La audiencia general de este miércoles tuvo lugar a las 10,30 de la
mañana, en el Aula Pablo VI, en la que Benedicto XVI se encontró con grupos
de fieles y peregrinos provenientes de Italia y del mundo. En su discurso, el
papa siguió con el ciclo de catequesis sobre la oración y centró su
meditación en la oración de Jesús ante la muerte.
El hecho de que las palabras transmitidas por los evangelistas sean una
mezcla de hebreo y arameo indica, dijo el papa, que “han transmitido no sólo
el contenido sino incluso el sonido que esta oración ha tenido en los labios
de Jesús: escuchamos realmente las palabras de Jesús tal como fueron”.
Según el papa, las seis horas que Jesús permaneció en la cruz se dividen en
dos partes equivalentes cronológicamente.
En las primeras tres horas, desde las nueve hasta las doce, vienen las burlas
de los diferentes grupos de personas que muestran su escepticismo, que dicen
no creer. En las siguientes tres horas, desde el mediodía "hasta las
tres de la tarde", el evangelista habla sólo de la oscuridad que
descendió sobre toda la tierra.
“En la escena de la crucifixión de Jesús las tinieblas envuelven la tierra y
son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se sumerge para dar vida,
con su acto de amor”, dijo el papa.
Benedicto XVI se preguntó por el significado del grito que Jesús lanza al
Padre: "Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?".
No se trata, explicó de dudas sobre su misión o sobre la presencia del Padre:
“Jesús ora en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del
abandono; ora, sin embargo, con el Salmo, conciente de la presencia de Dios
Padre aún en esta hora, en la que se siente el drama humano de la muerte”.
En realidad Jesús sufre por todos los hombres que sufren la separación de
Dios. Y citó el
Catecismo de la Iglesia Católica: "En el amor redentor que le unía
siempre al Padre, nos asumió en nuestra separación de Dios a causa del pecado
hasta el punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: ‘¿Dios mío, Dios
mío, ¿por qué me has abandonado?’".
“El suyo es un sufrimiento en comunión con nosotros y por nosotros, que viene
del amor y lleva en sí la redención, la victoria del amor”, explicó el papa.
Al finalizar sus palabras, Benedicto XVI se dirigió en su idioma a cada uno
de los grupos lingüísticos, haciéndoles un breve resumen de sus palabras.
A los peregrinos que hablan español, les dijo: “Nuestra reflexión de hoy se
centra sobre la oración de Jesús en el momento de su muerte, según la
narración de san Marcos y san Mateo. Las seis horas de Jesús sobre la cruz,
con los insultos de diversos grupos y la oscuridad que cubrió toda la tierra,
culminan con el grito de su oración: ´Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?´». Jesús reza usando las palabras del comienzo del salmo veintidós,
en las que el salmista manifiesta no sólo el sentimiento de abandono por
parte de Dios, sino también la seguridad de su presencia en medio de su
pueblo. De esta manera, en el momento del sufrimiento y el abandono,
manifiesta su confianza en la cercanía del Padre. Además, haciendo suyo este
salmo del pueblo de Israel que sufre, Jesús carga sobre sí la pena de todos
los hombres oprimidos por el mal, y los lleva hasta el corazón de Dios con la
certeza de que su grito será escuchado en la resurrección. Así, en el momento
extremo, cuando parece que Dios está ausente y en silencio, Jesús reza
abandonándose en sus manos”.
Después saludó a los peregrinos de lengua española, y “en particular a los
sacerdotes del Colegio Sacerdotal Argentino en Roma, a los participantes en
el curso promovido por el Centro Internacional de Animación Misionera, a los
grupos venidos de España, México, Nicaragua y otros países latinoamericanos”.
Y concluyó sus palabras en español: “Que la oración de Jesús sobre la cruz
nos enseñe a dirigirnos a Dios con la certeza de que él está siempre presente
y nos escucha, y a rezar de modo especial por aquellos hermanos nuestros que
sufren o pasan necesidad, para que también ellos sientan el amor de Dios que
nunca los abandona”.
Texto completo de la catequesis
Queridos hermanos y hermanas:
Hoy me gustaría reflexionar con ustedes sobre la oración de Jesús ante la
inminencia de su muerte, reflexionando sobre lo que nos refieren san Marcos y
san Mateo. Los dos evangelistas describen la oración de Jesús agonizante no
solo en la lengua griega, en la que está escrita su historia, sino por la
importancia de esas palabras, también en una mezcla de hebreo y arameo. De
esta manera han transmitido no sólo el contenido sino incluso el sonido que
esta oración ha tenido en los labios de Jesús: escuchamos realmente las
palabras de Jesús tal como fueron. Al mismo tiempo, han descrito la actitud
de los presentes en la crucifixión, que no entienden --o no quieren
entender-- esta oración.
