BRILLA SU LUZ
Meditación para la noche del sábado santo
JOSEPH RATZINGER
En la
oración de la Iglesia, la liturgia de los tres días santos ha sido
estudiada con gran cuidado; la Iglesia quiere introducirnos con su
oración en la realidad de la pasión del señor y conducirnos a través de
las palabras al centro espiritual del acontecimiento.
Cuando
intentamos sintetizar las oraciones litúrgicas del sábado santo nos
impresiona, ante todo, la profunda paz que respiran. Cristo se ha
ocultado, pero a través de estas tinieblas impenetrables se ha convertido
también en nuestra salvación; ahora se realizan las escuetas palabras del
salmista: «aunque bajase hasta los infiernos, allí estás tú». En esta
liturgia ocurre que, cuanto más avanza, comienzan a lucir en ella, como en
la alborada, las primeras luces de la mañana de pascua. Si el viernes
santo nos ponía ante los ojos la imagen desfigurada del traspasado, la
liturgia del sábado santo nos recuerda, más bien, a los crucifijos de la
antigua Iglesia: la cruz rodeada de rayos luminosos, que es una señal
tanto de la muerte como de la resurrección.
De
este modo, el sábado santo puede mostrarnos un aspecto de la piedad
cristiana que, al correr de los siglos, quizá haya ido perdiendo fuerza.
Cuando oramos mirando al crucifijo, vemos en él la mayoría de las veces
una referencia a la pasión histórica del Señor sobre el Gólgota. Pero el
origen de la devoción a la cruz es distinto: los cristianos oraban vueltos
hacia oriente, indicando su esperanza de que Cristo, sol verdadero,
aparecería sobre la historia; es decir, expresando su fe en la vuelta del
Señor. La cruz está estrechamente ligada, al principio, con esta
orientación de la oración, representa la insignia que será entregada al
rey cuando llegue; en el crucifijo alcanza su punto culminante la oración.
Así, pues, para la cristiandad primitiva la cruz era, ante todo, signo
de esperanza, no tanto vuelta al pasado cuanto proyección hacia el Señor
que viene. Con la evolución posterior se hizo bastante necesario volver la
mirada, cada vez con más fuerza, hacia el hecho: ante todas las
volatilizaciones de lo espiritual, ante el camino extraño de la
encarnación de Dios, había que defender la prodigalidad impresionante de
su amor, que por el bien de unas pobres criaturas se había hecho hombre, y
qué hombre. Había que defender la santa locura del amor de Dios, que no
pronunció una palabra poderosa, sino que eligió el camino de la debilidad,
a fin de confundir nuestros sueños de grandeza y aniquilarlos desde dentro.
¿Pero no hemos olvidado quizás demasiado la relación entre cruz y esperanza,
la unidad entre la orientación de la cruz y el oriente, entre el pasado
y el futuro? El espíritu de esperanza que respiran las oraciones del sábado
santo deberían penetrar de nuevo todo nuestro cristianismo. El
cristianismo no es una pura religión del pasado, sino también del futuro;
su fe es, al mismo tiempo, esperanza, porque Cristo no es solamente el
muerto y resucitado, sino también el que ha de venir.
Señor,
haz que este misterio de esperanza brille en nuestros corazones, haznos
conocer la luz que brota de tu cruz, haz que como cristianos marchemos
hacia el futuro, al encuentro del día en que aparezcas.
Oración
Señor
Jesucristo, has hecho brillar tu luz en las tinieblas de la muerte, la
fuerza protectora de tu amor habita en el abismo de la más profunda
soledad; en medio de tu ocultamiento podemos cantar el aleluya de los
redimidos.
Concédenos
la humilde sencillez de la fe que no se desconcierta cuando tú nos llamas
a la hora de las tinieblas y del abandono, cuando todo parece
inconsistente. En esta época en que tus cosas parecen estar librando una
batalla mortal, concédenos luz suficiente para no perderte; luz suficiente
para poder iluminar a los otros que también lo necesitan.
Haz
que el misterio de tu alegría pascual resplandezca en nuestros días como
el alba, haz que seamos realmente hombres pascuales en medio del sábado
santo de la historia.
Haz
que a través de los días luminosos y oscuros de nuestro tiempo nos
pongamos alegremente en camino hacia tu gloria futura.
Amén.
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