martes, 26 de mayo de 2015

HOY, SAN FELIPE NERI

SAN FELIPE NERI, EL SANTO DE LA ALEGRÍA.
Por donde anduviera, difundía la alegría de la santidad, de manera que a su lado la satisfacción efímera del pecado no pasaba de ser una grotesca caricatura.

Felipe Rómulo Neri nació en un barrio popular de Florencia, el 22 de julio de 1515. Cuando tenía 18 años, su padre, Francisco, lo mandó a casa de un tío, en San Germano, para que aprendiera el oficio de comerciante. De la hermosa ciudad que lo vio nacer, y que dejaba para siempre, conservaría como un tesoro la formación religiosa que le habían dado los dominicos del convento de San Marcos: “Todo lo que tengo de bueno, lo he recibido de los frailes de San Marcos”, 3 repetiría a lo largo de su vida.
No obstante, su vocación no era la mercantil. Decepcionado con las perspectivas de un lucro que hoy se gana y mañana se pierde, estaba mucho más interesado por acumular tesoros en el Cielo, “donde no hay polilla ni herrumbre que los consuma, ni ladrones que perforen y roben” (Mt 6, 20). Al año siguiente se fue a Roma y abandonó a su tío y sus negocios.
El tema de una vocación “oficial” no se le planteaba a este joven, decidido ya a entregarse a Dios. No quería ser sacerdote en ese momento, ni ir a ningún convento, ni integrarse en cualquiera de las instituciones eclesiales de aquella época. Entretanto, difícilmente encontraremos en el clero, los claustros o cofradías de aquel siglo persona más devota que él. Desde su juventud, Felipe tenía una característica especial para escapar de los moldes habituales, porque pretendía demostrar que la única regla perfecta en sí misma es la caridad y ninguna disciplina tiene valor alguno cuando se aparta de la obediencia a Jesucristo.
De hecho, en el mundo llevaba una vida espiritual admirable. Consiguió asilo en casa de un noble florentino, que se había establecido en la Ciudad Eterna, y allí quiso pasar varios años aislado, orando y con severa penitencia. Frecuentaba con avidez la Roma Antigua, dejándose estar largas horas en oración en los sagrados lugares. Años más tarde se sintió atraído por estudiar Filosofía y Teología, llegando a sorprender a los maestros de las universidades de la Sapienza y de la del Studium agustiniano alver el vuelo intelectual que tenía ese hombre que vivía como un mendigo.
Esta temporada de estudios fue altamente fecunda, hasta el punto de servirle para el resto de su vida y darle la justificada fama de poseer una sabiduría en nada inferior a la de los teólogos más grandes que esa época conoció. Santo Tomás de Aquino sería para siempre su maestro; la Suma Teológica, su libro de cabecera.

Difundía la alegría de la santidad
En poco tiempo empezó a comentarse por toda la urbe la santidad de ese peregrino de vida edificante. Solidificado en la virtud, por un largo período de recogimiento, sintió que la hora de iniciar su obra evangelizadora había llegado. Para ello, escogió las zonas más pobres y “en todos los barrios, incluso en los de peor fama, predicaba al aire libre a oyentes benévolos y obtenía conversiones extraordinarias”. 4 Su forma de interpelar a un pecador consistía en poner la mano en el hombro, en el sitio donde se lo encontrase, y decirle “Vamos a ver, hermano, ¿es hoy cuando nos hemos decidido a comportarnos bien?”.5
Estaba dotado de un gran atractivo personal y difundía a su alrededor la alegría de la santidad, de maneura que a su lado la satisfacción efímera San Felipedel pecado no pasaba de ser una grotesca caricatura. Todos querían estar cerca de él y recibir el desbordamiento de su amor a Dios. Los jóvenes se apiñaban para oírle hablar de las cosas del Cielo y para jugar juntos, en ruidosa algazara. Dirigiéndose a un adulto quisquilloso que se quejaba del griterío le respondió con un sencillo argumento: “¡Ellos no están cometiendo ningún pecado!”6 De hecho, en el innovador método de evangelización de este apóstol laico estaba todo permitido, menos el pecado y la tristeza.

Así era la amistad de estos santos...
Lanzado en un incansable apostolado junto al lecho de los enfermos, Felipe liberó de la desesperación y condujo hasta la muerte santa a muchos moribundos. Junto con su confesor, el P. Persiano Rosa, fundaron en 1548 la Confraternidad de la Santísima Trinidad, destinada a atender a convalecientes y peregrinos.
San Ignacio de Loyola se daba cuenta de la valía de Felipe y le hizo reiteradas invitaciones para que ingresara en la Compañía de Jesús, pero prefirió continuar en su condición de pietoso lazzarone (mendigo miserable).
Admirado por la legión de personas que movidas por sus palabras abrazaban la vida consagrada, San Ignacio le apodaba de “campana”, y lo explica así: “Al igual que la campana de una parroquia que llama a las gentes a entrar en la iglesia, pero permanece en su sitio, este hombre apostólico hace que otros entren a la vida religiosa y él se queda afuera”.7 En contrapartida, Felipe —que se sentía llamado a suscitar religiosos, aunque no para ser uno de ellos— manifestaba un gran entusiasmo hacia el convertido de Manresa, de quien llegara a afirmar que nunca contemplaba su fisonomía sin verlo resplandeciente como un ángel de luz. Así era la amistad de estos santos.

