lunes, 16 de enero de 2012

EL JUDÍO QUE MÁS INFLUYÓ EN JUAN PABLO II


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    Juan Pablo II junto a Jerzy Kluger en una foto dle año 2000. / Getty Images
    LOLEK Y JUREK

    El judío que más influyó en la vida de Juan Pablo II

    14 ENE 2012
    José Antonio Fúster.- El judío y el católico de Wadowice fueron compañeros de pupitre, de trastadas infantiles y de veladas familiares.
  • Año arriba, año abajo, durante diecinueve siglos los cristianos se sintieron desligados de los judíos. Tan intenso fue ese sentimiento de desconexión con aquel pueblo apátrida y enrocado (que había matado a Jesús), que el auge de los nacionalismos del siglo XIX consiguió inocular en Occidente un antisemitismo feroz -no religioso- al que no supieron oponerse las Iglesias cristianas.
    El sable del policía
    Pero el pequeño católico Karol Wojtyla, a quien llamaban Lolek, tenía un amigo judío, Jerzy Kluger, a quien llamaban Jurek. Era su compañero de pupitre, el vecino de la casa de al lado, el amigo con el que una tarde planeó quitarle el sable a un policía que dormitaba en un banco de la plaza de Wadowice en la que vivían. Años después, Jurek le contaría a un periodista que el recuerdo más vivo que guardaba del comienzo de su amistad con quien luego sería el papaJuan Pablo II fue verle corriendo delante de él, dos niños de 5 años a la carrera, perseguidos por aquel policía.
    Un católico, de los ocho mil que había en Wadowice, y un judío, de entre los dos mil, aprendieron a conocerse. La familia de Jurek no vivía enrocada. Su padre era un abogado patriota que hablaba en polaco -no en yidis-. Kluger siempre recordó las noches que iba a casa de su amigo para oír contar a su padre historias polacas. A cambio, Lolek iba a casa de Jurek los viernes para verles encender las velas con las que caminaban hasta la sinagoga.
    Para Juan Pablo II, aquel conocimiento de los judíos fue maná. Poco antes de terminar la guerra, Wojtyla saltó de un vagón de tren para auxiliar a un niña judía medio muerta de hambre. La recogió, la tapó con su abrigo, la subió al tren y la cuidó. Otros sacerdotes católicos murieron por menos. Durante el resto de su vida, Juan Pablo II se ocupó cada día de restaurar el hilo que une el judaísmo con el cristianismo.
    Como obispo, participó en el Concilio Vaticano II, en el que se aprobó la declaración Nostra aetate, en la que, de manera expresa, se absuelve al pueblo judío de la muerte de Cristo y se deplora el antisemitismo. El pontificado de Juan Pablo II será una extensión de la Nostra aetate.
    Como muestra, vale el largo y cálido abrazo que el primer papa desde san Pedro que pisaba un templo judío le dio en 1986 al rabino de la gran sinagoga de Roma, Elio Toaff. Juan Pablo II coronó el gesto al decir que los judíos eran “nuestros hermanos mayores”. Un lustro antes, aquel mismo papa visitó Auschwitz -donde fueron asesinadas la madre y la hermana de su amigo Jurek- y se puso de rodillas delante de lo que llamó “el nuevo Gólgota”.
    Edith, patrona de Europa
    Todo lo anterior y una labor intensa de cocina subterránea (en la que participó Kluger)permitieron que en 1994 el Vaticano restableciera las relaciones diplomáticas con Israel. Pero el Papa no se limitó a intercambiar embajadores, sino que en 1998 publicó una reflexión sobre el Holocausto en la que pedía perdón -sincero y profundo- por los fallos de los hijos de la Iglesia; además, en 2000, Pedro volvió a Jerusalén y se acercó al Muro de las Lamentaciones, en el que introdujo una nota pidiendo perdón a Dios.
    Pero además de perdón, también reclamó ante los judíos la libertad y el derecho de los católicos a disentir. Por eso pidió el cese de la guerra con los palestinos y la consideración de la internacionalidad de Jerusalén. Por eso se reunió con el viejo terrorista y premio Nobel de la Paz Yasser Arafat, y con él convino en recriminar al Estado judío, que no a la religión, su inmovilismo en una guerra que sigue en su camino de ser eterna.
    Algunos pasos de Juan Pablo II fueron malinterpretados por los judíos, como la canonización en 1998 de la filósofa Edith Stein, la hija de Israel que se convirtió al catolicismo, tomó los hábitos carmelitas y murió gaseada en Auschwitz. A esa canonización la siguió su nombramiento como copatrona de Europa.
    A las críticas de algunos judíos, el papa respondió con un precioso regalo final: el que se puede leer en su testamento. Solo dos personas son citadas en las añadiduras que Juan Pablo II hizo a la disposición sobre sus propiedades y sobre su funeral. Uno, católico: su secretario, Stefan Wyszynski, y otro, judío: Elio Toaff, el rabino de Roma. Como en Wadowice.
    Primera audiencia
    Tras la guerra, Lolek y Jurek pensaron que el otro había muerto. La peripecia vital del judío le llevó por varios países siguiendo a su padre, hasta que se instaló como ingeniero en Londres. De allí fue enviado a Roma y a finales de los cincuenta, hojeando un diario, vio el nombre del arzobispo Wojtyla. Kluger dejó recado a Wojtyla, “aunque sin muchas esperanzas, porque un arzobispo es alguien muy importante”, y Lolek le llamó al instante. Allí prosiguió la amistad interrumpida. La primera audiencia privada tras ser elegido papa fue para Jerzy Kluger y fue a él, en el hospital en el que se recuperaba de los balazos de Alí Agca, a quien confió la misión de preparar el restablecimiento de relaciones diplomáticas con Israel. Cuando un periodista le preguntó a Kluger que por qué a él, dijo: “Porque yo era su amigo y hablábamos como amigos”.
     

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