¿Puede ser indiferente el Nombre, para un católico?
Quisiera no dejar de recordar hoy el que la Iglesia llama el Dulce Nombre, llamando la atención sobre la importancia que los nombres tienen en nuestra vida cristiana.
Mons. Aguer ha hablado hace poco sobre esto, y honrar nuestro nombre de bautismo es un modo muy sencillo pero fecundo de dar testimonio cotidiano de nuestra fe, sirviendo asimismo a la evangelización de la cultura.
Restauremos los nombres cristianos para las nuevas generaciones.
No despreciemos los gestos pequeños. No retrocedamos.
Con signos, gestos, palabras, se enhebran los actos que reforman o hacen apostatar a una civilización. En el cambio de los signos se ceba la revolución, y la dejamos hacer, subestimando al enemigo, dejando que se bastardeen las palabras, enfatizando ingenuamente las puras “intenciones”. Hay almas en juego en todo ello, y no son meras “formas”, porque Nuestro Señor no hace nada en vano, y no fue vano cambiar el nombre a Abraham, a Pedro, a Saulo.
Siguiendo a San Bernardo de Claraval, rezando y batallando, ¡miremos siempre a la Estrella, miremos a María!
En la preciosa comunión de los santos, aprovecho para pedir a los lectores una oración por un gran poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez (*), que La ha tenido siempre presente, lo que se traduce en la belleza de sus obras, como en su
Soneto del Dulce Nombre
Si el mar que por el mundo se derrama
tuviera tanto amor como agua fría,
se llamaría, por amor, María
y no tan sólo mar, como se llama.
Si la llama que el viento desparrama,
por amor se quemara noche y día,
esta llama de amor se llamaría
María, simplemente en vez de llama.
Pero ni el mar de amor inundaría
con sus aguas eternas otra cosa
que los ojos del ser que sufre y ama,
ni la llama de amor abrasaría,
con su energía misericordiosa,
sino el alma que llora cuando llama.
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http://infocatolica.com/blog/caritas.php?utm_medium=email&utm_source=boletin&utm_campaign=bltn130912
Mons. Aguer ha hablado hace poco sobre esto, y honrar nuestro nombre de bautismo es un modo muy sencillo pero fecundo de dar testimonio cotidiano de nuestra fe, sirviendo asimismo a la evangelización de la cultura.
Restauremos los nombres cristianos para las nuevas generaciones.
No despreciemos los gestos pequeños. No retrocedamos.
Con signos, gestos, palabras, se enhebran los actos que reforman o hacen apostatar a una civilización. En el cambio de los signos se ceba la revolución, y la dejamos hacer, subestimando al enemigo, dejando que se bastardeen las palabras, enfatizando ingenuamente las puras “intenciones”. Hay almas en juego en todo ello, y no son meras “formas”, porque Nuestro Señor no hace nada en vano, y no fue vano cambiar el nombre a Abraham, a Pedro, a Saulo.
Siguiendo a San Bernardo de Claraval, rezando y batallando, ¡miremos siempre a la Estrella, miremos a María!
En la preciosa comunión de los santos, aprovecho para pedir a los lectores una oración por un gran poeta argentino, Francisco Luis Bernárdez (*), que La ha tenido siempre presente, lo que se traduce en la belleza de sus obras, como en su
Soneto del Dulce Nombre
Si el mar que por el mundo se derrama
tuviera tanto amor como agua fría,
se llamaría, por amor, María
y no tan sólo mar, como se llama.
Si la llama que el viento desparrama,
por amor se quemara noche y día,
esta llama de amor se llamaría
María, simplemente en vez de llama.
Pero ni el mar de amor inundaría
con sus aguas eternas otra cosa
que los ojos del ser que sufre y ama,
ni la llama de amor abrasaría,
con su energía misericordiosa,
sino el alma que llora cuando llama.
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(*) Escritor con tonos netamente cristianos, participó -al igual que el escritor Leopoldo Marechal y el pintor Ballester Peña- de Convivio, encuentro de artistas cristianos que constituyó el marco para debatir diferentes aspectos y problemas del arte en sus variadas manifestaciones.Mª Virginia Olivera
En sus primeros siguió los principios del ultraísmo, vinculándose con los poetas postmodernistas, hasta fraguar un barroquismo conceptuoso y original. Desde la publicación de El buque (1935), trató temas de espiritualidad con estilo clásico, como en Cielo de tierra (1937), La ciudad sin Laura (1938) -inspirada en la persona de su propia esposa-, Poemas elementales (1942), Poemas de carne y hueso (1943), El ruiseñor (1945), Las estrellas (1947), El ángel de la guarda (1949), Poemas nacionales (1950), La flor (1951), Tres poemas católicos (1959), Poemas de cada día (1963). Ya en su madurez, su poesía se identificó por un tono lírico influido por los poetas místicos, pero conservando su forma particular de enfocar la belleza de la vida. Bernárdez es uno de los muy escasos poetas argentinos que asumió explícitamente el catolicismo en su creación literaria.
Se caracterizó por la belleza de sus sonetos, por sus poemas de extenso metro (fue creador de un verso de 22 sílabas), y por su profundidad filosófica (por ejemplo, en La noche). Su traducción poética de los himnos litúrgicos del Breviario Romano, que aún hoy se rezan en algunos conventos argentinos,y sus trabajos en prosa, casi todos verdaderamente poéticos, completan la obra de este notable escritor argentino. En sus últimos años quedó ciego, aunque conservó siempre su actitud jovial y entusiasta y su amor por las letras.
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