Los que nos han precedido en la fe son humanos. Han tenido que hacer su camino, como nosotros. Incluso aquella primera generación, los que vivieron con Jesús. No pensemos que todo les fue dado. Tuvieron que poner su parte. Si todo hubiera sido claro, Jesús se hubiera impuesto. Pero ese no es el estilo de Dios. Él propone, y la persona puede acoger. Es verdad que en ello se va la vida, pero el amor no se puede imponer, porque dejaría de ser amor. ¿Habría algo más incoherente que decir “te ordeno que me ames”? Por eso Dios nos ha dicho: “Aquí estoy, para quien me quiera abrir su puerta”. El amor, cuando llega a “imponerse”, no es por la fuerza, sino por sí mismo. Y entonces ya no sabe a imposición coactiva, sino que el corazón ha sido ganado y ensanchado.
La fe siempre es un salto. Parte de un “ver” para llegar a “creer”. Pero no todos los que “ven” creen. Quizá Tomás, como otros muchos, esperaba haber visto un Mesías triunfador... y se encontró con la cruz. Y justamente eso es lo que tenía que ver... para creer, de otra manera. Al final, el Resucitado se le presenta con los signos de la pasión... y ante ellos, ante Él, Tomás dice ese hermoso “Señor mío y Dios mío”…
Que también nosotros podamos “ver”... la maravilla de la vida, el corazón de las personas, las palabras de la Escritura, los signos de la Eucaristía, el grito de los necesitados... y viendo todo eso, “creer”. “Señor mío y Dios mío”.
Así te lo deseo.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
http://www.cursillosdecristiandad.es/
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