persona del Padre; es conocida la Persona del Hijo; sólo es desconocida la tercera Persona, que es el Espíritu Santo.  ¡Oh Divina Esencia! Nos diste quien nos criara y redimiera y lo hiciste sin tasa y sin medida. Danos con esta abundancia quien nos santifique y a Ti nos lleve.  Danos tu Divino Espíritu que concluya la obra que empezó el Padre y continuó el Hijo. Pues el destinado por Ti para concluirla y rematarla es tu Santo y Divino Espíritu.  Envíale nuevamente al mundo, que el mundo no le conoce, y sin El bien sabéis Vos, mi Dios y mi todo, que no podemos lograr tu posesión; poseer por amar en esta vida y en posesión verdadera por toda la eternidad.  Así sea.   

Consideración  
Veamos en este día cuánto debemos amar al Espíritu Santo las criaturas por ser El como el motor de nuestra existencia y la causa de ser criadas para gozar eternamente de los mismos goces de Dios.  
Sabemos por la fe que hay un solo Dios verdadero y  que este Dios ni tuvo principio ni tiene fin; y aunque es un solo Dios son Tres Personas distintas a quienes llamamos Padre, Hijo y Espíritu Santo y las Tres son un solo Dios, por ser las Tres la misma Esencia Divina.  Esta Divina Esencia tiene en Sí diversos atributos; y como es un solo Dios, aunque hay en Él Tres Personas, las Tres gozan y tienen la misma sabiduría, la misma bondad, la misma caridad, la misma misericordia, el mismo poder y la misma justicia. Sin embargo, estas Tres Divinas Personas tienen, como repartidos entre Sí, estos divinos atributos.  El Padre tiene como propios y como cosa que a Él le pertenece, el poder y la justicia; el Hijo, la sabiduría y la misericordia, y el Espíritu Santo, que de los dos procede, la caridad y la bondad.  Este Dios, tres veces Santo, es, por naturaleza, manantial de toda dicha y ventura, de toda felicidad y grandeza, de todo poder y gloria, por ser Él quien es único y sin principio, pues todo lo demás que no es Dios todo tuvo principio y todo cuanto tuvo principio todo es de Dios y depende su existencia de la voluntad de Dios.  Todo cuanto hay en los Cielos y en la tierra, todo..., todo... depende de su querer, y si Él quisiera, los Cielos y cuanto hay en ellos, la tierra y cuantos habitantes hay en ella, todo, en el instante mismo  de quererlo Dios, todo desaparecería y se quedaría todo como en la nada, de donde Dios lo sacó; y mientras tanto, quedaba Él en la misma grandeza y señorío, en las mismas felicidades, dichas, venturas y glorias, con los mismos poderíos y hermosuras; porque fuera de Él, nada..., nada... de cuanto existe, Le puede aumentar a Dios ni un pequeño punto de su grandeza, de su hermosura, de su felicidad, de su dicha, de su poder, de su gloria; en fin, de todo lo que es; porque Él es la única cosa que es; las demás cosas que existen no somos nada. 

