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jueves, 26 de abril de 2012
CÓMO VOY A ENTENDERLO SI NADIE ME GUÍA
Hechos de los apóstoles 8, 26-40
En un día como éste creo que debemos hacer un homenaje a todos los catequistas, ellos y ellas –tengo la impresión de que son más ellas que ellos- que se dedican a acompañar a los que son nuevos en la fe. Digo expresamente acompañar porque no se trata de enseñar ni de educar. Por esos caminos la persona tiene que llegar sola a encontrarse con la experiencia de Dios, con Jesús vivo, y dejar que la esperanza y el gozo de la fe llenen su corazón.
Todo esto viene porque la primera lectura, como siempre en la pascua de los Hechos de los apóstoles nos trae aquella historia del diácono Felipe. Había tenido que salir de Jerusalén por la persecución de los judíos. Se dirigió al sur. Camino de Gaza. Allí le alcanzó un extranjero, un etíope, que iba en su carroza. Comenzaron a hablar. Podemos suponer que comenzarían hablando del tiempo, de cosas banales. Pero Felipe se dejaba guiar por el Espíritu y era éste el que le había indicado que se acercase a aquel personaje, que iba leyendo un libro del profeta Isaías. Enseguida intervino: “¿Entiendes lo que lees?”
La respuesta del eunuco deberíamos reproducirla en carteles, en estampas, en muchos sitios porque nos recuerda a los seguidores de Jesús nuestra misión de evangelizar siempre y en todo tiempo: “¿Cómo voy a entenderlo si nadie me guía?”
Hoy sigue siendo necesaria esa función de los que guían, de los que acompañan y van descubriendo juntos el camino. Los catequistas son hermanos mayores que llevan de la mano pero sin imponer. Acompañan, explicando, iluminando, mostrando. Van haciendo el mismo camino, se saben igual de limitados que sus “guiados”. Se gozan en su servicio.
Pero siempre han de ser conscientes –estoy seguro de que ya lo son– de que ellos no son los protagonistas de la historia. El “guiado” no tiene que tener como finalidad seguir al “guiador” sino encontrarse con Jesús. Al final tendrá que hacer su propio camino para dar el último paso. Y ahí deberá caminar solo.
El etíope al final pidió el bautismo. Creía que Jesús es el Hijo de Dios. Fue el final de un proceso pero el comienzo de otra historia, la del etíope con Jesús. Quizás otros hagan otros procesos. Quizá no siempre terminen todos necesariamente en el bautismo. Los caminos de Dios son misteriosos y él sabe como hacerse el encontradizo con cada persona.
Pero siempre harán falta “guiadores” que se dejen llevar por el Espíritu y que acompañen a otros, que les comuniquen su esperanza, que den testimonio de su fe. Por eso, porque hay muchos de esos en nuestra Iglesia, hoy quiero dar gracias a Dios. Sobre todo por tantos que lo hacen de forma anónima, sin darse importancia, sin títulos, en la sencillez de tantas y tantas parroquias, colegios, movimientos, etc. a lo largo y ancho de todo el mundo.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
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