Queridos hermanos y hermanas en Cristo:
Queremos daros una muy grata noticia. Este sábado tendremos ordenaciones sacerdotales en nuestra Diócesis de Alcalá de tres jóvenes.
Damos gracias a Dios por ellos.
Deciros que Francisco y Fernando son Cursillistas (qué regalo para nosotros; una muestra más de la bondad de nuestro Dios que es quien hace fructificar y crecer la semilla, nosotros sólo plantamos).
Les acompañamos a todos con nuestra oración y, si es posible, con nuestra presencia. Sábado 19 de mayo a las 11h en la Catedral-Magistral.
19 de mayo: ordenaciones sacerdotales en la Catedral-Magistral. Testimonios de tres diáconos
De izquierda a derecha los diáconos: Fernando, Borja y Francisco
Testimonio de Borja Langdon del Real
Nací el 21 de diciembre de 1987 en la clínica San José de Madrid y casi un mes después, fui bautizado en la iglesia de santa Matilde. Posteriormente, en torno a la edad de los seis años ya empezaba a tener una cierta sensibilidad hacia la figura del sacerdote. Muy delicadamente el Señor se iba sirviendo de instrumentos sencillos a través de los cuales veía el amor que Dios me tenía; la voz de Dios sonaba a través del colegio, de los amigos, de la familia, de los ambientes que frecuentaba, e incluso de mi manera de ser; también a través de mis cualidades y debilidades, el Señor me hacía ver que me quería para ser sacerdote. A lo largo del tiempo, mi corazón estaba abierto a cualquier camino que el Señor me pidiese recorrer, pero la vocación sacerdotal siempre afloraba con mayor intensidad. En el año 2006 entré en el seminario diocesano de Alcalá de Henares. Tras seis años de formación teológica, pastoral, humana y espiritual, fui ordenado diácono el 22 de octubre -memoria del beato Juan Pablo II, ministerio que he ejercido hasta ahora en la parroquia de Santo Domingo de la Calzada en Algete.
Nací el 21 de diciembre de 1987 en la clínica San José de Madrid y casi un mes después, fui bautizado en la iglesia de santa Matilde. Posteriormente, en torno a la edad de los seis años ya empezaba a tener una cierta sensibilidad hacia la figura del sacerdote. Muy delicadamente el Señor se iba sirviendo de instrumentos sencillos a través de los cuales veía el amor que Dios me tenía; la voz de Dios sonaba a través del colegio, de los amigos, de la familia, de los ambientes que frecuentaba, e incluso de mi manera de ser; también a través de mis cualidades y debilidades, el Señor me hacía ver que me quería para ser sacerdote. A lo largo del tiempo, mi corazón estaba abierto a cualquier camino que el Señor me pidiese recorrer, pero la vocación sacerdotal siempre afloraba con mayor intensidad. En el año 2006 entré en el seminario diocesano de Alcalá de Henares. Tras seis años de formación teológica, pastoral, humana y espiritual, fui ordenado diácono el 22 de octubre -memoria del beato Juan Pablo II, ministerio que he ejercido hasta ahora en la parroquia de Santo Domingo de la Calzada en Algete.
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Testimonio de Fernando Rodriguez Rodriguez
El Señor ha tenido misericordia de mí y me ha llamado a seguirle. Durante mucho tiempo yo fui uno de esos cristianos que se consideran no practicantes, educado en una fe tradicional, pero que no conocía a su Dios, ni tenía intención de conocerle, hasta que a los 27 años, cansado de lo que ofrece el mundo como felicidad, me pregunte ¿si es verdad que existe Dios, yo quiero conocerle? Y es muy sencillo, cuando verdaderamente se le busca, es Él quien sale a tu encuentro y te facilita los medios que necesitas para irle conociendo poco a poco dentro de su Iglesia. Desde aquí a la vocación sacerdotal hay un gran salto, pero sus planes siempre son más grandes que nuestros planes y aprovechó la primera vez que acudí a una tanda ejercicios espirituales, para llamar con insistencia a mi corazón, a que acogiera el don del sacerdocio. Un año después entré en el Seminario Diocesano de Alcalá de Henares con 30 años y puedo decir que desde que decidí buscarle, Jesucristo me acompaña tanto en los momentos buenos, como en los momentos difíciles de la vida y me hace feliz.
