Evangelio según san Mateo 5, 17-19.
La perfección y plenitud que Jesús da a la Ley y los profetas no consiste en un cumplimiento escrupuloso y puntilloso de los preceptos legales. No en vano Jesús habla no sólo de la Ley, sino de la Ley y los profetas. Y es sabido que los profetas se distinguen por criticar el legalismo huero y formal, que se olvida del espíritu de la ley, de la justicia, que consiste en la solícita preocupación por los pobres y desvalidos. El versículo 20 de este mismo capítulo lo aclara meridianamente: “Porque os digo que si vuestra justicia no supera la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos.” Las palabras de Jesús no pueden entenderse, pues, en sentido legalista. Al contrario, el contexto del Sermón de la montaña nos ayuda a comprender que la plenitud de la Ley y los profetas se encuentra en el mandamiento del amor. Y el amor no es una filantropía genérica que hace el bien “a la humanidad”, a bulto, sino una actitud personal que, sin renunciar desde luego a los grandes proyectos, repara en las situaciones concretas, menudas, que parecen “menos importantes”, pero que dan la medida del verdadero amor personal. Jesús habla a las multitudes, pero entra en casa de hombres y mujeres con nombre y con rostro, a los que lleva también la salvación en persona; da de comer a las masas hambrientas, pero toca y se deja tocar para sanar a ese hombre o mujer de carne y hueso, “menos importante”, y sin cuya sanación, según nos puede parecer, la historia hubiera seguido adelante son cambios significativos. A Jesús, como vemos, no le parece así. Cuando nos habla hoy de la plenitud de la ley y de la importancia de sus preceptos menos importantes, nos está diciendo que los pequeños detalles tienen mucha importancia, si de lo que hablamos es del amor: el que Dios nos tiene (para Él nadie es “menos importante”), y el que nosotros debemos vivir en nuestra vida diaria. Y es que la vida se compone de detalles menores, de momentos en apariencia poco significativos; no podemos reservarnos para los grandes acontecimientos, que pueden no llegar nunca. Es en el día a día de las pequeñas fidelidades, los gestos en apariencia insignificantes y las situaciones menudas en las que nos jugamos la autenticidad de nuestra vida cristiana, de nuestro seguimiento de Cristo, del mandamiento del amor, que lleva a plenitud y perfección la Ley y los profetas, es decir, los principios, las normas y los carismas. Como dice Jesús, usando el contraste tan típico de la sabiduría bíblica, para ser grande en el reino de los cielos hay que estar atento a lo pequeño aquí en la tierra, vivirlo y enseñarlo.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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