sábado, 17 de diciembre de 2011

Ser persona humana es cosa grande porque es una manera de ser de Dios.

Ser persona humana es cosa grande... 


porque es una manera de ser de Dios.


Con Jesús, la humanidad ha alcanzado su cota más alta.






Comienza hoy la semana de la O. De manera inmediata preparamos la inminente Navidad. Y, no por casualidad, nos topamos con el pasaje tal vez más aburrido de todo el evangelio: La genealogía de Jesús. Esa interminable lista de nombres extraños, además de fatigosa, parece inútil. Cuesta encontrar en ese cansino catálogo rigor histórico y contenido teológico. ¿Por qué la propone la liturgia en esta semana que corona el Adviento? ¿Por qué la recogió Mateo en su evangelio? ¿Tiene algún sentido ese dechado superfluo de erudición inútil? Pues, ¡lo tiene!... Basta detenerse un poco y mirar entre líneas para comprender que Mateo persigue un objetivo sencillo y sublime: Mantener viva en la fe de los cristianos la condición humana de Jesús y fijar así su origen, misión y destino. Y eso afecta decisivamente a la misma fe. Jesús no fue un ángel de caramelo, ni un sutil espíritu etéreo, sino hombre de carne y hueso, con sus raíces genéticas hundidas en la historia de carne y sangre. Su nombre se hilvana en el largo lienzo de personajes que abarcan a toda la humanidad. No fue un meteorito, ni un bello sueño, ni una invención... Nació en una familia como hombre y le vieron crecer y madurar. Tuvo nombre y apellidos. Lo vieron y trataron sus contemporáneos. Y esto, que hoy ya nadie duda, debía quedar muy clarito desde el principio y para siempre. Moraleja: Ser persona humana es cosa grande porque es una manera de ser de Dios. Repasando esa larga lista genealógica, los estudiosos reconocen entre sus predecesores no solo honorables personajes de noble cuna, sino además otros nombres, -¡también mujeres y... paganas!- de más que dudosa reputación. ¿Empaña eso la limpieza de su linaje? En absoluto. La dignifica y engrandece, al asumirla. Dios quiso a Jesús inserto en el claroscuro de la historia del pueblo que no siempre fue ejemplar. Jamás despreció nada humano por deformado que estuviera. Moraleja: Despreciar a una persona, a cualquiera de ellas, es despreciar a Dios que se ha hecho familia de los hombres. También entronca Jesús con lo más santo de Israel. Fue hijo de Abraham e hijo de David. Su nombre queda vinculado a personajes que ocupan la cúspide del Pueblo elegido. El listado teologiza así la historia, sin importarle mucho jugar con nombres y fechas. La compone y organiza de tal manera que entiende que, con Jesús, la humanidad ha alcanzado su cota más alta. El la preside. Ante el nombre de Jesús sólo vale descubrirse, doblar la rodilla y adorar. Este árido relato, leído en la fe de la Iglesia, nos dispone a vivir bien la Navidad: Cuando miramos a Dios vemos al hombre y cuando miramos a los hombres vemos a Dios. Se ha superado la separación Dios-hombre.

Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)











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