jueves, 23 de febrero de 2012

LA SORPRESA DE LA CONVERSIÓN



La sorpresa de la conversión

Introducción. Cuando oímos la palabra conversión sentimos una especie de pellizco en el corazón, como si la culpabilidad hiciese su aparición en nuestra vida y se nos señalase como únicos responsables de las cosas que no funcionan bien a nuestro alrededor. ¡Atención, aviso! estamos en cuaresma, y con ella la auditoría de parte de Dios que busca sacar a la luz nuestros movimientos ocultos. Como si el punto de partida fuera que somos unos estafadores y unos delincuentes y que seguro que a poco que se busque se encuentra una multitud de pecados y de muerte que acompañan nuestras acciones. Busca desvelar lo que nosotros ocultamos. Viene a por ti, prepárate. Y lo cierto es que ese no es el Espíritu de la cuaresma. Si no la vivimos con el escudo de la justificación y del orgullo, que se siente amenazado y se vuelve hostil a todo lo que son propuestas de mejora y de crecimiento, sino que la acogemos con humildad, es la oportunidad de vivir cada vez más libres, más en verdad, creciendo en nuestra capacidad de amar y de conocernos mejor a nosotros y al amor de Jesús que nos rodea.
“No les tengáis miedo, porque nada hay encubierto, que no llegue a descubrirse; ni nada hay escondido, que no llegue a saberse. Lo que os digo en la oscuridad, decidlo a la luz, y lo que os digo al oído, pregonadlo desde la azotea. No tengáis miedo a los que matan el cuerpo, pero no pueden matar el alma”. Mt 10,26-28.
Y lo más cierto es que la búsqueda de verdad y de luz, a los primeros que beneficia es a nosotros mismos. La Cuaresma no es un castigo, al contrario, es una oportunidad de abrir las puertas de nuestras vidas a la acción del Espíritu y dejar que la tiniebla desaparezca y nos llene la luz. La iglesia es madre y madre sabia que nos conoce perfectamente y sabe que existe una distancia grande entre lo que nos gustaría vivir y lo que vivimos. Sabe de nuestra mediocridad, de nuestros miedos a amar. Del pánico que nos da el compromiso. De lo ambiguos que somos y de cómo podemos tener a Dios en los labios y los deseos más horribles en el corazón. Sirviendo habitualmente a varios señores, intentando agradar, caer bien a todo el mundo. Nadando en un mar de apariencia y de superficialidad… Y nos brinda este tiempo para que nos adentremos, acompañados de su misericordia y de su bondad, a lo profundo de nosotros, a nuestro corazón como sede de todos los movimientos importantes que da nuestra vida. Y que allí en lo secreto experimentemos la liberación profunda y la reconstrucción de la obra de Dios en nosotros.
Lo que Dios nos dice. “En consecuencia: teniendo una nube tan ingente de testigos, corramos, con constancia, en la carrera que nos toca, renunciando a todo lo que nos estorba y al pecado que nos asedia, fijos los ojos en el que inició y completa nuestra fe, Jesús, quien, en lugar del gozo inmediato, soportó la cruz, despreciando la ignominia, y ahora está sentado a la derecha del trono de Dios. Recordad al que soportó tal oposición de los pecadores, y no os canséis ni perdáis el ánimo. Todavía no habéis llegado a la sangre en vuestra pelea con el pecado, y habéis olvidado la exhortación paternal que os dieron: Hijo mío, no rechaces la corrección del Señor, ni te desanimes por su represión; porque el Señor reprende a los que ama y castiga a sus hijos preferidos. Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?”.Heb 12, 1-7.
Dependiendo de quién sea nuestro juez, es verdad que podemos sentirnos más o menos confiados. Pero sabemos que el que nos invita a preguntarnos sobre cómo estamos es el que más nos conoce y nos ama. Y nos ofrece este tiempo de especial atención sobre nosotros mismos y nos regala la posibilidad de que seamos testigos de su curación en nosotros. La mayoría de los errores que cometemos o de los líos en los que nos vemos envueltos tienen que ver más con la ignorancia, la confusión y la debilidad, que con la maldad, el deseo de herir o el odio visceral y la crueldad. Por eso el amor es capaz de rescatar lo más auténtico de nosotros y de sanar todas las heridas y cicatrices de nuestro pasado.
“Y les dijo esta parábola: Uno tenía una higuera plantada en su viña; y fue a buscar fruto en ella, y no lo encontró. Dijo entonces al viñador: “Ya ves, tres años llevo viniendo a buscara fruto en esta higuera, y no lo encuentro. Córtala. ¿Para qué va a perjudicar el terreno? Pero el viñador respondió: Señor, déjala todavía este año y mientras tanto yo cavaré alrededor y le echaré estiércol, a ver si da fruto en adelante. Si no, la puedes cortar”. Lc 13,6-9.
Cómo podemos vivirlo. Me acabo de encontrar con una vecina que iba al gimnasio. Me explicaba que con una mañana tan fría le daba una pereza tremenda ir a su sesión de deporte diario. Pero es que si no lo hacía, se sentiría peor, porque ha engordado seis kilos y se los quiere quitar. Y esa revelación cotidiana me ha ayudado a entender cuál es el espíritu de este tiempo de Cuaresma. Es la ocasión de preguntarnos con sinceridad ¿cómo estamos? Y de poder experimentar que hay caminos que nos llevan a la liberación, a la sanación, de aquellas cadenas que nos impiden correr y volar libres. Si ir al gimnasio es una ayuda a mi bienestar, por mucho que me cueste, tengo que ir. Lo mismo nos pasa con la oración, con los sacramentos, con la formación, con el compromiso comunitario. Puede que en un principio haya otras ofertas que me parezcan más atractivas. Otras formas de invertir el tiempo, de pasar el rato. Pero luego vuelvo a mi casa y me siento igual o peor, porque lo que he hecho ha sido evadirme de un problema. Hay espacios que nos ayudan a ponernos en nuestra verdad, y esa es la forma de entrar en la humildad.
“Entrad por la puerta estrecha. Porque ancha es la puerta y espacioso el camino que lleva a la perdición, y muchos entran por ellos. ¡Qué estrecha es la puerta y qué angosto el camino que lleva a la vida! Y pocos dan con ellos”. Mt 7,13-14.

Echad la red.

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