Reflexión del Evangelio de hoy:
Nos extraña la actitud de Jesús hacia la Cananea, no es su estilo. La verdad es que Jesús trata con extrema dureza a esta mujer para después aclararlo todo y darnos una gran lección, abriéndole sus brazos y atendiendo a su petición. Qué alivio, éste sí que es el Jesús que conocemos y al que estamos acostumbrados a escuchar. No la trata con esa frialdad y dureza, por ser sirofenicia o extranjera, lo primero que deja claro es que no es la mera pertenencia a un pueblo, una raza o una religión, lo que nos salva y santifica. Lo que salva es la fe, esa actitud interior que Él espera de cada uno.
A la Cananea la mueve el amor de madre que sufre por su hija gravemente enferma. Ese amor la hizo capaz de todo. Incluso la llevo a fiarse ciegamente de Jesús. Y Jesús apostó por ella por su fe, no cualquier fe, sino la fe en el Dios de Jesús, el Hijo de David.
Descubramos a tantos que hoy tratan de comer las migajas que caen de las mesas de los señores. Si nosotros comemos cada día, ofrezcámoselas, que el Pan que es Jesús es para todos, y a todos salva, que nadie se quede sin poderse acercar a Jesús.
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