domingo, 18 de diciembre de 2011

Nuestra Señora de la Expectacion o de la O

Nuestra Señora de la Expectacion o de la O (18 de diciembre)

Esta advocación se refiere al tiempo en que la Santísima Virgen vive su embarazo esperando el nacimiento del Redentor y en que los fieles evocan y esperan su nacimiento.
Se mezclan la gravidez de María y con ello la dulce espera, la expectativa del nacimiento del Señor, la esperanza del nacimiento de Mesías, la alabanza que se tributa a María y a Jesús en estos días en que las antífonas marianas del rezo de vísperas comienzan con la Oh!!: Oh! Sapientia, Oh! Adonai, O! Enmanuel… ven!.
Aguardar al Señor que ha de llegar, es el contenido trascendental del bienaventurado tiempo del Adviento, que precede a la gran celebración de Navidad. La liturgia de este período está llena de esperanzas por la venida del Salvador y recoge los sentimientos de expectativa que comenzaron en el instante mismo de la caída de nuestros primeros padres.
En aquella oportunidad, Dios anunció la venida de un Salvador. La humanidad estuvo, desde entonces, pendiente de esta promesa y adquiere este tema tal importancia que, la concreción religiosa del pueblo de Israel, se reduce en uno de sus puntos principales a esta espera del Señor.
Esperaban los patriarcas, los profetas, los reyes y los justos… todas las almas buenas del Antiguo Testamento. De este contexto de expectación, toma la Iglesia las expresiones deseosas, vivas y adecuadas para la preparación del misterio de la “nueva Natividad” del Salvador Jesús.
En el punto sobresaliente de esta expectación, se halla la Santísima Virgen María. Todos aquellos anhelos culminan en Ella, la que fue elegida entre todas las mujeres para formar en su seno al verdadero Hijo de Dios.
Sobre Ella se ciernen los profecías antiguas, (en concreto las de Isaías); Ella es la que, como nadie, prepara los caminos del Señor. La invoca sin cesar la Iglesia en el tiempo de Adviento, auténtico mes de María, ya que por Ella hemos de recibir a Cristo.
Nada, pues, más a propósito que la contemplación de María en los sentimientos que Ella tendría en los días inmediatos a la natividad de su divino Hijo. Si todos los santos del Antiguo Testamento—escribe el padre Giry (Les petits Bollandistes t. 14 p.373 )—desearon con ardor la aparición del Salvador del mundo, ¿cuáles no serían los deseos de Aquella que había sido elegida para ser su Madre, que conocía mejor que ninguna otra criatura la necesidad que tenia la humanidad, la excelencia de su persona y los frutos incomparables que debía producir en la tierra, y la fe y la caridad, que sobrepasan la de todos los patriarcas y profetas? “