Santas peripecias
Entre los historiadores que retrataron la imagen de este insigne santo se encontraban algunos que lo describieron con trazos inexactos, como si fuese un cómico, interesado sólo en despertar la risa con sus dichos jocosos. En realidad, la alegría de este varón sobrenatural provenía de su unión con Dios, de sentir en su interior la presencia consoladora del Espíritu Santo y poder comunicarla al mundo. Conocía mejor que nadie la inmensa riqueza que significa la posesión del estado de gracia, un bien preciosísimo en comparación al cual nada tiene ningún valor. La consideración de los misterios divinos lo colmaba de inmensa felicidad, de la que brotaba esa peculiar actividad evangelizadora.
Sus pintorescos métodos llenos de vivacidad los empleaba con mucho criterio y en el momento oportuno, buscando siempre extirpar o ridiculizar el error, conducir a la virtud y, de vez en cuando, ocultar su santidad o sus dones sobrenaturales. Así, por ejemplo, si un penitente omitía en la confesión algún pecado, le decía: “Te falta tal pecado”. Y si alguien le preguntaba: “¿Cómo sabe que cometí también ese pecado?”, su respuesta era: “Por el color de tu pelo”.10 Evitaba de esta manera revelar el don de discernimiento espiritual con el que la Providencia lo había dotado.
Felipe obtenía de Dios el favor de muchos milagros, que el pueblo no dejaba de relacionarlos con la eficacia de sus oraciones. Para evitar esto, llevaba consigo con una gran bolsa sobre la que afirmaba que contenía preciosas reliquias. Tocaba a los enfermos con ella y si alguno se curaba entonces atribuía el hecho al poder de las reliquias. Este argumento convenció a muchos, hasta el día en que se hizo un gran descubrimiento: ¡la bolsa estaba vacía!
En cierta ocasión, dos sacerdotes del Oratorio tuvieron un serio enfrentamiento y no querían avenirse a razones. Felipe los llamó a su presencia y, en nombre de la santa obediencia, les mandó a cada uno que cantase y bailase una música folklórica para el otro. Con este inusitado espectáculo se obró la reconciliación.
En una “peregrinación a las siete iglesias”, San Felipe se dio cuenta de la presencia de una dama de la nobleza que ostentaba un faustoso vestido, joyas y gran peinado. Al percatarse de que tal señora no andaba tan preocupada con las cosas de Dios como por su apariencia personal, el santo le colgó de la nariz sus propias gafas. El público estalló en sonoras carcajadas. Ella entendió la lección y terminó con devoto recogimiento el ejercicio empezado con frivolidad.
Podríamos multiplicar indefinidamente el relato de episodios como éstos, todos sorprendentes, llenos de candidez y de presencia de espíritu.

“¡He aquí la Fuente de toda mi alegría!”
San FelipeSan Felipe Neri dejó este mundo a los 80 años. Según el Cardenal Ángelo Bagnasco, vivió en una época en la cual “la Iglesia conoció un insólito florecimiento —sería mejor decir una ‘auténtica concentración'— de santos y santas que, por número y calidad, difícilmente se encuentra en la Historia de la Iglesia”.11 En este contexto su papel no fue nada pequeño.
Su amor a la Iglesia, su entrañada devoción a la Misa y a la Virgen Santísima, sumados a su disposición de servir al prójimo, produjeron copiosos frutos. Sufrió lo inenarrable a causa de una frágil salud, persecuciones y envidias, sin que por ello perdiera la sonrisa, mantenida siempre con heroísmo. El día de su muerte, el 26 de mayo de 1595, aún celebró Misa, atendió varias confesiones y mantuvo con los sacerdotes del Oratorio unas últimas horas de convivencia. Cuando recibió el Viático pronunció estas palabras, resumen de su existencia: “¡He aquí la Fuente de toda mi alegría!”.12
La Congregación que él fundó, innovadora en muchos aspectos, asumió la misión de continuar su obra basada en la caridad, exenta de rígidas normas que pudieran restringir una actividad evangelizadora a ser ejercida en medio del mundo, en beneficio de las almas inmersas en las preocupaciones mundanas.
Aún se conservan hasta hoy, como elocuentes testigos del “pentecostés” de San Felipe Neri, sus dos costillas arqueadas: una en el Oratorio de Roma y la otra en el de Nápoles. Estas preciosas reliquias parece que proclamasen a sus hijos espirituales y a todas las almas llamadas a la labor apostólica: “Los hombres que dejan que su corazón sea moldeado por la acción del Espíritu Santo son los que verdaderamente colaboran para renovar la faz de la Tierra”.
 
