La sed de aquella mujer la lleva a coincidir, junto al pozo, con el verdadero “manantial de agua viva”.
Como siempre, es el Señor el que toma la iniciativa, el que se hace el encontradizo, el que inicia el diálogo… Y como nosotros, la mujer es reticente a darle del agua del pozo. Pero, al menos no se cierra a la “conversación”. Y en ese diálogo, Jesús va a enseñarle a penetrar en el pozo sin fondo de su sed más profunda, en la búsqueda de un agua que apague para siempre aquella sed. Y… “¡Señor, dame de esa agua!” Y con eso, ya está en camino: ya está dispuesta a examinar su vida (a dejar que Jesús examine su vida). Y de ahí a dar el paso de volver a su vida de fe bebiendo de las fuentes de Dios en el culto, primero, y en el culto “en espíritu y verdad” después, sólo media el diálogo sincero con Él. ¡Esa agua soy Yo!, viene a decir Jesús. Y ya está. La mujer que se deja “mojar” y allá se queda el cántaro del “agua sedienta”, y allá se va la buena de la samaritana con el agua viva del Señor en su corazón y el testimonio de su fe en la boca (de la abundancia de lo que hay en el corazón habla la boca, ¿no?)… “Venid a ver a un hombre que me ha dicho…”
El Señor también nos ha esperado, como a la mujer, junto “al pozo”. La primera vez junto al “pozo bautismal”, y después en tantas y tantas ocasiones en la vida… Una confesión u otro sacramento, un Cursillo de Cristiandad o unos Ejercicios Espirituales…. ¡Cuántos encuentros hemos tenido con el Señor!
¿A cuántos de los que te rodean, con los que convives o compartes trabajo o diversión, le has dicho tu lo mismo, después de un ese encuentro con Cristo, después de aquella buena confesión, después de un cursillo, etc.: “Venid a ver lo que me ha dicho, venid a ver lo que ha hecho conmigo”? ¿A cuántos has acercado al pozo…, al manantial de agua que salta hasta la vida eterna? A tu alrededor hay muchos, muchísimos sedientos que, como aquellos samaritanos, están a la espera de que alguien les diga: “Venid, ved”. Y seguro que, como los samaritanos que creyeron en Jesús por el testimonio de aquella mujer, también se acercarán a Él por tu testimonio, para acabar creyendo y te dirán: “Ya no creemos por lo que tú nos dices, sino porque hemos hablado con Él, porque hemos tenido nuestro encuentro con Él”.
No nos cuenta San Juan cuál fue la actitud de aquella mujer ante la conversión de sus amigos y convecinos… Pero seguro que la buena de la samaritana no se puso a presumir de cuántos había llevado, ni se lo echó en cara a Jesús ni a nadie (¡mira cuántos te he traído…!), sino que estaría enormemente feliz de haber servido de transmisora de la buena noticia.
Y queda claro que lo que empieza siendo la curiosidad que provoca la “conversión” de la mujer y la invitación a “venir y ver”, acaba siendo un encuentro personal y gozoso con el Maestro.
¿Qué buscas en los pozos del “agua de la sed? ¿Ambición, dinero, bienestar…? ¡Cristo te ofrece su agua que salta hasta la vida eterna!.
Acércate a Él para beber su palabra, sus criterios evangélicos, sus valores cristianos… Él es la fuente del agua viva.
¿Has descubierto a Cristo, de verdad, como alguien importante en tu vida? ¡Él es la Salvación de Dios que sale a tu encuentro! ¿Le das a conocer?
Comentarios realizados por: José Antonio Marzoa Rodríguez (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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