Fue tan grande el deseo de la Santísima Virgen, que nosotros no tenemos palabras para expresar su mérito. Y tampoco podemos concebir cuál fue su gozo cuando Ella vio que sus deseos y los de todos los siglos y de todos los hombres iban a realizarse en Ella y por Ella, ya que iba a dar a luz la esperanza de todas las naciones, aquel sobre quien se fijaban los ojos de todos en el cielo y en la tierra y miraban como a su libertador.
María, reiteramos, está en la cúspide de esta esperanza o, con otras palabras: con María la esperanza es completa, se hace firme. Unidos a Ella, nuestra expectación será más digna del gran Señor que va a venir.
María presenta, para el cristiano de hoy, la posición que éste debe mantener, fundamentalmente en estos tiempos: esperar al Señor. Que Él se incorpore más y más en nosotros, y que un día, remoto o inmediato ya, venga a buscarnos para unirnos finalmente con Él. El cristiano debe esperar al Señor, hasta que venga para aquel abrazo de unión fuerte y eterna. Toda la vida del cristiano es una expectación. El modelo de ésta lo ofrece María.
Cuando se espera algún suceso importante que trae consigo angustia y pena, la reacción directa de la persona normal es de temor, acompañado a veces por la congoja y angustia que tiende a acrecentarse por la fantasía ante la consideración de los males futuros predecibles. Cuando se prevé la llegada de un bien, que tiene una entidad considerable, se vive en una espera atenta y presurosa que va desde el anhelo y la ansiedad hasta la euforia acompañada de una prisa impaciente. A mayor mal futuro, más miedo; a mejor bien futuro, más esperanza gozosa.
Algo de esto pasó al Pueblo de Israel que conocía su carácter de brevedad funcional, al menos en los círculos más creyentes o especializados en la espiritualidad premesiánica. La evidencia de que la llegada del Mesías Salvador era inminente, hizo que muchos judíos piadosos vivieran en una tensión de anhelo creciente (basta pensar en el anciano Simeón) hasta poder descubrir en Jesús al Mesías que se había prometido a la humanidad desde los primeros tiempos posteriores al Pecado. Era todo un Adviento (o Advenimiento).
Y como el Mesías llega por la Madre Virgen, es inadmisible preparar la Navidad desechando de la contemplación del indecible gozo esperanzado que poseyó Santa María por el futuro próximo inmediato de su parto. Eso es lo que se quiere expresar con “La Expectación del Parto”, o “El día de Santa María” como se le llamó también en otro tiempo, o “Nuestra Señora de la O” como popularmente también se le denomina hoy.
Tienen un notable valor catequístico las dignas representaciones de los misterios de la fe, y que, en ocasiones, enseñan al pueblo sencillo más que los libros y la misma liturgia. Es bueno tenerlo en cuenta a la hora de atender las peticiones de las modas iconoclastas que, por temporadas, van vienen por las iglesias.

NUESTRA SEÑORA DE LA DULCE ESPERA
Esta advocación se refiere al tiempo en que la Santísima Virgen vive su embarazo, esperando el nacimiento del Redentor. Muchas familias durante la experiencia del embarazo suplican su amparo maternal; como así también, diversas personas ruegan a Ella en caso de embarazos complicados o problemas de concepción.
El Papa Juan Pablo II en su Carta a las mujeres nos dice: “Te doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior camino de la vida.”
También se conoce esta advocación como “Nuestra Señora de la Expectación del Parto”, “Nuestra Señora de la O”, “Nuestra Señora de la Buena Esperanza”, “Nuestra Señora de la Expectativa” y existen algunas imágenes desparramadas por América, aunque la que alcanzó la mayor celebridad es la venerada en la “Iglesia de San Pedro y San Pablo” en Lima, Perú.

NUESTRA SEÑORA DE LA O
Se suele decir que su nombre proviene de la forma oval del vientre durante la gestación; también porque en la semana precedente a la Navidad, las antífonas cantadas en los oficios, comienzan por la letra “O” y se volvió frecuente a fines de la Edad Media, cuando se instituyó la fiesta de “la Expectación de la Virgen”, que se celebra el 18 de diciembre.
Según Dom Guéranger (1805 – 1875), por ejemplo, se canta: “¡Oh Sabiduría, Oh Adonai. Oh Vara de Jese. Oh Llave de David. Oh, Sol naciente, esplendor de la Luz eterna. Oh Rey de las naciones y Deseado de las gentes. Oh Emmanuel! ven a enseñarnos, ven a iluminarnos, ven a sacarnos de esta cárcel sombría, ven a salvarnos, Dios y Señor nuestro!”.

NUESTRA SEÑORA DE LA EXPECTACIÓN DEL PARTO
También esta Advocación es conocida como, la “Virgen de la Cinta” o “Nuestra Señora de la Esperanza”. Se identifica a esta advocación por encontrarse en estado de gestación, y en Lima su iconografía señala su particularidad, con su rostro mirando a los cielos y con los brazos extendidos
Como todas las imágenes y advocaciones de María, ésta también nos llega desde España, pero ésta es una de las fiestas más genuinas, la de “Nuestra Señora de la O”. No la respalda ni la fama de milagrosa, ni lo extraordinario de su origen, pero sí la antigüedad de su Congregación y la magnificencia de sus cultos.

