MARIA CATECISMO VIVIENTE
Carta Pastoral del Consiliario Nacional del MCC de España, Mons. Ángel Rubio
Quedarse en la maternidad biológica de María es dejarse escapar la grandeza íntima de la Virgen. María no es grande porque haya amasado a Jesús en la artesa de su seno. ¿Qué importancia ante Dios tendría este hecho, si no hubiera acogida antes la Palabra en la fe dócil y pobre, el día de la Anunciación? Sí, María es Madre de Jesús porque le dio el pan de su carne y la flor de su sangre pero, sobre todo, es Madre de la Palabra escuchada, acogida, engendrada en ella misma. Lo mismo que Jesús está siempre a la escucha del Padre, María está siempre abierta al Verbo. Es la primera contemplativa que, encerrada en Nazaret durante treinta años, profundiza en silencio la Palabra. La presencia de la Virgen en las páginas del Catecismo de la Iglesia Católica es constante. En cada afirmación esencial, se siente el deseo de añadir «como la Virgen María».
La figura de María la encontramos en el Credo «nació de Santa María la Virgen». La enseñanza sobre María ilumina la fe en Jesús, porque nuestra fe en la Madre se fundamenta en lo que la Iglesia hace respecto del Señor. Los Sacramentos, expresión celebrativa de la fe y signos eficaces de la gracia, nos recuerdan a María, la «Virgen fiel» y «llena de gracia» en la celebración del misterio cristiano que ilumina, conduce y alimenta el deseo de cada cristiano a la santidad y unión con Dios. Las Bienaventuranzas que María inaugura con su vida, nos muestran el camino para realizar la vocación del hombre con la práctica de lo que Él nos dice (cfr. Jn 2,1-12).
El Catecismo señala que el camino de la oración se da en comunión con la Madre de Dios, porque Jesús la hizo Madre nuestra (nº 2.673-2.682). Por eso invocamos a la Virgen como «un Catecismo Viviente», «Madre y modelo de los catequistas», «Estrella de la nueva evangelización» y «Omnipotencia suplicante».
El papa Juan Pablo II en las solemnes celebraciones de acción de gracias por el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica lo puso en manos de María Inmaculada. En el templo de mayor tradición mariana de toda la cristiandad, rodeado por los redactores del Catecismo y por los presidentes de las Comisiones Episcopales para la catequesis, el Papa dedicó a María este texto que consideró una de las labores más importantes de su pontificado.
En su homilía, quiso subrayar que el Catecismo es el resultado del Vaticano II, «Bendito sea Dios Padre del Señor Nuestro Jesucristo, junto con la Madre de Dios, la Iglesia agradece hoy el don del Concilio, que fue inaugurado el 11 de octubre de hace treinta años, precisamente en la fiesta de la maternidad de María. La comunidad de los creyentes —prosiguió Juan Pablo II— da gracias hoy por el Catecismo postconciliar, que constituye un compendio de las verdades anunciadas por la Iglesia en todo el mundo. Este compendio de la fe católica, deseada por los obispos reunidos en la asamblea extraordinaria del Sínodo de 1985, constituye el fruto más maduro y completo de la enseñanza conciliar, que viene presentada en el rico marco de toda la tradición eclesial».
Precisamente el día de la Inmaculada Concepción de 1965, Pablo VI clausuraba solemnemente la asamblea conciliar. «En el mismo día y en la misma solemnidad, la Iglesia se presenta a los hombres de nuestro tiempo con el catecismo postconciliar, compendio de la única y perenne fe apostólica, custodiada y enseñada por la Iglesia a lo largo de los siglos y los milenios». Posteriormente, el Papa confió el Catecismo a la Virgen con esta súplica: «Oh María, tú que, en el designio eterno del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo, fuiste predestinada a ser la Madre del Verbo; tú que, el día de Pentecostés, te hallabas presente como Madre de la Iglesia (cfr. Hch 1,14), acoge este fruto del trabajo de la Iglesia entera. Los que han llevado a cabo esta obra meritoria, bajo la diligente e incansable presencia del Cardenal Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, están aquí, a tus pies».
Todos juntos ponemos el nuevo Catecismo de la Iglesia Católica —que es, al mismo tiempo, don del Verbo revelado a la humanidad y fruto del trabajo de los obispos y los teólogos— en las manos de Aquella que, como Madre del Verbo, acogió en sus brazos al primogénito de todas las criaturas. En el año de la fe caminamos de la mano de María para hacer vida las páginas escritas para la historia de la salvación.
+ Ángel Rubio Castro
Obispo de Segovia
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