V Domingo de Pascua (Jn 15, 1-8) - Ciclo B:
DIOS CORRE POR NUESTRAS VENAS
--¿Estamos unidos a Cristo? Que se note en nuestras obras (buenas y abundantes) y en nuestras palabras (escasas pero certeras)
--¿Estamos soldados a Dios? Que se aprecie en nuestros caminos (con los colores de la esperanza y del amor) y por nuestro testimonio (nadie tan grande como Él)
--¿Estamos adheridos al Espíritu? Que se advierta en el ardor de nuestra existencia cristiana (lejos de la timidez apostólica) y en nuestros dones bien empleados (sabiendo de quién vienen y hacia dónde van)
1.- Somos un pueblo tocado por Dios. Desde el día de nuestro bautismo, la cepa de todo lo que somos, tenemos y hacemos, pertenece a Él. Muchas de las calamidades que nos rodean, de los acontecimientos lúgubres que se dan a nuestro alrededor (incluso dentro de la misma Iglesia) es porque, a Dios, lo hemos dejado fuera.Porque, en definitiva, lejos de ser Él –motor, fuerza y sangre de nuestras venas- lo hemos convertido en un invitado de tercera o, incluso, en un gran desconocido.
Después de un vendaval nos sorprende, y nos entristece, los daños ocurridos en un árbol: sus ramas resquebrajadas, caídas y por lo tanto sin posibilidad de dar fruto. ¿Cómo es nuestra pertenencia a Dios? ¿Y a su Iglesia? ¿Estamos ensamblados con todas las consecuencias? Muchas de nuestras caídas (o tropiezos) vienen dadas por huracanes laicistas que intentan convencernos de que, el hombre sin Dios, es más libre y con más capacidad para ser feliz. Luego, los hechos, nos demuestran lo contrario: los dictados de una sociedad sin Dios nos llevan a un sin sentido, a una falta de horizontes, a una angustia vital.
2.- Desde el día de nuestro Bautismo, y lo recordamos intensamente en la Vigilia Pascual, pasamos de la tiniebla a la luz, del pecado a la gracia. Por la fe estamos articulados de una forma espiritual a Cristo: reconocemos que Él es nuestro Señor, el Hijo de Dios. Al creer en Él, sentimos que por nuestras venas corre el mismo Dios. No somos entes aislados. No estamos huérfanos ni vamos por la vida como dioses o como reyes. Dios, al que pertenecemos como pueblo, nos irradia algo que necesitamos no olvidar y si cuidar o cultivar: la vida eterna. ¿Seremos capaces de permanecer unidos a Él hasta el último día en nuestra tierra?
Hoy, por diferentes causas, el hombre del siglo XXI pretende una emancipación de todo lo habido y por haber: no sirve ni interesa una moral determinada, se ensalza la conciencia individual en detrimento de la colectiva, se potencia el personalismo frente a lo comunitario, la independencia frente a la comunidad. ¿Y Dios? ¿Dónde queda Dios?
Dios sigue hablando y manifestándose de muchas formas y de otros tantos modos. Hay personas que, sintiéndose tocadas por Él, siguen dando los frutos que el Evangelio reclama: responder con prontitud y con generosidad a su inmenso amor.
3.- A veces podemos pensar que, dar frutos, es hacer muchas cosas, construir, reunirnos cien veces y no llegar a ningún acuerdo, desplegar mil y una iniciativas en pro de un mundo mejor (que por supuesto está bien)….y tal vez podemos llegar a olvidar que, la consecuencia más esencial e importante de nuestra unión con Dios, es precisamente responderle con nuestra adhesión, confianza, fe y seguridad de que Él camina a nuestro lado.
4.- ¿Cuántos frutos tengo que dar como cristiano? –preguntaba un discípulo a su maestro espiritual- Y, éste, le respondía: ¿Ya estás unido al Señor? Déjate llevar por Él y, toda tu persona y toda tu vida, será un constante fruto. Y es que el riesgo que tenemos es mirar tanto a lo qué hacemos que dejamos de lado a Aquel que es fuente y origen de todo nuestro quehacer apostólico.
