Hoy celebramos la fiesta de san Marcos. Según la tradición, él fue el escritor del evangelio que se conoce por su nombre. Dice la tradición también que fue uno de los acompañantes fieles de Pedro, que le ayudaba en las catequesis y que su evangelio, de alguna manera, no es más que la puesta en escrito de la predicación oral de Pedro.
Pero lo que es seguro es que Marcos o el que escribiera el Evangelio no lo hizo para pasar a la posteridad. Su objetivo no fue hacerse él grande (por eso no es especialmente importante si lo escribió él u otro) sino dar testimonio de Jesús. Su objetivo fue llevar a todo el mundo, a todos, la buena nueva de Jesús. Así lo pone en boca del mismo Jesús, resumiendo lo más central de su mensaje: “Se ha cumplido el plazo, ya llega el Reino de Dios. Convertíos y creed la buena noticia.”
A partir de ese mensaje inicial, tan increíblemente lleno de fuerza y potenciador de la esperanza de sus lectores /oyentes, el autor del evangelio va presentando la historia de Jesús intercalando sus enseñanzas. Todo para llegar al momento final, la entrega definitiva, la Pascua de Muerte y Vida que es el culmen del Evangelio y de la misma enseñanza de Jesús. Porque todo lo dicho se refrenda con la entrega confiada de su vida al Padre cuando los hombres se la quitan. Así la buena nueva del reinado de Dios se hace carne y sangre de nuestra misma historia y nos abre a una nueva esperanza: la resurrección. La buena nueva de Jesús rompe con este laberinto de muerte, dolor y violencia en el que estamos encerrados para abrirnos a la esperanza en el Dios de la Vida. Jesús es su testigo.
Seguro que Marcos no escribió el evangelio para hacerse famoso. Tampoco lo pretendió ninguno de los apóstoles. Ellos vivieron deslumbrados por la presencia de aquel Jesús. Aún sin entenderle del todo, veían en él algo diferente, algo por lo que valía la pena dejarlo todo y seguirle. La Buena Nueva tenía una fuerza de atracción mayor que la de mil planetas y constelaciones juntas. Lo dejaron todo y lo siguieron. Y cuando llegó el momento no pensaron más que en compartir ese mensaje con todos los que les rodeaban y en llevarlo hasta los más lejanos extremos del planeta. Eran portadores de una buena nueva, de la esperanza, no de amenazas de castigos eternos ni de cataclismos planetarios.
Es tiempo de tomar nosotros la antorcha de la fe, de hacernos portadores de la buena nueva y de la esperanza. Como Marcos, como tantos y tantas desde hace dos mil años.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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