El Señor ha tenido misericordia de mí y me ha llamado a seguirle. Durante mucho tiempo yo fui uno de esos cristianos que se consideran no practicantes, educado en una fe tradicional, pero que no conocía a su Dios, ni tenía intención de conocerle, hasta que a los 27 años, cansado de lo que ofrece el mundo como felicidad, me pregunte ¿si es verdad que existe Dios, yo quiero conocerle? Y es muy sencillo, cuando verdaderamente se le busca, es Él quien sale a tu encuentro y te facilita los medios que necesitas para irle conociendo poco a poco dentro de su Iglesia. Desde aquí a la vocación sacerdotal hay un gran salto, pero sus planes siempre son más grandes que nuestros planes y aprovechó la primera vez que acudí a una tanda ejercicios espirituales, para llamar con insistencia a mi corazón, a que acogiera el don del sacerdocio. Un año después entré en el Seminario Diocesano de Alcalá de Henares con 30 años y puedo decir que desde que decidí buscarle, Jesucristo me acompaña tanto en los momentos buenos, como en los momentos difíciles de la vida y me hace feliz.
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Testimonio de Francisco Rodríguez González
Mi nombre es Francisco, tengo 38 años, fui ordenado diácono el pasado 22 de Octubre de 2011.
Quiero compartir un poco con vosotros cómo ha sido mi vocación a pocos días de mi próxima ordenación sacerdotal.
Ya en la adolescencia me daba cuenta que necesitaba un ideal grande, muy grande para no ser absorbido por esa corriente de vida mundana que veía a mi alrededor. Necesitaba de continuo algo más. Nada me satisfacía y no encontraba suficiente el hacer lo que veía a amigos y compañeros, no me conformaba simplemente con subsistir y no pensar en cosas más trascendentes. Desde pequeño fui educado cristianamente, pero mi vida de fe era muy fría. Siempre pensaba que si Dios existía yo tenía que vivir por entero para Él y no sólo relacionarme con Él la media hora que duraba la Misa los domingos como siempre hacía. Era un querer y no poder, no saber que hacer, desear y no obtener respuesta. Pero la Providencia me tenía reservada una grata sorpresa cuando fui invitado en 1997 a un cursillo de cristiandad donde pude descubrir a Cristo vivo en su Iglesia, en medio de hermanos, en medio de una comunidad. Me integré en esa comunidad de cursillos y me metí más de lleno en mi parroquia. Terminé la carrera de Informática y pronto empecé a trabajar. También una chica apareció en mi vida. Con el tiempo también me integré en el movimiento de la Renovación Carismática. Parecía que todo se iba orientando en mi vida, los años pasaban, pero la insatisfacción que sentía años atrás seguía resonando en mi interior como un eco que no se apagaba nunca. Vivir para Dios y para los demás, siempre por ahí veía mucha luz. Las veces que pude experimentar el vivir así reconocía en mí fuertemente esa llamada. ¿Pero qué pasaba? Lo tenía todo: un buen trabajo al lado de mi casa, novia, amigos, un gran futuro por delante, pero me faltaba todo, me faltaba el Único que podía llenar mi vida plenamente.
Y qué puedo decir, simplemente que Él me fue despojando de todo lo que tenía poco a poco. Decía el Papa san Pío X que toda vocación sacerdotal viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre. En mi caso fue por el corazón de dos madres, mi madre siempre pidió al Señor que si era su Voluntad me llamara al sacerdocio. Esto me lo contaría tiempo después cuando le dije que entraba al seminario. Y como no, María jugó un papel vital en esta etapa de mi vida. Ella fue la que me preparó para dar el siguiente paso. Seguía caminando en ese desprenderme y fiado de la Iglesia, en la persona de un buen sacerdote que me acompañó, sentí la llamada a dejarlo todo y seguirle. La fuerza y alegría que sientes para dar ese paso y lanzarte es difícil de describir. El Señor me pidió que fuera sacerdote y yo le dije que sí a pesar del vértigo que me daba y de lo incapaz que te ves. Ahora que no tengo casi nada de lo que tenía antes empiezo a tenerlo todo. No añoro nada de lo que he dejado y no deseo nada en este mundo más que el seguirle hasta el final. En el seminario descubres que hay mucho por cambiar, crecer, madurar. Aunque entré con 32 años, en la vida espiritual muchas veces los años vividos no cuentan tanto y hay que empezar a aprender y corregir muchas cosas que el Señor te muestra, pero esta es la maravilla de la novedad del Señor. La gran aventura de aprender a seguirle por donde Él quiera llevarte y mendigar cada día la gracia del perfecto abandono, que es la mejor de las disposiciones para recibir al Señor en tu vida.
