miércoles, 22 de febrero de 2012

PARA VIVIR UNA AUTÉNTICA CONVERSIÓN, A LA LUZ DEL EVANGELIO, ES NECESARIO ENTRAR EN LO MÁS PROFUNDO DE NOSOTROS MISMOS


Evangelio según san Mateo (6,1-6.16-18).
Empezamos la cuaresma con la imposición de la ceniza. Es un gesto litúrgico impactante. Se nos coloca la ceniza en la frente y se nos dice al oído que no olvidemos nuestra condición de polvo. En medio de una sociedad que busca ocultar a toda costa la dimensión mortal del ser humano, qué bueno recordar el carácter ineludible de la muerte y la necesidad de pasar por ella para alcanzar la gloria. Qué bueno recordar que somos seres humanos frágiles, que muchas veces vivimos a ras del suelo atrapados en medio del egocentrismo y demás esclavitudes. Por eso, al recibir las cenizas, también se nos dirá al oído: “conviértete y cree en el evangelio”.
Muchas veces la cuaresma es vivida como un tiempo para realizar prácticas penitenciales a las que ya nos hemos acostumbrado y que, aunque suponen un pequeño o gran esfuerzo de la voluntad, no necesariamente significan una verdadera reorientación del corazón. Muchos ya saben que estas semanas dejarán de fumar, intentarán renegar menos, darán un poco más de limosna, leerán un libro espiritual, etc. La conversión cristiana no consiste en hacer cosas “religiosas”, que al final, a veces, son realizadas bajo el deseo de ser reconocidos o de tranquilizar nuestras conciencias o de comprar el perdón de Dios. Para vivir una auténtica conversión, a la luz del evangelio de hoy, es necesario entrar en lo más profundo de nosotros mismos, en lo secreto de nuestra habitación, donde nos encontramos con nuestra verdad y con el amor incondicional del Padre, donde resuena la buena nueva del Evangelio de Jesús y donde descubrimos con nuestro pecado y la necesidad de cambiar y crecer. Sólo cuando nos atrevemos a superar la superficialidad, entramos en la profundidad de la conversión.
Como Jesús, nos sumergimos durante cuarenta días en el desierto cuaresmal para escuchar la Palabra del Padre, reconocer cuáles son nuestras tentaciones y tomar las decisiones necesarias que nos liberen de las ataduras del egoísmo y nos lleven a tener el corazón centrado en Dios y en el amor a nuestros hermanos. Sólo desde esta perspectiva tiene sentido la práctica de la oración, el ayuno y la limosna; entonces, se vuelven expresiones de una búsqueda más profunda y de un esfuerzo agradecido y amoroso por seguir el camino pascual de Jesús. ¡Que tengamos un buen tiempo de cuaresma!

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/

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