viernes, 10 de febrero de 2012

JESÚS PASÓ POR EL MUNDO SEMBRANDO ESPERANZA, Y ENSEÑANDO A LOS SUYOS A QUE LA CONTAGIASEN



Una constante del evangelio de Marcos es la victoria de Jesús sobre los “espíritus impuros”, que frecuentemente tienen al hombre atenazado y privado de libertad. Nos es difícil conectar con la mentalidad de aquella época, según la cual la mayor parte de las enfermedades eran interpretadas como fruto de un influjo diabólico, a veces verdadera posesión. Hoy tenemos otros conocimientos médicos, y también una “sana secularidad”, enseñada incluso por el Vaticano II, y no debemos buscarnos causas sobrenaturales o extraterrestres cuando cabe explicación natural o una normal “etiología” de la “patología” en cuestión, que dice la jerga especializada. 
La fe en la Palabra de Dios no nos pide que renunciemos a los logros científicos; más bien nos estimula a seguir avanzando; “al entrar en la iglesia hay que quitarse el sombrero, pero no la cabeza”, decía Chesterton. En realidad, lo mismo da que el origen de la enfermedad sea controlable o no; lo que el evangelio inculca es que Jesús, la insuperable presencia de Dios en nuestro mundo, no se resigna ante el sufrimiento humano, sino que lo combate y elimina. 
Jesús pasó por el mundo sembrando esperanza, y enseñando a los suyos a que la contagiasen. El mundo nuevo, eso que él llama “el Reino de Dios”, se hacia ya palpable en su acción sanadora. Él no puso fin absoluto al sufrimiento humano, que sigue siendo nuestro molesto compañero de camino; pero dejó la historia definitivamente orientada hacia un glorioso “punto omega”, que supera “lo que el ojo vio, el oído oyó, o subió a la imaginación humana (1Cor 2,9). San Pablo dice que la creación, “sometida a la vanidad”, espera ansiosa la glorificación del hombre para participar también ella de esa misma gloria (Rm 8,21). Y las últimas páginas del Nuevo Testamento muestra anticipadamente “un cielo nuevo y una nueva tierra”, que se identifican, y en ellos “Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y ya no habrá muerte” (Apc 21,1-4). No son los “autobuses teológicos”, descreídos o creyentes, la palabra más autorizada para librarnos de ansiedades e invitarnos a gozar de la vida. La palabra y la acción de Jesús tienen una fuerza persuasiva insuperable. 
Jesús fue muy abierto hacia las personas de otra raza, de otra religión y de otras costumbres. Los cristianos, hoy, ¿tenemos esta misma abertura? ¿Yo soy abierto? 
Definición de la Buena Nueva: “¡Jesús hace todas las cosas bien!” ¿Soy Buena Nueva para los otros?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/?p=594

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