--¿Estamos soldados a Dios? Que se aprecie en nuestros caminos (con los colores de la esperanza y del amor) y por nuestro testimonio (nadie tan grande como Él)
--¿Estamos adheridos al Espíritu? Que se advierta en el ardor de nuestra existencia cristiana (lejos de la timidez apostólica) y en nuestros dones bien empleados (sabiendo de quién vienen y hacia dónde van)
1.- Somos un pueblo tocado por Dios. Desde el día de nuestro bautismo, la cepa de todo lo que somos, tenemos y hacemos, pertenece a Él. Muchas de las calamidades que nos rodean, de los acontecimientos lúgubres que se dan a nuestro alrededor (incluso dentro de la misma Iglesia) es porque, a Dios, lo hemos dejado fuera.Porque, en definitiva, lejos de ser Él –motor, fuerza y sangre de nuestras venas- lo hemos convertido en un invitado de tercera o, incluso, en un gran desconocido.
Después de un vendaval nos sorprende, y nos entristece, los daños ocurridos en un árbol: sus ramas resquebrajadas, caídas y por lo tanto sin posibilidad de dar fruto. ¿Cómo es nuestra pertenencia a Dios? ¿Y a su Iglesia? ¿Estamos ensamblados con todas las consecuencias? Muchas de nuestras caídas (o tropiezos) vienen dadas por huracanes laicistas que intentan convencernos de que, el hombre sin Dios, es más libre y con más capacidad para ser feliz. Luego, los hechos, nos demuestran lo contrario: los dictados de una sociedad sin Dios nos llevan a un sin sentido, a una falta de horizontes, a una angustia vital.
2.- Desde el día de nuestro Bautismo, y lo recordamos intensamente en la Vigilia Pascual, pasamos de la tiniebla a la luz, del pecado a la gracia. Por la fe estamos articulados de una forma espiritual a Cristo: reconocemos que Él es nuestro Señor, el Hijo de Dios. Al creer en Él, sentimos que por nuestras venas corre el mismo Dios. No somos entes aislados. No estamos huérfanos ni vamos por la vida como dioses o como reyes. Dios, al que pertenecemos como pueblo, nos irradia algo que necesitamos no olvidar y si cuidar o cultivar: la vida eterna. ¿Seremos capaces de permanecer unidos a Él hasta el último día en nuestra tierra?
Hoy, por diferentes causas, el hombre del siglo XXI pretende una emancipación de todo lo habido y por haber: no sirve ni interesa una moral determinada, se ensalza la conciencia individual en detrimento de la colectiva, se potencia el personalismo frente a lo comunitario, la independencia frente a la comunidad. ¿Y Dios? ¿Dónde queda Dios?
Dios sigue hablando y manifestándose de muchas formas y de otros tantos modos. Hay personas que, sintiéndose tocadas por Él, siguen dando los frutos que el Evangelio reclama: responder con prontitud y con generosidad a su inmenso amor.
3.- A veces podemos pensar que, dar frutos, es hacer muchas cosas, construir, reunirnos cien veces y no llegar a ningún acuerdo, desplegar mil y una iniciativas en pro de un mundo mejor (que por supuesto está bien)….y tal vez podemos llegar a olvidar que, la consecuencia más esencial e importante de nuestra unión con Dios, es precisamente responderle con nuestra adhesión, confianza, fe y seguridad de que Él camina a nuestro lado.
4.- ¿Cuántos frutos tengo que dar como cristiano? –preguntaba un discípulo a su maestro espiritual- Y, éste, le respondía: ¿Ya estás unido al Señor? Déjate llevar por Él y, toda tu persona y toda tu vida, será un constante fruto. Y es que el riesgo que tenemos es mirar tanto a lo qué hacemos que dejamos de lado a Aquel que es fuente y origen de todo nuestro quehacer apostólico.