(Revista Heraldos del Evangelio, Mayo/2010, n. 101)

 
 
Felipe será el gran Santo de Roma. Horas inacabables de confesonario... Procesiones interminables cada día de iglesia en iglesia con la gente humilde, a la que enseña a rezar y a vivir bien... Atención a pobres y a enfermos, porque es un héroe de la caridad... Horas y horas con turbas de niños, con los que juega y se divierte, aunque los mayores no entienden cómo los aguanta. Pero él contesta: Con tal que no ofendan a Dios, si les gusta pueden cortar leña sobre mis espaldas. Y se dirige a los niños: ¡A jugar y a divertirse todo lo que se pueda! Lo único que os pido es que no cometáis nunca un pecado mortal...
 
Gasta buen humor hasta con Dios en sus oraciones. Muy humilde, le dice a Dios: No te fíes de Felipe, pues hoy mismo te puede abandonar y hacerse turco. Entonces era eso como hoy abandonar la Iglesia Católica y pasarse al peor enemigo... Le hace también poemas a Dios, como cuando le dice: Yo amo y no puedo dejar de amar. Quiero que, por un buen cambio, Tú seas yo, y yo sea Tú. Dios responde a oraciones tan bellas concediendo a Felipe una oración altísima.
 
Es muy conocido el fenómeno del corazón: se le inflamó de tal modo que le estalló y le dobló dos o tres costillas... Al celebrar la Misa, se quedaba absorto, fijos los ojos en la Sagrada Hostia después de la consagración... El monaguillo se escapaba de la iglesia y lo dejaba solo en el altar. Regresaba al cabo de dos horas, Felipe volvía en sí, y proseguía la celebración...
 
Incomprendido a veces o acusado falsamente, nunca se defendía. Tan penitente, que casi no comía, y como enflaquecía mucho y se lo hacían notar, él respondía con su clásico buen humor: No, si lo que pasa es que no quiero engordar... Dios le recompensaba con tal fervor en la oración y tanta felicidad espiritual, que exclamaba con frecuencia: ¡Basta, Señor, basta, que no puedo con tanta dicha!...
 
Más de una vez ha intentado el Papa nombrarlo Cardenal. Felipe lo rechaza siempre, pero sin despreciar ni ofender. Cuando se lo comunican, toma su bonete viejo, lo lanza al aire haciendo piruetas, y exclama riendo: ¡Cielo, cielo, que no cardenalatos quiero!...
 
Llegado el último día, Felipe Neri tenía que morir con el buen humor con que había vivido. Era el 25 de Mayo de 1595. Se levanta, dice la Misa como de costumbre, se confiesa, reza, y da a sus discípulos del Oratorio un brazo. Se acuesta otra vez, y pregunta en medio de la noche: -¿Qué hora es? -Las tres. -¿Las tres? Tres y dos son cinco, tres y tres son seis, y a las seis la partida... A las seis se iba al Cielo.



Poco antes de morir, quemó todos sus escritos y por lo tanto se conserva muy poco, la mayor parte en correspondencia. Pero, se conservan bastantes anécdotas de este santo que repartía alegría a pesar de haber sufrido la incomprensión de muchos.

Alegría- “El Señor es bueno. ¿Cómo no va a alegrarse de que sus hijos nos riamos? La tristeza nos hace doblar el cuello y no nos permite mirar el Cielo. Debemos combatir la tristeza, no la alegría.”
- “El servidor de Dios debe estar siempre alegre”
- “Estén alegres para que no estén en pecado”.
- ¡Pasé este día y después estoy contento!
- ¡Escrúpulos y melancolía fuera de la casa mía!”


Dios y nuestra relación con Él

- “Quien quiera algo que no sea Cristo, no sabe lo que quiere; quien pida algo que no sea Cristo, no sabe lo que pide; quien no trabaje por Cristo, no sabe lo que hace.”
- “¿Como es posible que alguien que cree en Dios pueda amar algo fuera de Él?”
- “¿Oh Señor que eres tan adorable y me has mandado a amarte, por qué me diste tan solo un corazón y este tan pequeño?”
- Al oír sobre la secularización de los sacerdotes: “¡No conocen a Dios, no conocen a Dios! ¿Cómo lo iban a cambiar por una mujer?”


Virgen María
- “Hijos míos, ¡sed devotos de María!: sé lo que os digo. ¡Sed devotos de María!".
- Cuando la Virgen María le curó de una grave enfermedad: “¡Mi hermosa Señora! “Mi santa Señora! Dejadme abrazar a mi Madre que ha venido a visitarme. Por favor háganse a un lado que ha venido Nuestra Señora la Virgen María a curarme.” [Al darse cuenta de lo que estaba diciendo en voz alta, se escondió bajo las sábanas.]




San Felipe Neri, ruega por nosotros.

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