Los fariseos tenían un concepto del Mesías bastante distinto del que tenía Jesús. En virtud de lo que esperan del Mesías, quieren, buscan y piden signos inequívocos del cielo. No les bastaban los milagros que veían. Querían algo más aplastante, sobre todo, con respecto a sus enemigos, los romanos. Un Mesías triunfalista, que no hiciera milagros, como Jesús, sólo para liberar a los oprimidos de sus enfermedades y opresiones, sino para demostrar palmariamente el poder y grandeza de Dios.
Jesús no va por ahí. Cuando hace milagros piensa sólo en la persona humana, nunca en demostrar poderes apabullantes del cielo. Por eso, rechaza abiertamente la pretensión de los fariseos y les contesta displicentemente. No le importa que le abandonen. Los conoce de sobra y sabe de sus intenciones. Su compromiso está con los sencillos, con los que buscan la verdad, con los que aspiran a vivir humanamente para poder atender después a lo espiritual.
Jesús frente a los fariseos nos muestra hoy la grandeza de la honradez, la belleza de la integridad, la nobleza y dignidad de un corazón limpio y bueno. Pero, no siempre la belleza, la nobleza y la dignidad cotizan al alza en los mercados del mundo. Con frecuencia predominan otros valores, evangélicamente hablando más débiles. Nosotros, los seguidores de Jesús, si alguna vez lo hicimos, no queremos volver a pedir otros signos que los aparentemente débiles valores evangélicos. Nuestra única pretensión es llevar una vida como la que llevó Jesús; tener unas actitudes similares a las suyas, y que nos puedan señalar y distinguir, como a él, por la compasión y la misericordia.
Comentarios realizados por: Vicente Domínguez Rodríguez (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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