Escribe san Marcos, como hemos escuchado: "Llegada la hora sexta, hubo
oscuridad sobre toda la tierra hasta la hora nona. A la hora nona gritó Jesús
con fuerte voz: "Eloí, Eloí, ¿lemá sabactaní?", que quiere decir:
"¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has abandonado?" (15,34). En la
estructura de la historia, la oración, el grito de Jesús se sitúa al final de
tres horas de oscuridad, que desde el mediodía hasta las tres de la tarde,
cayó sobre toda la tierra. Estas tres horas de oscuridad, a su vez, son una
continuación de un anterior lapso de tiempo, también de tres horas, que comenzó
con la crucifixión de Jesús. El evangelista san Marcos nos informa por cierto
que: "Eran las nueve de la mañana cuando le crucificaron" (cf.
15,25). De todas las indicaciones de tiempo de la historia, las seis horas de
Jesús en la cruz se dividen en dos part es equivalentes cronológicamente.
En las primeras tres horas, desde las nueve hasta las doce, vienen las burlas
de los diferentes grupos de personas que muestran su escepticismo, que dicen
no creer. San Marcos escribe: "Los que pasaban por allí lo
insultaban" (15,29), "igualmente los sumos sacerdotes se burlaban
entre ellos junto con los escribas" (15,31), "también le injuriaban
los que con él estaban crucificados" (15,32). En las siguientes tres
horas, desde el mediodía "hasta las tres de la tarde", el
evangelista habla sólo de la oscuridad que descendió sobre toda la tierra: la
oscuridad ocupa sola toda la escena sin ninguna referencia a movimientos de
personajes o a palabras. Cuando Jesús se acerca cada vez más a la muerte,
solo está la oscuridad que cae "sobre toda la tierra." Incluso el
cosmos participa en este evento: la oscuridad envuelve personas y cosas, pero
incluso en esta hora oscura Dios está presente, no abandona. En la tradición
bíb lica, la oscuridad tiene un significado ambivalente: es un signo de la
presencia y de la actividad del mal, pero también de una misteriosa presencia
y acción de Dios que es capaz de vencer toda tiniebla. En el libro del Éxodo,
por ejemplo, leemos: "Yahvé dijo a Moisés: ‘Yo me acercaré a ti en una
densa nube’" (19,9) y otra vez: "Y la gente se mantuvo a distancia
mientras Moisés se acercaba a la densa nube donde estaba Dios" (20,21).
Y en los discursos del Deuteronomio, Moisés dice: "La montaña ardía en
llamas hasta el mismo cielo, entre tenebrosa nube y nubarrón" (4,11);
ustedes "oyeron la voz que salía de las tinieblas, mientras la montaña
ardía" (5,23). En la escena de la crucifixión de Jesús las tinieblas
envuelven la tierra y son tinieblas de muerte en las que el Hijo de Dios se
sumerge para dar vida, con su acto de amor.
Volviendo a la narración de san Marcos, frente a los insultos de los diversos
tipos de personas, en la oscuridad que se cierne sobre todo, en el momento en
que está frente a la muerte, Jesús con el grito de su oración muestra que,
junto al peso del sufrimiento y de la muerte, en que parece haber abandono,
ausencia de Dios, Él tiene la plena certeza de la cercanía del Padre, que
aprueba este acto supremo de amor, de entrega total de sí mismo, a pesar de
que no se escuche, como en otras ocasiones, la voz que viene de lo alto.
Leyendo los evangelios, nos damos cuenta que en otros momentos importantes de
su vida terrena, Jesús había visto signos asociados con la presencia del
Padre y la aprobación de su camino de amor, incluso la voz clarificadora de
Dios. Así, en la historia que sigue al bautismo en el Jordán, al abrirse los
cielos, había escuchado la palabra del Padre: "Tú eres mi Hijo amado, en
ti me comp lazco" (Mc 1,11). Después en la transfiguración, al signo de
la nube le acompañó la palabra: "Este es mi Hijo amado, escúchenle"
(Mc 9,7). En cambio, al acercarse la muerte del Crucificado, enmudece, no se
oye ninguna voz, pero la mirada del amor del Padre permanece fija en el don
del amor del Hijo.
