jueves, 22 de mayo de 2014

PERMANECED EN MI AMOR

Cristo da tanta importancia a la necesidad de mantenernos unidos a Él, que repite constantemente la palabra “permanecer”: “en mí”, “en mi amor”… Y lo que garantiza nuestra unión con el Señor es el amor. Ese mismo amor que nos llevará al cumplimiento de sus mandamientos, que Jesús resumirá en el mandamiento nuevo del amor…
El amor mutuo del Padre y del Hijo se trasvasa de Cristo al discí­pulo y de éste a los hermanos. Dice Jesús: “Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor”. Jesús afirma ahora del amor lo que antes dijo de la vida cuando habó del pan de vida: “Lo mismo que el Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre, también el que me coma vivirá por mí” (Jn 6,57). Amor y vida son conceptos intercambiables y realidades equivalentes en los escritos de S. Juan.
¿Y cómo permanecer en el amor de Cristo? “Si guardáis mis man­damientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor”, dice Jesús, porque “el que me ama guardará mi palabra”. Las expresiones “el que me ama” y “permaneceréis en mi amor”, entendidas a la luz de todo el mensaje de Cristo, equivalen a “el que ama al hermano me ama a mí”. Porque, ¿quién puede estar seguro de amar a Dios y a Jesús, a quienes no ve, sino amando al hermano a quien sí ve? Por eso más adelante insistirá Jesús en el amor fraterno.
La plenitud de la alegría del discípulo brota de su comunión con Cristo y consistirá en proseguir la misión del Señor y en dar mucho fruto para su Reino. Los creyentes necesitamos un tratamiento urgente de alegría en nuestra vida personal y entorno comunitario: familia, trabajo y sociedad. La impresión es que no abunda la gente feliz de verdad y que escasean las personas profundamente alegres que conta­gien humor jovial. Todos ocultamos un fondo de insatisfacción, una añoranza de dicha, quizá una amargura de tristeza. ¿Por qué?
Aparte de las razones filosóficas y solemnes que apuntan a la radical limitación del ser humano, hay motivos más próximos y menos confe­sados: el vacío interior, la inmadurez personal, la incapacidad de entre­ga; en definitiva, la ausencia de amor. El que no ama ni se siente amado está arruinado como persona. Pero Dios siempre nos ama y nos da con qué poder amar.
Pidamos al Señor una buena dosis de gozo pascual. ¡Lo necesitamos tanto!

Comentarios realizados por: José Antonio Marzoa Rodríguez (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
cursillosdecristiandad.es

No hay comentarios:

Publicar un comentario