sábado, 17 de mayo de 2014

JESÚS, IMAGEN VISIBLE Y ROSTRO HUMANO DE DIOS


Si ayer Tomás preguntaba cuál es el camino, hoy Felipe pide: «Señor, muéstranos al Padre». La pregunta surge casi espontánea ante la insistencia de Jesús de que «El Padre y yo somos uno», «quien me conoce a mí, conoce al Padre», «el Padre, que permanece en mí, Él mismo hace las obras», etc. La respuesta de Jesús abarca el doble campo que debe vivir todo discípulo y todo creyente: la fe y las obras, la religión y la vida, el creer y el obrar. «El que me ve a mí, ve al Padre…», porque «Yo estoy en el Padre y el Padre está en mí». Dicho de otro modo: Jesús es el rostro de Dios. Creer en Dios es creer en Cristo. En consecuencia: creer en Cristo es hacer sus obras: amar como Él, hacer el bien como Él, dar la vida por los demás como Él…
Nos encontramos ante el tema del conocimiento de Dios, y el de la eficacia de la fe. El conocimiento del Padre está condicionado al conocimiento de Jesús porque, como acaba de afirmar Cristo, él es el camino, la verdad y la vida. “Si me conocierais a mí, conoceríais también a mi Padre”.
Jesús es la imagen visible y el rostro humano de Dios. Así, el que ve a Cristo, conoce y ve al Padre. Pero ni ese “ver” es físico ni este “cono­cer” es meramente intelectual. Si ese “ver” fuera físico, ya hubieran visto los discípulos al Padre en la persona de su maestro. También vieron físicamente a Jesús los fariseos y los letrados judíos, y no vieron en él al Hijo de Dios. Contemplaron sus obras, sus milagros, su conduc­ta rebosante de bien, su doctrina rezumando verdad; tenían a la vista todos los avales de su persona, y no creyeron en él. Porque no es posible “ver” a Jesús en su identidad divina sino por los ojos del cora­zón, que dan la visión auténtica y más profunda: la visión de la fe.
El “conocer” de la fe, es ante todo con­tacto y experiencia personal de Dios a través de su Hijo Cristo Jesús, totalmente identificado con el Padre en su ser, querer y actuar.
Y…,  “Os lo aseguro: el que cree en mí, también él hará las obras que yo hago y aun mayores”. La contempla­ción del Padre en la persona y obra del Hijo se hace extensiva a la conducta del cristiano, que se convierte también en signo de la presen­cia de Dios en el mundo.
Finalmente, la fe, unida a la oración, alcanzará de Jesús cuanto se le pide en su nombre, es decir, con tal de permane­cer unidos a Cristo, como él lo está con el Padre.
Ahí vemos que, en su despedida, Jesús piensa en la continuidad del evangelio: Los que crean en él podrán realizar sus obras y aun mayores. En su ausencia surgirán nuevos testigos que, llenos del Espíritu, proclamarán su resurrección y su amor más fuerte que la muerte.
Tus obras, tu conducta, ¿son signo de la presencia de Dios en el mundo?
Lo fueron las de S. Pascual Bailón, cuya fiesta celebramos… Enamorado y apóstol de la Eucaristía y testigo e Cristo entre los hombres de su tiempo, especialmente en su entrega a los pobres.
Hoy es sábado: Mira a María y aprende de Ella…

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