Pero, ¿qué significado tiene la oración de Jesús, aquel grito que lanza al
Padre: "Dios mío, Dios mío, por qué me has abandonado", ¿la duda de
su misión, de la presencia del Padre? ¿En esta oración no es quizás la propia
conciencia de haber sido abandonado? Las palabras que Jesús dirige al Padre son
el inicio del salmo 22, donde el salmista manifiesta a Dios la tensión entre
sentirse abandonado y la conciencia cierta de la presencia de Dios entre su
pueblo. El salmista reza: "Clamo de día, Dios mío, y no respondes,
también de noche, sin ahorrar palabras. ¡Pero tú eres el Santo, entronizado
en medio de la alabanza de Israel!" (vv. 3-4). El salmista habla de
"grito" para expresar todo el sufrimiento de su oración ante Dios
aparentemente ausente: en el momento de la angustia, la oración se convierte
en un grito.
Y esto ocurre también en nuestra relación con el Señor: frente a las
situaciones más difíciles y dolorosas, cuando parece que Dios no escucha, no
temamos en confiarle todo el peso que llevamos en nuestro corazón, no debemos
tener miedo de gritarle nuestro sufrimiento, debemos estar convencidos de que
Dios está cerca, aunque aparentemente calla.
Al repetir desde la cruz las mismas palabras iniciales del Salmo, " Elì,
Elì, lemà sabactàni?" --"¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has
abandonado?" (Mt. 27,46)--, gritando las palabras del Salmo, Jesús ora
en el momento del último rechazo de los hombres, en el momento del abandono;
ora, sin embargo, con el Salmo, conciente de la presencia de Dios Padre aún
en esta hora, en la que se siente el drama humano de la muerte. Sin embargo
surge en nosotros una pregunta: ¿cómo es posible que un Dios tan poderoso no
intervenga para evitarle a su Hijo esta terrible experiencia? Es importante
comprender que la oración de Jesús no es el grito de quien va al encuentro de
la muerte con desesperación, ni es el grito de quien se sabe abandonado.
Jesús en aquel momento hace suyo todo el Salmo 22, el salmo del pueblo de
Israel que sufre, y de este modo toma sobre sí no solo el castigo de s u
pueblo, sino también el de todos los hombres que sufren por la opresión del
mal; y al mismo tiempo, lleva todo esto al corazón de Dios mismo en la
certeza de que su grito será atendido en la resurrección, "el grito en
el extremo tormento es al mismo tiempo la certeza de la respuesta divina
--certeza de la salvación no sólo para Jesús mismo--, sino para
«muchos»" (Gesù di Nazaret II, 239-240). En esta oración de Jesús se
encierra la máxima confianza y el abandono en las manos de Dios, incluso
cuando parece ausente y cuando parece permanecer en silencio, siguiendo un
designio para nosotros incomprensible. En el Catecismo de la Iglesia Católica
se lee así: "En el amor redentor que le unía siempre al Padre (cf. Jn 8,
29), nos asumió en nuestra separación de Dios a causa del pecado hasta el
punto de poder decir en nuestro nombre en la cruz: ‘¿D ios mío, Dios mío,
¿por qué me has abandonado?’" (n. 603). El suyo es un sufrimiento en
comunión con nosotros y por nosotros, que viene del amor y lleva en sí la
redención, la victoria del amor.
Las personas presentes bajo la cruz de Jesús no pueden entender y piensan que
su grito es una oración dirigida a Elías. En una escena conmocionada, tratan
de saciarle la sed para prolongarle la vida y ver si Elías realmente viene en
su rescate, pero un fuerte grito pone fin a su deseo, y a la vida terrena de
Jesús. En el momento último, Jesús dejó que su corazón expresara el dolor,
pero deja salir, al mismo tiempo, el sentido de la presencia del Padre y el
consentimiento de su plan de salvación para la humanidad. También nosotros
nos situamos siempre y de nuevo de frente al "hoy" del sufrimiento,
del silencio de Dios --lo expresamos muchas veces en nuestra oración--, pero
también estamos frente al "hoy" de la resurrección, de la respuesta
de Dios que ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos, para llevarlos junto
con nosotros y darnos la firme esperanza de que serán vencidos (cf. Enc. Spe
salvi, 35-40).
Queridos amigos, en la oración traemos a Dios nuestras cruces diariamente, en
la certeza de que Él está presente y nos escucha. El grito de Jesús nos
recuerda que en la oración, debemos superar las barreras de nuestro
"yo" y de nuestros problemas y abrirnos a las necesidades y
sufrimientos de los demás. La oración de Jesús agonizante en la cruz nos
enseña a orar con amor por tantos hermanos y hermanas que sienten el peso de
la vida cotidiana, que viven momentos difíciles, que permanecen en el dolor,
sin una palabra de consuelo; traigamos todo esto al corazón de Dios, para que
ellos puedan sentir también el amor de Dios que nunca nos abandona. Gracias.
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