viernes, 12 de agosto de 2016

¿LAS OBRAS DE MISERICORDIA ESTÁN PASADAS DE MODA?

¿Las famosas «obras de misericordia» de la tradición cristiana son aún válidas en este tercer milenio, o bien hace falta revisarlas?

Son actuales, son válidas. Quizás en algunos casos se pueden «traducir» mejor, pero siguen siendo la base para nuestro examen de conciencia. Nos ayudan a abrirnos a la misericordia de Dios, a pedir la gracia de entender que sin misericordia la persona no puede hacer nada, que no puedes hacer nada y que «el mundo no existiría», como decía la viejecita que conocí­ en 1992.

Miremos en primer lugar las siete obras de misericordia corporal: dar de comer al hambriento; dar de beber al sediento; vestir al desnudo; dar alojamiento a los peregrinos; visitar a los enfermos; visitar a los presos y enterrar a los muertos. Me parece que no hay mucho que explicar. Y si miramos nuestra situación, nuestras sociedades, me parece que no faltan circunstancias y ocasiones a nuestro alrededor. Frente al sin techo que se instala delante de nuestra casa, al pobre que no tiene que comer, a la familia de nuestros vecinos que no llega a fin de mes a causa de la crisis, porque el marido ha perdido el trabajo, ¿qué debemos hacer? Frente a los inmigrantes que sobreviven a la travesía y desembarcan en nuestras costas, ¿cómo debemos comportarnos? Frente a los ancianos solos, abandonados, que no tienen a nadie, ¿qué debemos hacer?

Gratuitamente hemos recibido y gratuitamente damos. Estamos llamados a servir a Jesús crucificado en cada persona marginada. A tocar la carne de Cristo en quien ha sido excluido, tiene hambre, sed, está desnudo, encarcelado, enfermo, desocupado, perseguido o prófugo. Allí­ encontramos a nuestro Dios, allí­ tocamos al Señor. Nos lo ha dicho el propio Jesús, explicando cuál sería el protocolo según el cual todos seremos juzgados: cada vez que le hayamos hecho esto al más pequeño de nuestros hermanos, se lo habremos hecho a Él (Evangelio de san Mateo 25, 31-46).

A las obras de misericordia corporal siguen las de misericordia espiritual: aconsejar a los que dudan, enseñar a los ignorantes, advertir a los pecadores, consolar a los afligidos, perdonar las ofensas, soportar pacientemente a las personas molestas, rezar a Dios por los vivos y por los muertos. Pensemos en las primeras cuatro obras de misericordia espiritual: ¿no tienen algo que ver, en el fondo, con lo que hemos llamado «el apostolado de la oreja»? Acercarse, saber escuchar, aconsejar y enseñar sobre todo con nuestro testimonio. Al acoger al marginado que tiene el cuerpo herido, y al acoger al pecador con el alma herida, se juega nuestra credibilidad como cristianos. Recordemos siempre las palabras de san Juan de la Cruz: «En la noche de la vida, seremos juzgados en función del amor».



Extracto de “El nombre de Dios es Misericordia”.

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