5.- UNIDO A TI, Y LUEGO VENDRÁ LO DEMÁS
Como sarmiento, fundido a Ti Señor
seré yema de perdón y de reconciliación
Ante un mundo penetrado por el rencor,
sabré que Tú me envías a ser instrumento de tu amor
Porque sin Ti, Señor, la vida es corta
y, los días de esa vida, son fruto que despuntan
pero, a la vuelta de la esquina, pronto se malogran.
Por ello, Señor, que primero este unido a Ti
Que no me preocupe tanto de lo que hago
ni, tampoco Señor, de aquello que no hago
Que, acercándose la noche, siempre me pregunte:
¿He estado unido a Ti, Señor?
Y, entonces, sólo entonces…el fruto amanecerá
en las ramas de mi vida
Y, entonces, sólo entonces…el fruto aparecerá
sabiendo que de Ti viene y en mi florece
UNIDO A TI, LUEGO VENDRÁ LO DEMAS
Porque siento que, muchas veces Señor,
me detengo en mis propias fuerzas
considero que, todo lo que acontece,
se debe a mi esfuerzo y talento,
a mi sudor y empeño,
a mi inteligencia, creatividad e impulsos.
Porque siento que, muchas veces Señor,
soy amo de mi propia hacienda
cuando, en realidad, es toda tuya.
UNIDO A TI, LUEGO VENDRÁ LO DEMÁS
Que no me preocupe tanto, Señor,
de si trabajo mucho, poco o demasiado
De si, mis desvelos, son fecundados por los éxitos
De si, mis siembras, dan lugar a innumerables cosechas
De si, mis palabras, mueven conciencias o corazones
Que, ante todo y sobre todo, esté unido a Ti
Y, entonces, sólo entonces
amanecerá el fruto en la rama de mi generosidad
aparecerá el fruto en el sarmiento de mi pobre vida
brotará el fruto en el tronco de mi fe sin fisuras
explotara el fruto en el vástago de mi esperanza
Si, Señor, unido a Ti…y luego vendrá lo demás
porque, Tú Señor, eres artífice, savia,
empuje, vida y sangre que corre por mis venas.
Amén
Como sarmiento, fundido a Ti Señor
seré yema de perdón y de reconciliación
Ante un mundo penetrado por el rencor,
sabré que Tú me envías a ser instrumento de tu amor
Porque sin Ti, Señor, la vida es corta
y, los días de esa vida, son fruto que despuntan
pero, a la vuelta de la esquina, pronto se malogran.
Por ello, Señor, que primero este unido a Ti
Que no me preocupe tanto de lo que hago
ni, tampoco Señor, de aquello que no hago
Que, acercándose la noche, siempre me pregunte:
¿He estado unido a Ti, Señor?
Y, entonces, sólo entonces…el fruto amanecerá
en las ramas de mi vida
Y, entonces, sólo entonces…el fruto aparecerá
sabiendo que de Ti viene y en mi florece
UNIDO A TI, LUEGO VENDRÁ LO DEMAS
Porque siento que, muchas veces Señor,
me detengo en mis propias fuerzas
considero que, todo lo que acontece,
se debe a mi esfuerzo y talento,
a mi sudor y empeño,
a mi inteligencia, creatividad e impulsos.
Porque siento que, muchas veces Señor,
soy amo de mi propia hacienda
cuando, en realidad, es toda tuya.
UNIDO A TI, LUEGO VENDRÁ LO DEMÁS
Que no me preocupe tanto, Señor,
de si trabajo mucho, poco o demasiado
De si, mis desvelos, son fecundados por los éxitos
De si, mis siembras, dan lugar a innumerables cosechas
De si, mis palabras, mueven conciencias o corazones
Que, ante todo y sobre todo, esté unido a Ti
Y, entonces, sólo entonces
amanecerá el fruto en la rama de mi generosidad
aparecerá el fruto en el sarmiento de mi pobre vida
brotará el fruto en el tronco de mi fe sin fisuras
explotara el fruto en el vástago de mi esperanza
Si, Señor, unido a Ti…y luego vendrá lo demás
porque, Tú Señor, eres artífice, savia,
empuje, vida y sangre que corre por mis venas.
Amén
No hay comentarios:
Publicar un comentario