Pues, siendo quien es, y lo que es, y que fuera de El no hay nada que Le pueda hacer feliz, vedle allá, en aquellas eternidades de su existencia, siempre..., siempre..., porque las eternidades dentro de El estuvieron... y vida de Él recibieron, pues Él fue quien las formó, pues en todas aquellas grandezas, felicidades, dichas, hermosuras, glorias y poderíos, sin que jamás ninguno se lo pueda arrebatar, porque nadie existe sino Él; Él es la vida, y el único que vive con propia vida, y por ser Él la vida, jamás puede morir; su naturaleza divina encierra y lleva dentro de Sí más felicidades, dichas, hermosuras, grandezas y glorias que gotas de agua encierran en sí todos los mares, ríos y fuentes; y esta naturaleza divina de Dios está siempre como el panal de miel, destilando de Sí lo que en Sí encierra, y como fuente siempre  perenne, porque su manantial es infinito e inmenso, y de Sí despide raudales inmensos de todas las hermosuras que en Sí encierra aquella infinita bondad de Dios, que es atributo divino y que le tiene el Espíritu Santo como cosa que a Él le pertenece.  Vedle como si algo le faltara, porque no tiene a quien dar aquellas dichas y felicidades que de Sí despide aquella Divina Esencia, porque la bondad es, como su carácter natural, el ser comunicativo y hacer a cuantos pueda participantes de lo que Él tiene y posee; y, ¿a quién va Dios a dar y hacer participante de lo que Él tiene si nadie existe sino Él?  Si las Tres distintas Personas que tiene en Sí esta Divina Esencia, las Tres son la misma cosa, el solo Dios, ¿pues cómo saciar este su deseo del Espíritu Santo?; ¿de qué medios se valdrá para que este atributo divino se satisfaga?  Ved lo que Él mismo nos enseña que hizo: con su atributo de bondad hizo fuerza a todos los demás atributos que hay en Dios, y todos unidos, como lo están siempre, Po r ser propiedad natural de la divina Esencia, todos hicieron fuerza a la voluntad y querer de Dios, para que con su poder crease seres que, sin ser dioses, puedan participar de sus grandezas, de sus  hermosuras, de sus felicidades, dichas y glorias; en fin, de todo aquello que brota de Sí su Divina Esencia y lo disfruten mientras Dios sea lo que es, es decir, la única cosa que es y que no tiene fin, ni le puede tener jamás; la  voluntad y querer de Dios aceptó lo que pedían sus atributos divinos, y ved aquí cómo el Espíritu Santo es como el motor de nuestra existencia y la causa de haber sido criados para tanta dicha y ventura.  ¿Y cómo agradecer al Espíritu Santo este beneficio si no se Le conoce?  Yo por mí confieso que hasta que este mi inolvidable Maestro no me enseñó esta verdad yo nunca supe tal cosa. ¿Cómo yo Le iba a agradecer al Espíritu Santo este beneficio sin saberlo?; de aquí, Señor, la grande pena de mi corazón el que no eres conocido.  ¿Y cómo vas a ser amado si no eres conocido? ¿Y quién Te conocerá, Señor, como Tú eres si Tú mismo no Te das a conocer?  ¡Oh Santo y Divino Espíritu! ¡Bondad suma y caridad inmensa, que siendo piélago inmenso de inmensas dichas y glorias, como si algo Te faltara, porque no tenías a nadie a quien comunicar y dar lo que Tú tienes!  ¡Oh qué mal correspondemos a tan inmenso beneficio! ¡Qué poco apreciamos los inmensos bienes que Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, has querido darnos con tanta liberalidad y largueza, sin tasa y sin medida, metiéndonos en aquel piélago inmenso que en Ti existe, para que eternamente, con tu misma dicha, seamos eternamente dichosos; con tu misma felicidad, seamos eternamente felices; con tus hermosuras, hacernos eternamente amables a tus divinos ojos; con tu grandeza, hacernos grandes sobre todo lo bello y hermoso que en los Cielos existe y criaste sólo para nuestro placer y contento!  ¡Oh quien me diera recorrer el mundo todo y hablar a los hombres de Ti para que supieran lo que Tú nos has proporcionado para toda la eternidad y empezaran a amarte, quererte y servirte ahora en esta presente vida! ¡Oh Maestro mío, mi todo, en todas las cosas! ¡Si cuando estén en posesión de Ti pudieran tener alguna pena, como en esta vida sucede, no tendrían otra alguna que la de no haberte conocido para a Ti sólo haberte amado!  Pues, ¡Bondad suma! Ven, sal a nuestro encuentro y hazte conocer de todos los hombres, para que en este destierro no caminemos sin tu compañía. Sé Tú, ¡oh Santo y Divino Espíritu!, la luz que nos alumbre por los desconocidos caminos que a Ti conducen, el hábil Maestro que destruya nuestra ignorancia y rudeza y nos enseñéis, como Madre cariñosa, a balbucear cuando estemos en la presencia del Señor, para que, enseñados por Vos en todo no nos hagamos indignos de gozar lo que tu infinita bondad nos tiene ya preparado y de ello y de Vos gocemos por los siglos sin fin. Amén.
