Hay cosas de las que uno no puede olvidarse, si es que no tiene una
enfermedad que le afecta a su memoria. Las recuerda con todo lujo de detalles y
como si estuvieran pasando en este preciso momento. Cuando uno rememora estos
acontecimientos, los revive y los actualiza. A ver, ¿qué matrimonio, de los que
van bien y se quieren, no se acuerda de cuándo empezaron su relación, de su
primer beso, de la fecha de boda, del parto de sus hijos y de cómo vivieron
juntos momentos de gozo y de tristeza significativos?; ¿o que consagrado, que
aún se siente ilusionado, no se acuerda de los hitos, grandes y pequeños, que
marcaron su respuesta al Señor y a los hermanos? Si cada uno de nosotros
escribiera sus memorias, desempolvando recuerdos, tendríamos mucho que escribir
y poco espacio en blanco para hacerlo. Tendríamos que resumir y que
esquematizar. Pero, sin duda, recogeríamos ciertos acontecimientos y detalles
que se nos quedaron marcados y de los que fuimos únicos testigos directos.
Esto es lo que pasa en ciertos relatos vocacionales como el que se nos
narra hoy en el evangelio de Juan: la vocación de dos discípulos. Ellos se
acuerdan, por ejemplo, de que eran “las cuatro de la tarde” (v. 39), cuando
sucedieron esos acontecimientos tan importantes para la vida de esos dos
discípulos. Este detalle confiere a todo este relato el sello de un testimonio
personal.
Los dos son discípulos de Juan, antes que de ningún otro. Pero su Maestro
es humilde y anda en verdad. No quiere retenerlos junto a él. Por eso, al pasar
Jesús, le reconoce por lo que es. Y dice, señalándolo: “Éste es el Cordero de
Dios” (v. 36). Con este testimonio cualificado de Juan acerca de Jesús, a los
dos discípulos se les abre la puerta de la confianza radical. Y a partir de ahí
“siguieron a Jesús” (v. 37). Pero este seguimiento habrá que profundizarlo en
otros encuentros íntimos y personales: en una vida compartida, que ponga sobre
el tapete los rasgos más importantes de la existencia. El texto usa tres verbos
para expresar lo que han de vivir los discípulos junto a Jesús: “fueron…
vieron… se quedaron con Él” (vv. 38-39). El coloquio, de un día de duración,
entre Jesús y los discípulos no sabemos qué tema abordaron. Lo que sí sabemos
es que esta experiencia de intimidad termina con una profesión de fe: “hemos encontrado
al Mesías” (v. 41), que sucesivamente se hace apostolado y misión.
Si algún día aciago me decidiera a escribir mis memorias, me gustaría muchísimo terminarlas, diciendo que he encontrado al Mesías.
Si algún día aciago me decidiera a escribir mis memorias, me gustaría muchísimo terminarlas, diciendo que he encontrado al Mesías.
Comentarios realizados por: José Valiente Lendrino (Viceconsiliario Nacional de Cursillos en España)
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