Señor mío, Jesucristo, creo firmemente que estás aquí; en estos pocos minutos de oración que empiezo ahora quiero pedirte y agradecerte.
PEDIRTE la gracia de darme más cuenta de que Tú vives, me escuchas y me amas; tanto, que has querido morir libremente por mí en la cruz y renovar cada día en la Misa ese sacrificio.
Y AGRADECERTE con obras lo mucho que me amas: ¡ Tuyo soy, para ti nací ! ¿qué quieres, Señor, de mí?
REFLEXIÓN :
¿Puedo ayudarte en algo, Dios mío?
En una obra del escritor brasileño Pedro Bloch encuentro un diálogo con un niño que me deja literalmente conmovido.
- ¿Rezas a Dios? - pregunta Bloch.
- Sí, cada noche - contesta el niño.
- ¿Y qué le pides?
- Nada. Le pregunto si puedo ayudarle en algo.
Y ahora soy yo quien me pregunto a mí mismo qué sentirá Dios al oír a este chiquillo que no va a Él, como la mayoría de los mayores, pidiéndole dinero, salud, amor o abrumándole de quejas, de protestas por lo mal que marcha el mundo, y que en cambio, lo que hace es simplemente ofrecerse a echarle una mano, si es que la necesita para algo.
Que muchos días le reces así a Dios.
Coméntale a Dios con tus palabras algo de lo que has leído. Después termina con la oración final.
Cristo crucificado. Diego Velázquez, 1630
No me mueve, mi Dios, para quererteel cielo que me tienes prometido,
ni me mueve el infierno tan temido
para dejar por eso de ofenderte.
Tú me mueves, Señor; muéveme el verte
clavado en la Cruz y escarnecido.
Muéveme ver tu cuerpo tan herido
muévenme tus afrentas y tu muerte.
Muéveme, en fin, tu amor, de tal manera,
que aunque no hubiera cielo, yo te amara,
y aunque no hubiera infierno, te temiera.
No me tienes que dar porque te quiera;
pues aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
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