miércoles, 10 de agosto de 2016

10 AGOSTO: SAN LORENZO



Evangelio comentado.

Juan 12,24-26:
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos: «Os aseguro que si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto. El que se ama a sí mismo se pierde, y el que se aborrece a sí mismo en este mundo se guardará para la vida eterna. El que quiera servirme, que me siga, y donde esté yo, allí también estará mi servidor; a quien me sirva, el Padre lo premiará.»
Reflexión:
Hoy es la fiesta de san Lorenzo. La fe cristiana confesada sin vergüenza, con humilde y firme convicción molesta en ciertos lugares y a ciertas personas. Mártir es el testigo, el que vive su fe frente a un mundo adverso. Es mártir antes de que terminen con su vida. No lo hacen mártir al asesinarlo, sino que lo asesinan porque es mártir.
Ser mártir, ser testigos, es hacer de la vida una ofrenda. Entender vivir como desvivirse por alguien. Entender que se vive cuando se es generoso, se da, se ofrece la propia vida. Se vive más plenamente cuanto más se da: cuando no se es tacaño en la siembra. La vida produce fruto cuando se pone al servicio de otras vidas. Como hizo Cristo, que no vino a ser servido, sino a servir. El servicio se identifica con seguirle, imitarle. Imitarle en saber que el amor auténtico implica salirse de sí y amar fuera de sí. Amarse a sí mismo sin trascender el propio yo, es odiarse. Propiamente el grano de trigo enterrado no muere, desaparece él para transformarse en espiga, vive en la espiga. He ahí el proyecto de vida cristiana o sea, al estilo de Cristo.
San Lorenzo, entendió bien, como todos los mártires, la gran lección de Jesús, sirvió a Cristo ofreciendo su vida en el discurrir diario: era diácono con la misión de atender a los demás; y la ofreció cuando se la exigieron de un modo total. Fue capaz de seguir dando testimonio de Jesús, y renunciar a la propia vida para ganar la vida. Porque para él vivir sin Cristo era no vivir. Tras la muerte del Papa Sixto II, quien le había ordenado de diácono, el prefecto de Roma mandó a Lorenzo que entregara las riquezas de la Iglesia. Lorenzo pidió tres días para poder reunirlas, pero repartió todo lo posible a los pobres. Al tercer día, compareció ante el prefecto, y le presentó a los pobres, diciéndole  que ésos eran los verdaderos tesoros de la Iglesia. Lorenzo fue quemado vivo en una parrilla, en Roma, el 10 de agosto de 258.

Fuente: http://www.cursillosdecristiandad.es

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