No le resulta sencillo a Jesús conseguir que los discípulos superen la tristeza después de haberles anunciado su marcha. No se diferenciaban mucho de nosotros, a quienes tanto nos cuesta superar los momentos difíciles. Por eso, el Señor vuelve a insistir en la tristeza y la alegría, pero esta vez con un ejemplo clarificador: se sirve Jesús de una breve parábola, sacada de la experiencia del nacimiento de un ser humano. “La mujer, cuando va a dar a luz, siente tristeza porque ha llegado su hora; pero en cuanto da a luz al niño ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre”.
Este lenguaje figurativo referente a los dolores del parto tiene sus raíces en el Antiguo Testamento, en que se aplica al día del Señor y a la venida del Mesías. Así en los profetas Isaías, Oseas y Miqueas, por ejemplo. Según la mentalidad judía que reflejan los discursos escatológicos de los sinópticos, al día final del Señor precederá una gran tribulación para los elegidos, preludio de la alegría por la victoria final, lo mismo que los dolores del parto dan paso al gozo de una nueva vida.
La tristeza de los discípulos tendrá un doble motivo de dolor: la partida de Jesús en su muerte, y las tribulaciones que él les ha predicho. Igualmente la alegría que seguirá tiene una doble causa: la victoria de Cristo sobre la muerte en su resurrección, y la presencia duradera del Señor por medio de su Espíritu; si bien esta alegría no excluye el dolor impuesto por el odio del mundo.
Deberíamos recordar con más frecuencia la comparación que el Señor propone entre dolor y gozo, y la madre que da a luz un hijo. «Ni se acuerda del apuro, por la alegría de que al mundo le ha nacido un hombre». Con esta alegría vivieron los apóstoles el nacimiento de los nuevos creyentes a la vida de Dios. Con esa alegría debemos trabajar los creyentes de hoy para que al mundo le siga naciendo un hombre. En aquel enfermo atendido está naciendo un hombre al mundo; y en aquel niño alfabetizado, y en aquel anciano acogido, y en aquel desesperado al que se le escucha…, y en este abrazo de perdón, y en esta conversación mantenida, y en esta persona que ayudamos a encontrarse a sí misma, y en esa otra a la que devolvemos las ganas de vivir… No encontraremos persona más alegre que un cristiano que vive a tope su vocación de entrega a los demás. Es la presencia de Cristo resucitado que aparece siempre con el gozo, con la alegría, con la vida a raudales.
Preciosa la misión que el Señor nos encomienda: hacer presente su sonrisa, su paz, su perdón, su alegría, su vida.
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