Jesús recuerda la historia del Éxodo y de Moisés, de la zarza ardiente y del becerro, de la fidelidad e infidelidad. Pero lo hace a otro nivel: Soy el Hijo, el último enviado del que hablan los signos. Si no abrís el corazón quedará cerrado para siempre.
En la discusión entre Jesús y los judíos se apela a testimonios que avalen a uno o a los otros. Los Judíos se apoyan en Moisés y las Escrituras que conocen " al dedillo". Y Cristo les ataca precisamente por ahí, por su autosuficiencia. Ellos se creen en la posesión de la verdad, son los recitadores de credos de memoria, los que "saben" tanto de Dios que el mismo Dios ya no sabe actuar sin contar con ellos; los maestros de ceremonias, los "secretarios" insustituibles del Altísimo. ¡Pero no son creyentes! ¿Cómo van a creer que Dios "se escapa de la santidad del templo” para comer con los pecadores? ¿Cómo va a preferir Dios las obras de misericordia con los pobres desdichados antes que los sacrificios rituales del Templo? ¿Cómo va a preferir Dios la atención a un enfermo o necesitado a la sacrosanta ley del sábado?
Y va Jesús… y desenmascara el orgullo de los "creídos" y ofrece el testimonio más valioso para los creyentes: el testimonio de sus obras en nombre de Dios, obras llenas de salud, de perdón y de vida…
Los judíos «creían» en las escrituras; sin embargo, Jesús les dice que no creen en los escritos de Moisés porque creen "a su modo", interpretan a su manera. Igualmente, yo no puedo interpretar la escritura a mi manera. "Quien a vosotros oye, a mí me oye. Si no creéis en sus escritos, ¿cómo vais a creer en mis palabras?"
Piensan que van a encontrar en la Escrituras lo que no contienen: la vida definitiva. Han dado un valor absoluto a la Escritura y la han convertido en un todo completo y cerrado, en lugar de ver en ellas, una promesa y una esperanza.
El papel de la Escritura era dar testimonio preparatorio a la llegada del Mesías. Pero ellos no hacen caso de este testimonio porque su clave de lectura es falsa.
"Os conozco y sé que el amor de Dios no está en vosotros".
Les falta ese "amor de Dios": amor a Dios y amor de Dios. Carecen de aquella apertura fundamental a Dios que es imprescindible en el amor; por eso les falta también la capacidad de acercarse a Jesús y reconocerlo como enviado de Dios. Y si no se admite al enviado de Dios ¿qué ocurre? Pues lo que está ocurriendo en nuestro tiempo: existe el gran peligro de aceptar sin crítica alguna a muchos otros que llegan en su propio nombre y ponen siempre por delante sus grandes exigencias personales, a pesar de lo cual se les sigue con gran fidelidad.
Jesús, lo mismo que dice sobre Moisés, lo dice también sobre los apóstoles y los ministros de su Iglesia: "Quien a vosotros oye, a mí me oye; quien a vosotros desprecia, a mí me desprecia" (Lc 10, 16.). Si no oigo las enseñanzas de la Iglesia, si no las sigo,
¿cómo voy a creer?
La fe se robustece con el estudio, con la formación. No es coherente que vaya creciendo mi cultura, mi ciencia, mi capacidad crítica, y continúe con una formación religiosa «de primera comunión»: con explicaciones de la fe que no dan respuesta a las preguntas de una vida de adulto, ni pueden contrarrestar los ataques a la fe solapados bajo un lenguaje pseudocientífico y «progresista». Por eso es importante asistir a charlas de formación, pedir consejo para leer libros interesantes sobre la doctrina y la vida cristiana, etc...
¿Cómo cuidamos la formación?
Comentarios realizados por: José Antonio Marzoa Rodríguez (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
cursillosdecristiandad.es
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