viernes, 16 de diciembre de 2011

EL PADRE NOS ENVÍA A SU HIJO AMADO



El verbo “mandar”, “enviar”, abre y cierra este breve pasaje que recoge y resume toda la luz y riqueza que la Palabra del Señor quiere ofrecernos. Enviar es la acción propia del Padre; a los que son hijos, nosotros, les corresponde aceptar a aquel que es enviado. En esta acogida, vivida día a día, nace la experiencia de libertad y de crecimiento en el Espíritu, gracias a la cual nosotros mismos podemos pasar a ser los enviados, los misioneros, los testimonios de Dios en el mundo. Este es el recorrido que se nos ofrece y que Jesús, con su Palabra, quiere que descubramos. Él está dispuesto a recorrerlo con nosotros como maestro, como hermano y amigo, como compañero de viaje. “dio testimonio”. He aquí otra palabra clave de nuestro pasaje, que se repite varias veces con expresiones diversas: dar testimonio; recibir testimonio; tengo un testimonio; dan testimonio de mí. Un testigo es aquel que ha visto y oído y por eso mismo puede recordar y repetir, puede afirmar, puede declarar con seguridad, con claridad. La palabra bíblica, incluso en el Antiguo Testamento, es muy fuerte, ya que la raíz de la palabra testigo-testimonio expresa una acción que se prolonga en el tiempo o una realidad que contiene en sí la fuerza de llegar “hasta”, de ir “más allá”, al otro lado, hasta la eternidad. Lo que Juan lleva a cabo, lo que vemos realizado en la vida de Jesús y posteriormente de sus discípulos a lo largo de los siglos, es justamente este movimiento de salir de sí, de darse incondicionalmente, con las palabras y con las obras, con la vida entera. Ellos han ido al otro lado, han pasado las fronteras, han dicho y repetido su sí a Dios. Nada ha sido capaz de frustrar su carrera hacia Dios y hacia los hermanos. “Él era la lámpara”. En el centro del pasaje resalta la imagen de la lámpara con palabras que evocan la luz: “arde”, “alumbra”, “luz”. De esta manera, Jesús nos indica la dirección a mantener, el punto a dónde mirar. También hay una luz segura, un fuego encendido para nuestra noche (Sal 139, 12). La lámpara, que son los profetas (2P 1, 19) y los testigos de Cristo, la lámpara que de manera particular es Juan Bautista, principalmente en este tiempo de Adviento, tiene la misión de conducirnos a la verdadera luz, la que ilumina a todo hombre (Jn 1, 9), la que no conoce ocaso (Lc 1, 78-79), la que es la vida misma (Jn 8, 12; 9, 5): Jesús. Los pasos del camino de fe que el Señor nos presenta, especialmente en este tiempo de Adviento, son muy claros: de Juan a Cristo, del testimonio al Testigo fiel y verdadero, de la lámpara a la luz que no conoce ocaso, de Cristo al Padre… ¿Estoy dispuesto a modificar mis pasos para no permanecer parado? ¿Siento dentro de mí el deseo de encaminarme verdaderamente hacia Cristo y hacia el Padre juntamente con Él? ¿Estoy más bien espantado, sin ganas, sin disponibilidad, prefiriendo mantenerme cerrado en vez de abrirme? ¿Hay alguna luz en mi vida, o me siento completamente a oscuras? ¿Hay niebla a mi alrededor, en mi corazón?

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)

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