domingo, 16 de febrero de 2014

QUINTO ANIVERSARIO DE LA MUERTE DE PABLO DOMÍNGUEZ

Con la gentileza de Logotipo de Análisis Digital
 
La editorial San Pablo recoge en un libro los últimos textos del sacerdote Pablo Domínguez
Hasta la cumbre
Los últimos cuatro días anteriores a su muerte, el sacerdote don Pablo Domínguez, joven Decano de la madrileña Facultad de Teología San Dámaso, los dedicó a impartir unos Ejercicios espirituales a las Hermanas cistercienses del monasterio de Tulebras, en Navarra. Al finalizar, como ya es conocido, el sacerdote murió en un accidente de montaña, descendiendo del Moncayo. La editorial San Pablo acaba de publicar el libro Hasta la cumbre. Testamento espiritual, que recoge las meditaciones que impartió en estos Ejercicios, donde, por cierto, llaman poderosamente la atención sus referencias a la muerte, llenas de alegría y esperanza. Escribe su cuñado:



Don Pablo Domínguez, en una de sus intervenciones
en la Facultad de Teología San Dámaso
No tengo reparo alguno en reconocer que me he estremecido al tener en mis manos el libro Hasta la cumbre. Testamento espiritual. Es, por ahora, la última obra de Pablo Domínguez Prieto, que ha editado con inmenso cariño la editorial San Pablo. Se trata de un texto en el que se recogen las charlas y reflexiones de los últimos Ejercicios espirituales dirigidos por el Decano de San Dámaso a las Hermanas cistercienses del monasterio de Tulebras, en la hermosa tierra navarra, a las faldas del Moncayo. No dejo de pensar que de aquella casa salió Pablo el día 15 de febrero, muy de mañana, para ascender y coronar la imponente cima de la montaña. De allí partió a la eternidad; de allí subió a los brazos del Padre en ese, todavía, inmenso misterio de los designios de la Providencia.
Bien sé del llanto compartido en estos meses con los padres y hermanos de Pablo. Bien sé de las lágrimas de Pilar, mi esposa y hermana de Pablo. Bien sé del sobresalto de tantas personas que trataron a Pablo y que quisieron testimoniar su dolor esperanzado en aquellas densas jornadas tras su fallecimiento. Bien sé de nuestro sentimiento general de orfandad. Por eso, ahora, al tener en mis manos el libro, no dejo de percibir esa inmensa emoción de sentir, también, que Pablo sigue presente entre nosotros y que la gozosa realidad de la Comunión de los Santos es un consuelo y un estímulo para seguir adelante. Pablo Domínguez Prieto nos deja en estas páginas un testimonio de su intenso vivir cristiano, de su ser sacerdotal, de su enamoramiento de Cristo. (¡Cuánto hay que agradecer a las Hermanas de Tulebras el que grabasen sus intervenciones!) En la transcripción escrita de sus charlas y reflexiones -realizada en fraternal espíritu por los hermanos de Pablo- se pueden apreciar con todos sus detalles los rasgos que caracterizaban la personalidad del Decano de San Dámaso: desde su honda espiritualidad, hasta su entrañable sentido del humor; desde su confianza plena en el Padre amoroso, que cuida de cada una de sus criaturas, hasta la riqueza de sus vivencias y de sus anécdotas. Me parece que estamos ante un libro que puede ayudar al crecimiento interior de todos cuantos se acerquen a su lectura. Pablo era muy claro en su exposición y muy sencillo en sus formas: lo único que importa, lo único por lo que realmente merece la pena vivir, es alcanzar la meta de la salvación, llegar a la Compostela Eterna, contemplar para siempre el rostro del Resucitado.
Esa claridad y aquella sencillez se enraizaban, no me cabe duda alguna, en la hondura de su conocimiento de Dios, en su intimidad con el Hijo, con ese Logos encarnado que tanto gustó de difundir, no sólo con su profundo saber filosófico y teológico, sino con su predicación sacerdotal y con su dirección espiritual a tantas personas. La Hermana Pilar Germán, en una delicada crónica de aquellas jornadas decisivas, lo explica muy gráficamente al inicio de la obra: «Pero, sobre todo y ante todo, Pablo era sacerdote, un hombre de Dios. Él era su pasión y de Él hablaba apasionadamente. Su deseo: anunciar a Jesucristo. Lo más bonito es predicar, decía».
La vida del creyente, esa vida que todos llevamos en vasijas de barro, pero barro iluminado por la luz pascual, es la que desfila por las páginas de este hermoso libro. No creo equivocarme al decir que es una obra con la que hacer oración. No creo errar si digo que Pablo nos hace el regalo de volver a presentarnos nuestra existencia como un inmenso don: el don de Dios. Gracias, Pablo.
Javier Aguado

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