NUESTRA SEÑORA DE LAS EXPECTATIVAS
El comienzo de esta festividad se les debe a los obispos del décimo Concilio de Toledo, (656). La razón de su institución la dan los padres de la congregación: a veces no se puede celebrar con la magnificencia adecuada la Anunciación de la Santísima Virgen, ya que suele coincidir con el tiempo de Cuaresma o la solemnidad pascual. Durante esos días no siempre tienen cabida las fiestas de santos ni es favorable celebrar un misterio que nos relaciona con el comienzo de nuestra salvación.
Por esto, “Se establece por especial decreto que el día octavo antes de la Natividad del Señor se tenga dicho día como celebérrimo y preclaro en honor de su santísima Madre”. En este decreto se alude a la celebración de tal fiesta en “muchas otras Iglesias lejanas” y se ordena que se mantenga esta costumbre; aunque, para conformarse con la Iglesia romana, se celebrará también la fiesta del 25 de marzo.
De hecho, fue en España una de las fiestas más solemnes, y hay constancia que, de Toledo, pasó a muchas otras iglesias, tanto de la Península como de fuera de ella.

ICONOGRAFÍA DE LA VIRGEN DE LA ESPERANZA
La iconografía de la Virgen de la Esperanza, al igual que la de la Inmaculada Concepción, deriva de la visión descrita por San Juan Evangelista de la Mujer Apocalíptica y, según algunos historiadores, tiene sus orígenes en la iconografía oriental.
Algunas corrientes historiográficas afirman que la Iglesia de Trento, a partir de mediados del s. XVI, ordenó suprimir la imagen de la Santísima Virgen embarazada, por considerarla incómoda, pero lo cierto es que, a pesar de esta aparente prohibición, las representaciones de la Madre de Dios embarazada o amamantando a su Hijo siguieron siendo muy habituales en la iconografía cristiana, ya que la devoción a la Virgen en el inicio de su maternidad no reviste sólo un simple carácter sentimental; donde María acoge al Verbo, allí está representada la Iglesia, y también, todo cristiano cuando acoge el Anuncio de la Salvación y se deja fecundar por él.


ORACIÓN A NUESTRA SEÑORA DE LA DULCE ESPERA
María, madre del amor hermoso, dulce muchacha de Nazareth,
Tú que proclamaste la grandeza del Señor y,
diciendo que “sí”, te hiciste Madre de nuestro Salvador y Madre nuestra:
atiende hoy las suplicas que te hago.
En mi interior una nueva vida está creciendo:
un pequeño que traerá alegría y gozo, inquietudes y temores, esperanzas y felicidad a mi hogar.
Cuídalo y protégelo mientras yo lo llevo en mi seno.
Y que, en el feliz momento del nacimiento, cuando escuche sus primeros sonidos y vea sus manos chiquitas, pueda dar gracias al Creador por la maravilla de este don que Él me regala.
Que, siguiendo tu ejemplo y modelo, pueda acompañar y ver crecer a mi hijo.
Ayúdame e inspírame para que él encuentre en mí
un refugio donde cobijarse y, a la vez,
un punto de partida para tomar sus propios caminos.
Además, dulce Madre mía, fíjate especialmente
en aquellas mujeres que enfrentan este momento solas, sin apoyo o sin cariño.
Que puedan sentir el amor del Padre
y que descubran que cada niño que viene al mundo es una bendición.
Que sepan que la decisión heroica
de acoger y nutrir al hijo les es tenida en cuenta.
Nuestra Señora de la Dulce Espera,
dales tu consuelo y valor. Amén
VIDEO
Nuestra Señora de la O por calle torneria
Nuestra Señora de la Esperanza – Hinojos
ESPERANZA DE TRIANA CORONADA

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