La lepra es una enfermedad terrible. Realmente, la enfermedad conlleva siempre un elemento de marginación. Incluso de las más leves, como una gripe, decimos a veces que “nos han puesto fuera de circulación”. La enfermedad nos exilia de nuestra vida cotidiana, nos impide llevar una vida normal, nos convierte en seres débiles y dependientes, disminuye el caudal de nuestra siempre frágil libertad.
El leproso del evangelio de hoy expresa meridianamente esa situación. Marginado e impuro, postrado y de rodillas implora la sanación a quien piensa que puede otorgársela: “si quieres…”. Jesús, dice el evangelista lacónicamente, “sintió lástima”. Es la reacción debida ante la desgracia ajena. “Jesús, sintiendo lástima, lo tocó, diciendo ‘quiero’”.
Pero el gesto de Jesús no es sólo (aunque también) la ilustración de una reacción debida ante el sufrimiento ajeno. En la mentalidad judía que contextualiza su gesto (para eso hemos de leer la primera lectura), éste es de una osadía inusitada, que raya la profanación de normas tenidas por sagradas. Jesús no sólo habla y cura, sino que “toca”. Antes de reintegrar en la sociedad, va al encuentro, traspasa la frontera y, al tocar al impuro, él mismo queda contaminado. Jesús no sólo cura la enfermedad sino que salva al hombre, reintegra en la comunidad de salvación, limpia lo que era impuro y declara que no hay forma de impureza (física, moral o espiritual) que nos aparte definitivamente de Dios si somos capaces de reconocerla y de suplicar.
Al contemplar al leproso suplicante y curado y a Jesús, sintiendo lástima y actuando, hemos de volver los ojos a nuestro mundo y a nosotros mismos. Porque también hoy existen formas de lepra (física, moral, espiritual, social, política, ideológica, racial…, se puede ampliar la lista infinitamente), que producen sufrimiento y marginación, que nos separan y alienan a unos de otros. ¿Quiénes son hoy los leprosos de nuestra sociedad? ¿Quiénes son mis leprosos personales? En segundo lugar, estas situaciones ponen a prueba nuestro corazón humano, nuestro corazón de carne. ¿Somos capaces de sentir lástima, de compadecer, o nos hemos vuelto insensibles a los sufrimientos de los demás? Y hemos de caer en la cuenta de que tal vez sintamos lástima de ciertas categorías de lepra, pero seamos insensibles a los sufrimientos de otros, a los que, según nuestros parámetros, hemos declarado “impuros”. Pero la compassion no es suficiente. Ella llama a la acción. Y esta requiere con frecuencia estar dispuesto a “tocar”, a “mancharse las manos”. Imitar a Jesús en la audacia de su gesto significa atravesar fronteras y derribar barreras, superar el miedo al “otro”. Esa imitación significa, además, hacer el bien sin buscar recompensa ni reconocimiento, sino por amor del bien mismo, aún más, por amor de aquel que me necesita. Así, el bien realizado dará testimonio, él mismo, de la bondad de Dios, de quien procede todo bien.
Por fin, podemos mirar a la situación desde otra perspectiva, que también está implicada en el texto del Evangelio: yo mismo tengo mis propias lepras. Por eso, la Palabra hoy me invita también a tener el coraje de ponerme de rodillas ante Jesús y suplicarle, para que me toque y me cure. Hay que hacerlo con fe y confianza (el “si quieres” significa decirle: “sé que puedes”). Pero también hay que “ponerse a tiro”, acercarse a Él, allí donde es posible encontrarlo: su Palabra, la Eucaristía, la Reconciliación, para que nos pueda tocar. Y para que, como el leproso, al sentir que nos ha limpiado, podamos vivir con un corazón agradecido que ya por sí mismo habla “con grandes ponderaciones” de lo que Él ha hecho con nosotros.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
No hay comentarios:
Publicar un comentario