sábado, 14 de septiembre de 2013

ES LA EXALTACIÓN DEL AMOR



La cruz es la cruz de nuestro Señor. Es el instrumento de nuestra redención. La muerte en cruz era el suplicio reservado sólo para los esclavos, tan cruel como lleno de ignominia. ¿Cómo se podía pensar que la redención podía venir de la impureza de un cadáver? Sin embargo ahí está la paradoja. Un hombre inocente carga con todos los pecados de la humanidad. Condenado, no condena. En el mayor dolor brilla el mayor amor. La cruz de Jesús, dando muerte al pecado, es causa de reconciliación. Reconciliación de los hombres con Dios. Pero también de gentiles y judíos, de la economía de la ley y de la economía de la fe. 
Pero aún sorprendemos otra paradoja que da nombre a la fiesta de hoy. Este condenado, sometido a la máxima humillación, envilecido, desnudo, es exaltado, elevado como la serpiente en el desierto, en signo de salvación para cuantos le contemplan. Es la exaltación del amor: “Tanto amó Dios al mundo que le entregó a su Hijo”. La Pasión de San Juan que leemos el Viernes Santo contempla a Cristo en la Cruz, lleno de majestad.
Nada de adornos con crucifijos lujosos, no hacer la señal de la cruz repetidamente de manera que se banalice, etc. Por supuesto, y en un orden muy distinto, no he visto a ningún maestro espiritual que enseñe el victimismo, el dolorismo y todos los espiritualismos que busquen el dolor por sí mismo para parecerse más a Jesús. Jesús nos dice que tomemos “nuestra” cruz y le sigamos. Pues, venga, tomemos nuestra cruz, amemos como Jesús nos mandó, perdonemos y bendigamos a los que nos maldicen, estemos dispuestos a ser perseguidos por la justicia. Si amamos, siempre encontraremos la cruz. Entonces, sí que podremos repetir con San Pablo: “Lejos de mí gloriarme sino en la cruz de Cristo”.

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/

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