Son
actuales, son válidas. Quizás en algunos casos se pueden «traducir» mejor, pero
siguen siendo la base para nuestro examen de conciencia. Nos ayudan a abrirnos
a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de entender que sin misericordia
la persona no puede hacer nada, que no puedes hacer nada y que «el mundo no
existiría», como decía la viejecita que conocí en 1992.
Miremos en primer
lugar las siete obras de misericordia corporal: dar de comer al hambriento; dar
de beber al sediento; vestir al desnudo; dar alojamiento a los peregrinos;
visitar a los enfermos; visitar a los presos y enterrar a los muertos. Me
parece que no hay mucho que explicar. Y si miramos nuestra situación, nuestras
sociedades, me parece que no faltan circunstancias y ocasiones a nuestro
alrededor. Frente al sin techo que se instala delante de nuestra casa, al pobre
que no tiene que comer, a la familia de nuestros vecinos que no llega a fin de
mes a causa de la crisis, porque el marido ha perdido el trabajo, ¿qué debemos
hacer? Frente a los inmigrantes que sobreviven a la travesía y desembarcan en
nuestras costas, ¿cómo debemos comportarnos? Frente a los ancianos solos,
abandonados, que no tienen a nadie, ¿qué debemos hacer?
Gratuitamente hemos
recibido y gratuitamente damos. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado
en cada persona marginada. A tocar la carne de Cristo en quien ha sido
excluido, tiene hambre, sed, está desnudo, encarcelado, enfermo, desocupado,
perseguido o prófugo. Allí encontramos a nuestro Dios, allí tocamos al Señor.
Nos lo ha dicho el propio Jesús, explicando cuál sería el protocolo según el
cual todos seremos juzgados: cada vez que le hayamos hecho esto al más pequeño
de nuestros hermanos, se lo habremos hecho a Él (Evangelio de san Mateo 25,
31-46).
A las obras de
misericordia corporal siguen las de misericordia espiritual: aconsejar a los
que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los
afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas
molestas, rezar a Dios por los vivos y por los muertos. Pensemos en las
primeras cuatro obras de misericordia espiritual: ¿no tienen algo que ver, en
el fondo, con lo que hemos llamado «el apostolado de la oreja»? Acercarse,
saber escuchar, aconsejar y enseñar sobre todo con nuestro testimonio. Al
acoger al marginado que tiene el cuerpo herido, y al acoger al pecador con el
alma herida, se juega nuestra credibilidad como cristianos. Recordemos siempre
las palabras de san Juan de la Cruz: «En la noche de la vida, seremos juzgados
en función del amor».
Extracto de “El nombre de Dios es Misericordia”.
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