viernes, 9 de mayo de 2014

ÉSTE ES EL SACRAMENTO DE NUESTRA FE



¿Recuerdas las palabras con que en la Eucaristía reafirmamos el misterio que celebramos?: “Este es el Sacramento de nuestra fe”. Pues bien: San Juan nos asoma hoy a este gran momento, o misterio, o sacramento de nuestra fe.
Ya sabemos que cuando llega a la Ultima Cena, Juan no narra la institución de la Eucaristía. Es aquí, en el momento final, y crucial, de su discurso del pan de la vida, donde nos presenta su doctrina: Cristo nos da a comer su carne en el pan eucarístico. Por lo tanto, el mensaje de hoy es esencial para nuestra vida cristiana.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. El anuncio que nos hacía ayer: “el pan que yo daré es mi carne”, suscita en la gente la pregunta inmediata: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Y san Juan, en boca de Jesús nos presenta en muy pocas palabras todo un compendio teológico sobre la Eucaristía.
Un resumen magnífico:
Cristo es la vida eterna, porque es la vida misma de Dios; el Pan que nos da es Él mismo y, por tanto, es el “pan de la vida”; en él nos da a comer su carne y a beber su sangre y así “comulgamos” con su vida misma y con su misma persona: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Es una carne y una sangre que se separan en su entrega hasta la muerte, pero que se unen en su persona resucitada; por lo tanto, comer la carne y beber la sangre del Señor, comulgar, es vivir su misma vida: en entrega hasta la muerte y en paso a la resurrección.
Sí, en la eucaristía, comulgamos con su misma vida y con su misma persona y su vida y su persona es cruz + resurrección. Porque no hay resurrección sin cruz. Y ¡Cuántos cristianos se acercan a la mesa eucarística con el propósito de comer del Cordero de Dios solamente la carne magra, tierna, la que agrada al gusto, la que no repugna y apenas exige esfuerzo…, y así, en vez de comer a Cristo lo que hacen es ‘‘despedazarlo’’ “estropearlo, mal comerlo! Y ya es hora de gritar que… ¡No estamos para tirar comida! Es una blasfemia.
El Cristo desagradable de la cruz sin aspecto atrayente, sucio,el Cristo declarado de peligrosidad pública, arrin­conado al silencio de una cárcel o a la soledad del enfermo, el de la iglesia incómoda porque el cura lastima en nombre de Dios, el que en vez de huir con él, invita más bien a huir de su lado.., ese Cristo es un compañero de camino muy incómodo. Y por eso, a veces nos incomoda, nos estorba…
¡Pero es el mismo! ¿Lo tienes en cuenta cuando te acercas a la Eucaristía?

Comentarios realizados por: José Antonio Marzoa Rodríguez (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
cursillosdecristiandad.es

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