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Un propósito para 2014: no faltar a misa |
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«¿Para qué ir a misa? ¡Si no tengo ganas!»:
conozca la respuesta, muy lógica, del padre Loring |
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Lo que aleja a muchos de la misa no
es el sueño ni la pereza, sino la ignorancia
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Actualizado 2 enero 2014 |
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ReL |
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El jesuita Jorge Loring, que
falleció el pasado día de Navidad a los 92 años de
edad, se hizo famoso por sus respuestas directas a
preguntas directas. A lo largo de su vida vio como se reducía el
porcentaje de personas que asistían a Misa los domingos.
En su opinión,
tenía más que ver con la ignorancia que con la pereza io la falta de
fe.
En su libro "Anécdotas de una vida apostólica" (De Buena
Tinta), explica cómo respondía a la pregunta "¿por qué me piden ir a misa, si no
tengo ganas?"
Lo reproducimos aquí.
Por qué hay que ir a
misa, por Jorge Loring, sj
Es de pena
la tremenda ignorancia religiosa que hay sobre el valor de la Santa
Misa.
Muchos dicen que no van a Misa porque no sienten nada. Están en un
error.
El cristianismo no es cuestión de emociones, sino de
valores. Los valores están por encima de las emociones y prescinden de
ellas.
Una madre prescinde de si tiene o no ganas de cuidar a su hijo,
pues su hijo es para ella un valor.
Quien sabe lo que vale una Misa,
prescinde de si tiene ganas o no. Procura no perder ninguna, y va de buena
voluntad.
La voluntad no coincide siempre con el tener
ganas. Tú vas al dentista voluntariamente, porque comprendes que tie
nes que ir; pero puede que no tengas ningunas ganas de ir.
Algunos dicen
que no van a Misa porque para ellos eso no tiene sentido. ¿Cómo va a tener
sentido si tienen una lamentable ignorancia religiosa?
A nadie puede
convencerle lo que no conoce. A quien carece de cultura, tampoco le dice nada un
museo. Pero una joya no pierde valor porque haya personas que no saben
apreciarla. Hay que saber descubrir el valor que tienen las cosas para poder
apreciarlas.
Otros dicen que no van a Misa porque no les apetece, y para
ir de mala gana, es preferible no ir.
Si la Misa fuera una diversión,
sería lógico ir sólo cuando apetece. Pero las cosas obligatorias hay que
hacerlas con ganas y sin ganas.
No todo el mundo va a clase o
al trabajo porque le apetece. A veces hay que ir sin ganas, porque tenemos
obligación de ir.
Que uno fume o deje de fumar, según las ganas que ten-
ga, pase. Pero el ir a trabajar no puede depender detener o no ganas. Lo mismo
pasa con la Misa.
El cumplimiento de las obligaciones no se limita a
cuando se tienen ganas. Lo sensato es poner buena voluntad en hacer lo que se
debe.
(Bajo estas líneas, el padre Loring dando alguna respuesta
clara a un joven estudiante)
Muchos cristianos no caen en la cuenta del
valor incomparable de la Santa Misa.
En la misión de
Torrevieja (Alicante), los misioneros nos alojábamos en un hotel. Yo hablaba en
el casino a la juventud mayor de dieciséis años.
Durante la comida nos
dijo el padre Pardo: —Hoy les he dicho a los estudiantes una cosa que les ha
hecho impacto. —¿Qué? —Hablando del valor de la Misa les he dicho que si a
mí me dieran un millón de pesetas para que dejara la Misa, dejaría el millón, no
la Misa. ¡Pusieron unas caras de admiración!
Y yo le dije: —¡Magnífica
idea!
Yo haría lo mismo. Unos días después al decir yo esto en unas
conferencias que estaba dando en Écija, el millón me pareció poco, y dije: diez,
cincuenta, cien, mil millones, ni por todo el oro del mundo dejaría yo de decir
una sola Misa.
Repartiendo mil millones de pesetas yo podría hacer mucho
bien: pues ayudo más a la humanidad diciendo una Misa; pues los mil
millones de pesetas tienen un valor finito, y la Santa Misa es de valor
infinito. Cuando sabes lo que vale una Misa, no te importan los
sacrificios que tengas que hacer por no perderla.
En una ocasión viajaba
yo de Barcelona a Sevilla en el tren expreso que en Barcelona llamaban «el
sevillano» y en Sevilla «el catalán».
Salimos de Barcelona a las once de
la noche. Se llegaba a Sevilla a las seis de la tarde del día siguiente. Por la
mañana la gente del departamento sacaba sus bocadillos para desayunar. Yo con mi
libro, sin levantar cabeza.
Llegó el mediodía y la gente volvió a sacar
sus bocadillos. Y yo, nada. Al ver la gente que yo no tomaba nada, me ofrecían:
—Padre, ¿quiere un bocadillo? —No. Muchas gracias. —Pero si no ha
tomado nada desde que salimos de Barcelona. —Es que al llegar a Sevilla
quiero decir Misa.
En aquel tiempo el ayuno eucarístico había
que guardarlo desde las doce de la noche anterior. No se podía tomar ni
un vaso de agua antes de la Misa. Los del departamento se quedaron admirados.
Pero yo prefería no tomar nada y poder decir Misa al llegar.
En Sevilla,
mientras llegué a mi casa, me duché y dije Misa, me dieron la nueve de la noche.
Entonces desayuné, comí y cené, todo junto. Me sacrifiqué un poco, pero
dije Misa que vale mucho más.
Lo que vale una misa lo expresa el
padre Royo, O.P., diciendo: «Una sola misa glorifica a Dios más que toda
la gloria que le dan todos los santos del cielo, incluida la Santísima
Virgen, por toda la eternidad».
Esto parece exageración, pero cuando te
lo explica lo comprendes. La gloria que dan los santos y la Virgen es gloria de
criatura. La Santísima Virgen es la joya de la humanidad, la perla de la
creación, pero criatura. Y en la Santa Misa es Cristo-Dios quien se sacrifica; y
esto vale mucho más.
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