Son tiempos de abundancia. Dicen que Lucas escribe su Evangelio cuando la Iglesia primitiva se gozaba en la pesca grande de los muchos gentiles y judíos que recibían el Reino. Bien lo refleja él mismo en los Hechos de los Apóstoles. Será parte del sueño de Galilea. La gente se agolpa y apretuja a Jesús, para poder escucharle. Hasta que tuvo que subirse a la barca de Pedro para hablarles desde la mar.
En este marco se produce una escena vocacional. Como siempre, Jesús toma la iniciativa: “Rema mar adentro”, ordena a Pedro. Este le presenta la objeción del fracaso de toda la noche. Jesús le insiste, y la pesca es desbordante. De nuevo, Pedro reconoce sus limitaciones: “Soy pecador”. Al fin, triunfa la gracia del Señor: “Te haré pescador de hombres”.
El Papa Juan Pablo II introdujo a la Iglesia en el tercer milenio al grito de “Duc in altum” (Rema mar adentro). Es grito de audacia y esperanza. Fruto de la confianza en el Señor. Vamos en la misma barca de Jesús, aunque, como en otra ocasión, parezca que está dormido. Él nos envía. Su palabra nos cambia, da un giro a nuestra vida. Cuando Pedro se proclama tan pecador, Jesús le responde con la altísima misión de pescador de hombres. Y con él a Santiago y Juan.
Al revés que Pedro, le decimos a Jesús que no se aparte, cuando somos pecadores. Queremos sentir cerca el perdón, la liberación y la reconciliación. Como en el publicano, la fragilidad suscita el hambre de misericordia, el hambre de Dios. El mismo Pedro nos lo enseñó con su vida y con su muerte. Pecador, queriendo apartar al Maestro del camino de la cruz y negándole. Proclamando: “Tú sabes que te amo” y derramando su sangre por él.
Todo comenzó en una frágil barca, en el mar de Galilea.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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