Jesús realiza un gran signo. Los "milagros" del evangelio no son hechos apabullantes, ostentosos, grandilocuentes: Jesús es reacio al exhibicionismo. A veces son hechos muy menudos y humildes. Y son reales, no tienen nada de magia blanca, menos aún de hechicería. Son respuesta a necesidades humanas; pero respuesta ajena a toda mezquindad. En especial, banquete y abundancia se reclaman mutuamente. Recuerdo un diálogo reciente con un amigo: "¿Dónde has estado? - De boda. - Y ¿quién se casaba? - La hija de un familiar. - ¿Qué tal el banquete? - ¡Para qué hablar! Tú me dirás qué clase de banquete de bodas es ése en que el padrino no reparte puros entre los invitados".
Jesús realiza el milagro después de haber instruido con calma a la gente. Recordamos la sentencia del evangelio de Mateo: "buscad primero el reino de Dios y su justicia, y todo lo demás se os dará por añadidura". También nosotros acompañamos las grandes eucaristías con banquetes comunitarios.
Jesús convoca al Israel definitivo de Dios. El banquete es el gran signo de esta convocación. Porque todo banquete requiere co-mensales, o sea, personas que se sientan a la misma mesa, gente que comparte los manjares. Somos el pueblo que comparte los dones escatológicos comunes que Dios vuelca en los tiempos finales.
Juan dará un sentido cristológico a este acontecimiento: a través del signo, Jesús revela que Él es el pan de vida. El símbolo del banquete lleva del orden de las necesidades al orden del deseo, de la satisfacción física al encuentro místico.
Se insinúa un sentido eucarístico en un punto clave del texto: "tomó..., alzó la mirada al cielo, pronunció la bendición, partió los panes y se los dio a los discípulos para que los sirvieran".
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
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