 
Letanía del Espíritu Santo  
Señor. Tened piedad de nosotros.  Jesucristo. Tened piedad de nosotros  Señor. Tened piedad de nosotros.  De todo regalo y comodidad. Libradnos Espíritu Santo.  De querer buscar o desear algo que no seáis Vos. Libradnos Espíritu Santo.  De todo lo que te desagrade. Libradnos Espíritu Santo.  De todo pecado e imperfección y de todo mal. Libradnos Espíritu Santo.  Padre amantísimo. Perdónanos.  Divino Verbo. Ten misericordia de nosotros.  Santo y Divino Espíritu. No nos dejes hasta ponernos en la posesión de la Divina  Esencia, Cielo de los cielos.  Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Enviadnos al divino Consolador.  Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo. Llenadnos de los dones de vuestro espíritu.  Cordero de Dios, que borráis los pecados del mundo, haced que crezcan en nosotros los frutos del Espíritu Santo.  Ven, ¡oh Santo Espíritu!, llena los corazones de tus fieles y enciende en ellos el fuego de tu amor.  Envía tu Espíritu y serán creados y renovarán la faz de la tierra.  Oremos: Oh Dios, que habéis instruido los corazones de los fieles con la luz del Espíritu Santo, concedednos, según el mismo Espíritu, conocer las cosas rectas y gozar siempre de sus divinos consuelos. Por Jesucristo, Señor nuestro. Así sea.  

Obsequio al Espíritu Santo para este día primero  
El obsequio que hemos de hacer hoy a este Santo y Divino Espíritu es el que con entera voluntad nos resolvamos a amar a Dios, sólo por ser quien es, no por lo que nos da ni por lo que nos ha prometido, no; y que este amor sea desinteresado de tal manera que no nos mueva el amarle ni la virtud que da, ni la gracia que aumenta, ni los dones que regala, ni  los hermosos frutos que ofrece, ni las dulzuras y consuelos con que deleita; que no le amemos ni por la amistad y trato familiar que Él tiene con los que así Le buscan, ni por lo que endiosa y transforma, ni por los desposorios que con el alma celebra, ni por las bodas que realiza; por nada, sino por Él mismo, que es el Cielo de los mismos cielos, única cosa que existe digna de ser amada.  ¡Oh qué fino y delicado es en el amor que tiene al que Le ama con este amor desinteresado! Los cielos que crió para premio de los que Le habían de servir, Le parecieron poco a este apasionado amante.  Por eso se determinó que el premio que había de dar a los que con amor puro y desinteresado Le amen, fuese dárseles Él mismo en posesión por amor en esta vida, haciendo de los dos amores un solo amor, para que, con el mismo amor, se amen y en el mismo grado los dos se correspondan.  ¡Oh hasta dónde llega su infinita bondad para con nosotros sus criaturas!  ¡Hasta querer darnos su amor para que con él Le amemos!  Este amor le da el Espíritu Santo y este amor es con el que Dios quiere ser honrado.  Pidámosle a este Santo y Divino Espíritu y no cesemos de pedírselo hasta que le hayamos conseguido.  Segunda resolución: entrar dentro de nosotros y con energía arranquemos de nuestro corazón todo afecto que hallemos, grande o  pequeño a cosas o a criaturas, y decir con firme resolución: Señor, desde hoy, y en lo que se refiere a amar, voy a vivir como si Vos y yo solos  viviéramos en el mundo, seguros de que el Espíritu Santo nos dará la gracia que necesitamos para llevar a cabo nuestras resoluciones hasta exhalar el último suspiro.  Así sea.  

