Evangelio según san Lucas 6, 36-38
El evangelio de hoy recoge el final del sermón de la Montaña en su versión lucana. Al final de su discurso, Jesús propone cinco criterios prácticos para amar a los demás. Sin duda que los acogeremos como un buen plan de vida cuaresmal. Más que propósitos, constituyen cinco actitudes que hoy pediremos obstinadamente y sin desmayo al Padre bueno. Con esos dones se puede componer en nosotros el rostro más amable de Dios: su corazón materno.
- Pidamos, en primer lugar, ser misericordiosos: No pedimos una venda para los ojos para no ver lo malo del otro, sino ojos de madre que nos trasladen hasta la verdad más honda de las personas caídas y nos hagan caer en la cuenta de que ellas, normalmente, no son “malas”, sino que “están mal”. ¡Es tan distinto! Ante quien está mal… sólo vale la compasión y la ayuda… La estricta justicia jamás será capaz de sanar al herido porque sólo el amor –no la ley- es lo que restaura.
- Pidamos también no juzgar a nadie: Reconozcamos, para empezar, que no conocemos al otro. Vemos sólo la apariencia que nos muestra: su conducta externa. Pero no resulta fácil acceder a sus intenciones, a sus deseos, a su interior, a su verdad… Además, ¡somos tan parciales y proyectivos en nuestros juicios! Nos suele suceder que criticamos en los demás lo que nosotros mismos encubrimos, disculpamos o maquillamos. Tendemos a ser injustos, porque nos juzgamos a nosotros mismos por nuestros ideales y a los demás por sus actos.
- Pidamos, en tercer lugar, no condenar. Somos grandes exploradores del espacio exterior, pero muy poco hábiles explorando el espacio interior. No es fácil reconocer objetivamente la culpabilidad. Ni suponer que la condena sea “supuestamente justa y merecida”. No condenar no es lo mismo que justificar. Es más bien creer en la fuerza positiva que desde el fondo de cada persona alienta y genera vida… ¡Es posible para cualquier persona el volver a empezar!
- Cuando pidamos el don de perdonar, pidámosle también un raro don: olvidar. El olvido de las ofensas no es humano. Es divino. Lo sabemos. Sólo Dios lo hace de manera perfecta. Las ofensas más bien nos despiertan la memoria y de qué manera. Si perdonar es comprender, es caer en la cuenta de que mis enemigos “no saben lo que hacen”… olvidar es una virtud superior: es tener el mismo corazón de Dios que elimina del recuerdo el mal recibido... ¡Algo impensable!
- Finalmente, pidamos a Dios generosidad, dar sin medida. La magnanimidad es el mejor de los negocios. ¿Daremos mucho trabajo a Dios para convencernos de que nos interesa dar sin usar calculadoras? La manera de dar vale más que lo que se da. Demos generosamente y con humildad… y no tardaremos en recoger beneficios impensables. En los cosas de Dios lo más prudente es atreverse a las “imprudencias”.
Decía S. Agustín que “a Dios no se va caminando, sino amando”. Y tanto mejor para nosotros cuanto más nos acerquemos a Él por los mismos caminos por los que Él se ha acercado a nosotros. Esto es, amando. No tiene sentido una práctica cuaresmal sin el amor. Lo dice el mismo Señor: “Misericordia quiero y no sacrificios”.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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