¿Recuerdas las palabras con que en la Eucaristía reafirmamos el misterio que celebramos?: “Este es el Sacramento de nuestra fe”. Pues bien: San Juan nos asoma hoy a este gran momento, o misterio, o sacramento de nuestra fe.
Ya sabemos que cuando llega a la Ultima Cena, Juan no narra la institución de la Eucaristía. Es aquí, en el momento final, y crucial, de su discurso del pan de la vida, donde nos presenta su doctrina: Cristo nos da a comer su carne en el pan eucarístico. Por lo tanto, el mensaje de hoy es esencial para nuestra vida cristiana.
“El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna”. El anuncio que nos hacía ayer: “el pan que yo daré es mi carne”, suscita en la gente la pregunta inmediata: «¿Cómo puede éste darnos a comer su carne?» Y san Juan, en boca de Jesús nos presenta en muy pocas palabras todo un compendio teológico sobre la Eucaristía.
Un resumen magnífico:
Cristo es la vida eterna, porque es la vida misma de Dios; el Pan que nos da es Él mismo y, por tanto, es el “pan de la vida”; en él nos da a comer su carne y a beber su sangre y así “comulgamos” con su vida misma y con su misma persona: “El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él”. Es una carne y una sangre que se separan en su entrega hasta la muerte, pero que se unen en su persona resucitada; por lo tanto, comer la carne y beber la sangre del Señor, comulgar, es vivir su misma vida: en entrega hasta la muerte y en paso a la resurrección.
Sí, en la eucaristía, comulgamos con su misma vida y con su misma persona y su vida y su persona es cruz + resurrección. Porque no hay resurrección sin cruz. Y ¡Cuántos cristianos se acercan a la mesa eucarística con el propósito de comer del Cordero de Dios solamente la carne magra, tierna, la que agrada al gusto, la que no repugna y apenas exige esfuerzo…, y así, en vez de comer a Cristo lo que hacen es ‘‘despedazarlo’’ “estropearlo, mal comerlo! Y ya es hora de gritar que… ¡No estamos para tirar comida! Es una blasfemia.
El Cristo desagradable de la cruz sin aspecto atrayente, sucio,el Cristo declarado de peligrosidad pública, arrinconado al silencio de una cárcel o a la soledad del enfermo, el de la iglesia incómoda porque el cura lastima en nombre de Dios, el que en vez de huir con él, invita más bien a huir de su lado.., ese Cristo es un compañero de camino muy incómodo. Y por eso, a veces nos incomoda, nos estorba…
¡Pero es el mismo! ¿Lo tienes en cuenta cuando te acercas a la Eucaristía?
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