Hoy me he tomado la licencia de centrar mi reflexión sobre el comienzo del
salmo responsorial. Es el salmo 97 y comienza con estas palabras: Cantad al
Señor un cántico nuevo, porque ha hecho maravillas. ¿Qué maravillas? Pues
aquéllas que llegan hasta el confín de la tierra. Las de aquellos que antes
sembraban con lágrimas y ahora cosechan entre cantares y llenos de júbilo. Las
que experimentan, cuando cambia la suerte, los esclavos desterrados, a quienes
sus opresores, entre risas de escepticismo, les pedían que cantasen un cantar
de Sión y ellos, llenos de nostalgia, respondían que no se podían cantar ese
canto en tierra extranjera.
En primer lugar, el salmista nos invita a contemplar esas obras salvadoras
de Dios para toda la comunidad humana. Son esas obras las que van más allá de
los límites geográficos e históricos de Israel y abarcan de norte a sur y de
este a oeste hasta los confines de la tierra. Ellas son las que impiden que
nuestro canto derive en puro folclore religioso. En segundo lugar, nos invita a
cantar un cántico nuevo, con moderación primero y con algarabía y aclamación
bullanguera después. No se trata sólo de que cante la voz humana. De hecho,
además de ésta, se invita a participar también a la variedad de los
instrumentos para participar en la alegría de la fiesta. Se invita a tararear y
hasta a bailar, poniendo ritmo corporal a la música. El cántico nuevo es
necesario que cante la vida misma y que ésta sea la Vida Nueva.
Ya está bien de aburrimiento litúrgico y de cánticos lastimeros “muy de
iglesia”. Hemos de renovar nuestros libros de cantos y hemos de renovarnos
quienes cantamos esos cantos. Hemos de vivir una alegría desbordante, sin
perder las formas y el buen gusto. Que se note que estamos sobrecogidos por las
maravillas de Dios.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario
Nacional de Cursillos en España)
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