« Una noche soñé que iba andando por la playa con el Señor y que se proyectaban en el cielo muchas escenas de mi vida.
En cada escena que pasaba, percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: unas eran las mías y las otras del Señor.
Cuando la última escena pasó delante nuestro, miré hacia atrás, hacia las pisadas en la arena y noté que muchas veces en el camino de mi vida quedaban sólo un par de pisadas en la arena.
Noté también que eso sucedía en los momentos más difíciles de mi vida.
Eso realmente me perturbó y pregunté entonces al Señor: “ Me prometiste, Señor, cuando decidí seguirte, que siempre caminarías a mi lado hasta el final.
Pero he visto, que en los peores momentos de mi vida, cuando más te necesitaba, había en la arena sólo un par de pisadas.
No entiendo por qué me abandonabas en las horas en que yo más te necesitaba”.
Hubo un momento de silencio y cuando ya no esperaba ninguna respuesta escuché una voz, la voz del Señor que me decía:
“MI querido amigo. Yo siempre te he amado y jamás te abandonaría en los momentos más difíciles. En esos momentos de sufrimiento, cuando peor lo estabas pasando, no eran tus huellas las que aparecían sobre la arena, eran las mías, míralas, son más profundas, porque en esos momentos Yo te cargaba sobre mis hombros. Por eso en la arena sólo quedaron marcadas las huellas en una sola hilera de pisadas. Eran las mías, naturalmente”.
No me canso de leer esta reflexión. Me emociona tanto como la primera vez. Cuánta razón tiene!!
ResponderEliminarTotalmente de acuerdo. Besos, Susana. Siempre... De colores!
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