El evangelio de hoy nos presenta una imagen espontánea y vivaz de Jesús: “estaba lleno de la alegría del Espíritu Santo”. Imaginémonos a Jesús rebosando de alegría y dirigiendo una alabanza gozosa y agradecida a su Padre. Versículos antes, Lucas nos presenta a los discípulos que llegan de la misión y manifiestan el gozo de haber sometido a los demonios, pero Jesús les corrige y les enseña a descubrir una alegría mucho más profunda que la del éxito en la misión: saber que sus nombres están inscritos en el cielo, es decir, que sus vidas están en el centro del corazón de Dios. El texto de hoy termina cuando Jesús proclama “dichosos” a quienes le ven y le oyen porque Él es la buena nueva esperada por muchos desde hace tantos siglos.
En pocos versículos el evangelista se refiere varias veces a la alegría, la dicha y el gozo. ¿Es posible experimentar la alegría? Jesús nos da la clave: afirma que sólo pueden participar de ella los sencillos, no “los sabios” ni “los entendidos”. Éstos buscan la alegría en cosas complicadas: se esfuerzan mucho en comprenderla y merecerla, gastan demasiado dinero en comprarla, luchan en exceso por arrebatarla a sus competidores. En cambio, los sencillos descubren que la felicidad es un don gratuito que reciben de manos de Dios. Pero, no nos confundamos, ser sencillos no es ser simples, ni ser descuidados. La sencillez del evangelio significa capacidad de permanente apertura, sorpresa y conversión para acoger una Presencia amorosa que ilumina, transforma, inspira y sostiene la vida.
Quien experimenta la alegría evangélica abandona el camino del consumo de emociones fuertes para emprender el camino cotidiano y sencillo de una espiritualidad serena y confiada y de una fraternidad comprensiva y servicial. Quien está lleno de la alegría del Espíritu Santo, como Jesús, no deja de pisar la tierra de este mundo, no confunde esperanza con ilusiones evasivas; sabe que en medio de las dificultades y del abundante mal, que le rodea y que muchas veces le hace sufrir, hay una Presencia salvadora que le capacita para amar y para comprometerse con la paz y la justicia.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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