Jesús nos exhorta a no actuar según la dinámica de la acción y la reacción en lo tocante al mal recibido. Esa dinámica, tan lógica y tan humana, lleva a una espiral de violencia y a un círculo vicioso que, lejos de hacer un servicio a la justicia, alimenta los odios y resentimientos de futuras agresiones y nuevas venganzas. Sin renunciar a la justicia, Jesús invita a una actitud de libertad suprema, activa y no reactiva, generosa, receptiva, no vindicativa y abierta a las necesidades de los demás. Esta libertad evangélica está presente también en la actividad evangelizadora de Pablo. Eso de no ser motivo de escándalo parece una verdad de Perogrullo, pero no lo es, pues no está garantizado que los que se dedican a la evangelización (y todo cristiano está llamado a ella de un modo u otro) lo hagan siempre con actitudes evangélicas. Esa contradicción entre el mensaje y las actitudes personales “pone en ridículo” el ministerio, y es un fuerte freno en la extensión del Evangelio. Aunque es verdad que el Espíritu sopla donde quiere, la coherencia de vida es un factor clave de la misión de la Iglesia. Y esa coherencia tiene mucho que ver con la libertad de la que habla Jesús y de la que hace gala Pablo: libertad de los reveses de la fortuna, del éxito o del fracaso, de la pobreza o la riqueza, libertad del qué dirán y las opiniones dominantes (de eso que hoy se llama “políticamente correcto”). Quien consigue encarnar de esa manera el ideal evangélico, la libertad con la que nos liberó el Señor, está mostrando con su propia vida que la salvación no es un pálido deseo futuro o una vaga promesa, sino un acontecimiento de hoy y que ya está teniendo lugar: ahora es tiempo favorable, ahora es tiempo de salvación.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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