Oración final para todos los días  
Santo y Divino Espíritu, que por Ti fuimos criados y sin otro fin que el de gozar por los siglos sin fin de la dicha de Dios y gozar  de Él, con Él, de sus hermosuras y glorias. ¡Mira, Divino Espíritu, que habiendo sido llamado por Ti todo el género humano a gozar de esta dicha, es muy corto el número de los que viven con las disposiciones que Tú exiges para adquirirla!  ¡Mira, Santidad suma! ¡Bondad y caridad infinita, que no es tanto por malicia como por ignorancia! ¡Mira que no Te conocen! ¡Si Te conocieran no lo harían!  ¡Están tan oscurecidas hoy las inteligencias que no pueden conocer la verdad de tu existencia!  ¡Ven, Santo y Divino Espíritu! Ven; desciende a la  tierra e ilumina las inteligencias de todos los hombres.  Yo te aseguro, Señor, que con la claridad y hermosura de tu luz, muchas inteligencias Te han de conocer, servir y amar.  ¡Señor, que a la claridad de tu luz y a la herida de tu amor nadie puede resistir ni vacilar!  Recuerda, Señor, lo ocurrido en aquel hombre tan famoso de Damasco, al principio que estableciste tu Iglesia. ¡Mira cómo odiaba y perseguía de muerte a los primeros cristianos!  ¡Recuerda, Señor, con qué furia salió con su caballo, a quien también puso furioso y precipitadamente corría en busca de los cristianos para pasar a cuchillo a cuantos hallaba!  ¡Mira, Señor!, mira lo que fue; a pesar del intento que llevaba, le iluminaste con tu luz su oscura y ciega inteligencia, le heriste con la llama de tu amor y al punto Te conoce; le dices quién eres, Te sigue, Te ama y no has tenido, ni entre tus apóstoles, defensor más acérrimo de tu Persona, de tu honra, de tu gloria, de tu nombre, de tu Iglesia y de todo lo que a Ti, Dios nuestro, se refería.  Hizo por Ti cuanto pudo y dio la vida por Ti; mira, Señor, lo que vino a hacer por Ti apenas Te conoció el que, cuando no Te conocía, era de tus mayores perseguidores. ¡Señor, da y espera!  ¡Mira, Señor, que no es fácil cosa el resistir a tu luz, ni a tu herida, cuando con amor hieres!  Pues ven y si a la claridad de tu luz no logran las inteligencias el conocerte, ven como fuego que eres y prende en todos los corazones que existen hoy sobre la tierra.  ¡Señor, yo Te juro por quien eres que si esto haces ninguno resistirá al ímpetu de tu amor!  ¡Es verdad, Señor, que las piedras son como insensibles al fuego! ¡Pena grande, pero se derrite el bronce! ¡Mira, Señor, que las piedras son pocas, porque es muy pequeño el número de los que, después de conocerte, Te han abandonado! ¡La mayoría, que es inmensa, nunca Te han conocido!  Pon en todos estos corazones la llama divina de tu amor y verás cómo Te dicen lo que Te dijo aquel tu perseguidor de Damasco: “Señor, ¿qué quieres que haga?”  ¡Oh Maestro divino! ¡Oh consolador único de los corazones que Te aman! ¡Mira hoy a todos los que Te sirven con la grande pena de no verte amado porque no eres conocido!  ¡Ven a consolarlos, consolador divino!, que olvidados de sí, ni quieren, ni piden, ni claman, ni desean cosa alguna sino a Ti, y a Ti como luz y como fuego para que incendies la tierra de un confín a otro confín, para tener el consuelo en esta vida de verte conocido, amado, servido de todas tus criaturas, para que en todos se cumplan tus amorosos designios y todos los que ahora existimos en la tierra, y los que han de existir hasta el fin del mundo, todos te alabemos y bendigamos en tu divina presencia por los siglos sin fin. Así sea.    

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