Después de estos meses siendo diácono y cuando falta muy poco para mi ordenación sacerdotal sólo puedo dar gracias al Señor, por su fidelidad, por haberme sostenido todos estos años, por todos sus dones que desbordan cualquier expectativa humana. Gracias por su infinita misericordia y amor, por haberme llamado por pura gracia. Que llegue a ser, de la mano de María, un sacerdote conforme a la voluntad de Dios, para que así sea Él siempre glorificado.
Quiero compartir un poco con vosotros cómo ha sido mi vocación a pocos días de mi próxima ordenación sacerdotal.
Ya en la adolescencia me daba cuenta que necesitaba un ideal grande, muy grande para no ser absorbido por esa corriente de vida mundana que veía a mi alrededor. Necesitaba de continuo algo más. Nada me satisfacía y no encontraba suficiente el hacer lo que veía a amigos y compañeros, no me conformaba simplemente con subsistir y no pensar en cosas más trascendentes. Desde pequeño fui educado cristianamente, pero mi vida de fe era muy fría. Siempre pensaba que si Dios existía yo tenía que vivir por entero para Él y no sólo relacionarme con Él la media hora que duraba la Misa los domingos como siempre hacía. Era un querer y no poder, no saber que hacer, desear y no obtener respuesta. Pero la Providencia me tenía reservada una grata sorpresa cuando fui invitado en 1997 a un cursillo de cristiandad donde pude descubrir a Cristo vivo en su Iglesia, en medio de hermanos, en medio de una comunidad. Me integré en esa comunidad de cursillos y me metí más de lleno en mi parroquia. Terminé la carrera de Informática y pronto empecé a trabajar. También una chica apareció en mi vida. Con el tiempo también me integré en el movimiento de la Renovación Carismática. Parecía que todo se iba orientando en mi vida, los años pasaban, pero la insatisfacción que sentía años atrás seguía resonando en mi interior como un eco que no se apagaba nunca. Vivir para Dios y para los demás, siempre por ahí veía mucha luz. Las veces que pude experimentar el vivir así reconocía en mí fuertemente esa llamada. ¿Pero qué pasaba? Lo tenía todo: un buen trabajo al lado de mi casa, novia, amigos, un gran futuro por delante, pero me faltaba todo, me faltaba el Único que podía llenar mi vida plenamente.
Y qué puedo decir, simplemente que Él me fue despojando de todo lo que tenía poco a poco. Decía el Papa san Pío X que toda vocación sacerdotal viene del corazón de Dios, pero pasa por el corazón de una madre. En mi caso fue por el corazón de dos madres, mi madre siempre pidió al Señor que si era su Voluntad me llamara al sacerdocio. Esto me lo contaría tiempo después cuando le dije que entraba al seminario. Y como no, María jugó un papel vital en esta etapa de mi vida. Ella fue la que me preparó para dar el siguiente paso. Seguía caminando en ese desprenderme y fiado de la Iglesia, en la persona de un buen sacerdote que me acompañó, sentí la llamada a dejarlo todo y seguirle. La fuerza y alegría que sientes para dar ese paso y lanzarte es difícil de describir. El Señor me pidió que fuera sacerdote y yo le dije que sí a pesar del vértigo que me daba y de lo incapaz que te ves. Ahora que no tengo casi nada de lo que tenía antes empiezo a tenerlo todo. No añoro nada de lo que he dejado y no deseo nada en este mundo más que el seguirle hasta el final. En el seminario descubres que hay mucho por cambiar, crecer, madurar. Aunque entré con 32 años, en la vida espiritual muchas veces los años vividos no cuentan tanto y hay que empezar a aprender y corregir muchas cosas que el Señor te muestra, pero esta es la maravilla de la novedad del Señor. La gran aventura de aprender a seguirle por donde Él quiera llevarte y mendigar cada día la gracia del perfecto abandono, que es la mejor de las disposiciones para recibir al Señor en tu vida.
Después de estos meses siendo diácono y cuando falta muy poco para mi ordenación sacerdotal sólo puedo dar gracias al Señor, por su fidelidad, por haberme sostenido todos estos años, por todos sus dones que desbordan cualquier expectativa humana. Gracias por su infinita misericordia y amor, por haberme llamado por pura gracia. Que llegue a ser, de la mano de María, un sacerdote conforme a la voluntad de Dios, para que así sea Él siempre glorificado.
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